15/1/08

Comenzar, recomenzar

Mira cómo el agua de mar se filtra por las rendijas del casco; y poco a poco, llena las bodegas, y si no se la saca, sumerge la nave... Imitad a los navegantes: sus manos no cesan hasta secar el hondón del barco; no cesen tampoco las vuestras de obrar el bien. Sin embargo, a pesar de todo, volverá a llenarse otra vez el fondo de la nave, porque persisten las rendijas de la flaqueza humana; y de nuevo será necesario achicar el agua.

San Agustín


Hasta hoy siempre me había estado desesperando cuando no salían las cosas como yo quería. Nos suele doler a todos ver cómo lo que te propusiste, lo que sabías que tenías que hacer, no sale. Es más, que incluso lo haces peor que antes. Empiezas a pensar que no sirves para esto, que te queda grande la vida, y más aún el reto de ser cristiano. Que no merece la pena luchar por lo crees, que el mundo está como está y que ya bastante haces. Millones de teorías te y me inundan la cabeza… y es tan fácil creértelas…

Gracias a ti, Dios mío, mi propósito, mi vocación, es seguirte, conocerte, tratarte y amarte. Y gracias a saber esos pequeños detalles he sabido que tú no me miras con los ojos que yo me miro. Te tengo que dar las gracias porque cuando me miras –cuando Dios nos mira, a ti también- no ves el fracasado que yo injustamente veo, no ves a alguien que haga mal las cosas, no ves a un miserable. Tú Señor ves todo lo contrario. Ves a un hijo pequeño tuyo poniendo todo su esfuerzo en un proyecto que va más allá de las miras humanas, ves a una chiquilla/o que va a salir adelante a pesar de sus miles de defectos, y sobre todo Señor –y por esto es por lo que hoy tú y yo le tenemos que dar las gracias- no te asustas de que falle sino que coges mis miserias, mis bajezas, y las besas. No te asustas por ellas sino que me dices que aún siendo pecador me sigues queriendo, que volverías a dar la vida por mí –por ti- en la Cruz. Lo único que me pides es que si peco, si fallo, vuelva a ti corriendo y, lo que más me impresiona, me dices a mí: "cuando me das tus pecados, hijo mío, me das la alegría de ser tu Salvador". Y en vez, como yo siempre pienso, de negarme tu confianza -Señor- en mí, me renuevas mi vocación cristiana y me dices que me sigues eligiendo a pesar de mis defectos, que luche todo lo que pueda y que me encomiende a ti cuando el vaso empiece a desbordarse y vea que no puedo más.

Que injustos somos a veces con nosotros mismos. ¿Nunca te ha pasado? Que estúpida es la desesperación, pero hay que dar gracias a Dios porque todos los días nos da lecciones de esperanza. Me dices, Jesús, que el artista no domina su instrumento sino después de muchos años de ejercicios repetidos con paciencia. Lógicamente, a veces somos muy "listos" y pensamos alcanzar el dominio de nosotros mismo de otra forma que no sea esa repetición de actos, e incluso pensamos que la dificultad nunca puede ir en aumento. Que siempre estaremos en la primera pantalla del Super Mario Bros. Y es a veces, o muchas veces, ese miedo a la dificultad o al cansancio de la lucha, lo que nos lleva a un estado de asqueamiento.

Tenemos que aprender que uno sólo se supera así mismo si lucha sin tregua y se apoya, él y su lucha, en unos buenos cimientos. Como es normal, el combate nos cansa. No se puede avanzar si no es superando siempre nuevas dificultades y siempre con Jesucristo de nuestra mano. Con Él cerca, recordaremos que nuestra naturaleza ama lo fácil y que, pese a todo, nuestra lucha tiene un sentido y que de verdad queremos ir avanzando, queremos mejorar.

Tú me dirás, "yo claro que quisiera ser mejor…" Olvídate del condicional, los que triunfan en esto son aquellos que conjugan el verbo en presente. "Yo quiero". Quiero los medios porque quiero el fin. Quiero siempre, incluso cuando los resultados sean insignificantes, nulos o contrarios tal vez. "Hace falta menos tiempo que valor para hacer un santo" anotaba una vez el Padre Olivaint en su diario de Ejercicios.

