18/3/10

Comulgue usted como Dios manda

Con la Cuaresma a la mitad y la Semana Santa asomándose a la esquina, parece lógico que uno se pare con honestidad y analice un poco ciertos detalles importantes. Y es que en este mundillo de ser cristiano a veces uno relaja ciertas prácticas, o simplemente nunca le han explicado brevemente algunas notas esenciales en torno a esta nuestra fe. Sí, sí, ya sabemos que no hay que caer en formalismos vacíos, pero tranquilo que en GRUPO CIRCULAR estamos vacunados de eso (y si no, por favor, acuda rápidamente a la web para dejarnos reclamaciones).

La Comunión también se prepara
Nos referimos hoy a la Comunión. No a la Primera Comunión, sino a todas en general. El centro de nuestra vida cristiana y de nuestra relación con Dios. El verdadero derby que todos ansiamos cada semana se juega en tu parroquia el domingo (y si quieres, también a diario o algún día entre semana). Y digo más, no sólo el centro de tu vida cristiana (“jeje, esa vida que ocupa entre las 12.00 y las 13.00 del domingo” puede pensar mucha gente, temo…) sino de toda tu vida. Recuerde, caballero, que no tenemos cajitas, nuestra vida es un todo, aunque a veces uno (servidor, como todos) pueda diferenciar su vida cara a Dios con su “otra vida” (la de los amigos, aficiones…). Pero es algo que tenemos que trabajar día a día: la unidad de vida.

En fin, ya estoy desparramándome otra vez. Decía que hablamos de la Comunión. Y en concreto, vamos a tratar en pocas líneas cómo debemos encarar la Comunión. Es decir, los pasos previos que uno debe considerar antes de recibir al mismo Jesús en su interior. Es algo que mucha gente… en fin, como que no se plantea. Y sin embargo, la Iglesia lleva siglos haciendo hincapié en esto. Recibir al Señor no es como tomarse unas galletas nada más levantarse uno, o como probarse unos vaqueros en el In-side. Es comulgar con la Plenitud, con el Todopoderoso, con el Salvador de TU vida.

“Bueno, bueno, ya estamos poniendo pegas a todo, qué coñazo. Seguro que tampoco es tan necesario prepararse nada… ”

Fíjate bien. En nuestra vida tenemos “rituales” para todo tipo de cosas absurdas. En serio, ¿cuántas veces antes de un partido de fútbol, que llevas toda la semana esperando, no te tiras un rato antes mirando la alineación en internet, leyendo declaraciones, tomándote la “cañita pre-partido”…? ¿Cuánto tiempo gastas antes de salir de casa mirándote en el espejo, haciéndote la raya de los ojos, tocándote y retocándote el pelo…? Podríamos poner más ejemplos, pero seguro que entendéis lo que quiero decir. Para nuestras cosas importantes, no tenemos reparo en dedicar el tiempo que haga falta. Mayor aun debería ser nuestra disposición cuando hablamos de lo más importante: recibir a Cristo en nuestro corazón.

Algo accesible para todos los públicos
¿Y cómo me preparo? Hay varios puntos. El primero y más acuciante, querido colega, es el de no tener conciencia de pecado mortal sin confesión. Es decir, si un pavo se acerca a la Comunión sabiendo que ha cometido un pecado mortal del cual no se ha confesado todavía, está cometiendo otro pecado más grave: un sacrilegio. ¿Y por qué? Porque, damas y caballeros, uno no puede ir a una boda en chanclas y bikini. Uno no puede dar una clase en la Universidad en pijama y sin afeitar. Cuánto más uno no podrá presentarse y acoger en su interior a Dios, cuando no ha pedido perdón por su último escupitajo en la cara al Señor. No hay que ir hecho un santurrón sin haber cometido maldad alguna. Claro que no, en tal caso nadie iría a comulgar. Al menos yo no. Pero pecados mortales sin perdón son cosa grave y seria. No pasa nada si vas a Misa y, en el momento de la Comunión, te quedas rezando en tu sitio pidiendo a Dios la gracia para confesarte lo antes posible y poder recibirle el próximo día.

En segundo lugar, la Iglesia nos propone como condición para comulgar un ayuno de una hora. Venga tío, UNA HORA. Está tirao… la razón es bien simple: una hora antes hacer un cierto recogimiento en tu interior para preparar también a tu cuerpo para lo que está a punto de ocurrir. Sí, agua y medicinas todas las que quieras. Pero... no más. Y es que, sinceramente, a veces se ve gente que llega con el chicle en la boca a la fila de la comunión, o que ha estado comiendo pipas antes de entrar. Y no es serio. Muchacho, ni siquiera es lo del dentista, que son varias horas. Ánimo, que no cuesta nada.

Por último, te dejamos una recomendación. Esto es como las lentejas, puedes pasar de ellas. Pero sería bonito/recomendable/deseable que uno esta Cuaresma y Semana Santa cuide especialmente la Comunión. Si lo haces el resto del año, pues como que mejor. Pero al menos estos días tan cruciales en tu vida, prepara de manera especial la Comunión. Reza un poco antes de Misa, unos minutillos. Pídele al Señor que entre con fuerza dentro de ti, que te prepare. Y después de Misa, en lugar de salir corriendo para enganchar a Juanito y rajar media hora con él (que es muy sano, nadie lo duda), espera unos minutos en silencio dentro del templo para hablar con el Señor. Pídele por tu gente, tus empresas, tus preocupaciones… dale gracias por haber venido otro día más a tu interior.