Hoy quiero darte, tú también puedes hacerlo si quieres, las gracias Señor que presides los cielos por recordarme que luchar por ser santo no es no caer nunca sino levantarse siempre. Que el cristiano siempre tiene necesidad de volver a empezar. Que te duele más que desconfíe de ti, de tu capacidad de perdonarme, que el propio pecado, la metedura de pata. Y que todas estas batallitas diarias son muestras de mi –nuestra- vocación cristiana porque el Señor no nos ha hecho santos ipso facto (en el acto, inmediatamente) sino que nos ha llamado a ser santos. Y la santidad se logra con Dios, las luchas y el tiempo. Recuérdalo, confía en Dios y sé paciente porque, igual que el buen vino, las almas se mejoran con el tiempo.



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12/1/08

Sentido de la Navidad (2)

Tenemos que ganar el mundo entero y cada alma, ahora y en el futuro hasta el final de los tiempos, para la Inmaculada y a través de ella, para el Corazón Eucarístico de Jesús
San Maximiliano María Kolbe


Homilía de Benedicto XVI
Misa de Nochebuena 2007

En algunas representaciones navideñas de la Baja Edad media y de comienzo de la Edad Moderna, el pesebre se representa como edificio más bien desvencijado. Se puede reconocer todavía su pasado esplendor, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido justamente en un establo. Aunque no tiene un fundamento histórico, esta interpretación metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se esconde en el misterio de la Navidad. El trono de David, al que se había prometido una duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra Santa. José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el palacio se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor. Cuando Samuel lo buscó para ungirlo, parecía imposible y contradictorio que un joven pastor pudiera convertirse en el portador de la promesa de Israel . En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono -la Cruz- corresponde al nuevo inicio en el establo. Pero justamente así se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera realeza. Así, pues, este nuevo palacio no es como los hombres se imaginan un palacio y el poder real. Este nuevo palacio es la comunidad de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo, una humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.

Gregorio de Nisa ha desarrollado en sus homilías navideñas la misma temática partiendo del mensaje de Navidad en el Evangelio de Juan: «Y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Gregorio aplica esta palabra de la morada a nuestro cuerpo, deteriorado y débil; expuesto por todas partes al dolor y al sufrimiento. Y la aplica a todo el cosmos, herido y desfigurado por el pecado. ¿Qué habría dicho si hubiese visto las condiciones en las que hoy se encuentra la tierra a causa del abuso de las fuentes de energía y de su explotación egoísta y sin ningún reparo? Anselmo de Canterbury, casi de manera profética, describió con antelación lo que nosotros vemos hoy en un mundo contaminado y con un futuro incierto: «Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas» (PL 158, 955s). Así, según la visión de Gregorio, el establo del mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad : esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta de la creación renovada. Los Padres interpretan el canto de los ángeles en la Noche santa a partir de este contexto: se trata de la expresión de la alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. Para los Padres, forma parte del canto navideño de los ángeles el que ahora ángeles y hombres canten juntos y, de este modo, la belleza del cosmos se exprese en la belleza del canto de alabanza. El canto litúrgico -siempre según los Padres- tiene una dignidad particular porque es un cantar junto con los coros celestiales. El encuentro con Jesucristo es lo que nos hace capaces de escuchar el canto de los ángeles, creando así la verdadera música, que acaba cuando perdemos este cantar juntos y este sentir juntos.

En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto. Al final de nuestra meditación navideña quisiera citar una palabra extraordinaria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: "Padre nuestro que estás en los cielos", él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y ¿dónde está el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio; mas, si uno se imagina que el lugar de Dios está en los cielos, como en regiones superiores del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo: "El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado" (Sal 34 [33], 19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad . Mas así como el pecador fue llamado "tierra", así, por el contrarío, el justo puede llamarse "cielo"» (Serm. in monte II 5,17). El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.



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4/1/08

Sentido de la Navidad

Todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios


Santa Teresa de Ávila


Queridos hermanos y hermanas:

«A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Le 2,6s). Estas frases, nos llegan al corazón siempre de nuevo. Llegó el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Le 1,31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior , con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?

Gracias a Dios, la noticia negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios , la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

(CONTINUARÁ…)


Buena semana !!

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