Ya, ok, me callo. Bueno, parece fácil lo propuesto, ¿no? A ver si todos nos proponemos más fuertemente el tomarnos de verdad en serio el recibir a Cristo. Esto…no es sólo de curas y monjas. It’s your bussines too, que dirían nuestros socios ingleses.

12/3/10

¿y qué dirán de mí?

¿A ti te importa lo que digan de ti? Es posible –como a mí me pasaba- que te salga un ‘no, qué va, yo tengo mis ideas y las defiendo porque soy un hacha’. Sí, todos nos pensamos que repartimos el bacalao hasta que un día Dios permite que nos caigamos para que con el golpe aprendamos una valiosa lección. Déjame contarte una experiencia personal.

Hace escasas semanas me apunté a clases de italiano en Madrid, cerca de la Catedral de la Almudena. Pensé que era genial porque aprendería un idioma que me gusta, incluso tendría la oportunidad de conocer a gente nueva y quién sabe, quizás podría ayudar a alguien en algo. O simplemente tendría un ambiente más donde dar un testimonio cristiano. Hasta ahí todo perfecto, sin embargo, el segundo día vi de la materia de la que estaba hecho –como el resto de seres humanos-.

El éxito de mis anteriores apostolados me hacía pensar que era un cristiano fuera de ser. ¡Al hacerme, rompieron el molde! Sí, es el efecto L’Oréal: “porque yo lo valgo”. En cambio, que buena lección me dio Dios ese día.

Al terminar la clase, pensaba pasarme a rezar un rato delante del Santísimo en la Almudena. Cuando fui al paso de cebra que me llevaba hacia mi meta, me encontré con dos de mi clase. De repente, esa falsa autosuficiencia de cristiano modelo se vino al traste, como todas las veces que creemos que no es Dios el que nos da la fortaleza. Sabía que si me acercaba a ellos me preguntarían hacia donde iba. Me daba cosa decirles el segundo día que era cristiano. Es mejor más tarde, pensaba. Asique, sabiendo que hacía mal, me quedé atrás para no ser visto. Cruce a 10 metros, tras ellos. El chico se piró por una calle y a la chica la perdí de vista cuando giré para subir las escaleras que me llevaban a la iglesia. ¡Me sentía como una rata de alcantarilla! Acaba de actuar como Pedro o Pilatos que prefirieron su reputación a “perderla” por Cristo.

Cabizbajo, me fui acercando a la gran Catedral con una oración de arrepentimiento hacia el Dios que escasos segundos antes había despreciado. Sin embargo, Él es tan bueno y misericordioso que da lecciones magistrales. Cuando llegué a la puerta, ¡qué sorpresa! La chica de la que había huido para que no pensase que yo era cristiano estaba abriendo la puerta de la Iglesia delante de mí. Entro detrás de ella, la sigo e vi que iba directa a rezar al Santísimo expuesto. ¡No podía creerlo! Cuando llegué a la Santísima Hostia, me hinqué de rodillas y pedí perdón –como Pedro o el Hijo pródigo-. ¡No merezco ser llamado hijo tuyo, perdóname!

La existencia del quedar bien
Así es, existen los respetos humanos. Muchas veces tenemos como ídolo nuestra reputación, nos importa demasiado el quedar muy pero que muy bien. Y, en ocasiones, cuando el ser cristiano pone en peligro nuestra fama de guays, nos arrugamos como acordeones y disimulamos nuestra pertenencia a Cristo.

Al empezar mi oración en la Almudena pensaba esa frase dura de San Mateo (10,33): “Si alguien se avergüenza de Mí delante de los hombres, Yo lo ignoraré delante de mi Padre”. No tenía fuerza para mirar directamente al Señor. No obstante, Dios en ese rato de oración me mostró un poco más cómo es Él.

En ese rato junto a Dios, Él me hizo ver que me quería, aún con mis defectos y debilidades. Que no pasaba nada. Un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, dice el salmo. Sólo me había demostrado que sin Él no puedo hacer nada. “Yo soy tu fortaleza, me decía, confía en Mí. Mira que hay gente a tu lado que necesita de tu ejemplo”.

Dios te necesita
Quizás tú y yo no nos demos cuenta, pero el buen ejemplo arrastra y bastante más que el malo, en muchas ocasiones. Muchos no se atreven a ser los primeros y están esperando a alguien para seguirle. Quizás en tu familia, entre tus amigos, entre los compis de trabajo o de clase. Dios se sirve de nosotros para llegar a los demás, para llegar a los que están a tu alrededor. No podemos negarles la caricia de Jesús por un poco de vergüenza o de “amor” a nuestra reputación.
El Concilio Vaticano II dice que los cristianos deben, con su vida ejemplar, dar testimonio de la doctrina de Cristo. Juan Mouroux en su libro Creo en ti dice lo siguiente: “La transmisión de la fe se verifica por el testimonio… Un cristiano da testimonio en la medida en que se entrega totalmente a Dios, a su obra. Normalmente la verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona cristiana”.

Qué pena sería que el último día de la vida de un buen amigo, o de alguien a que tenemos cariño, nos eche el reproche de decir: ¿por qué no me hablaste antes de Cristo? Es un argumento un poco exagerado pero es para que veas que mucha gente está sedienta de Dios y necesitan que tú les hables de Él. Más gente de la que piensas. Algunos sólo necesitan un ejemplo de enamorado para enamorarse. No tanto grandes discursos como una vida coherente cercana. Y si pecamos pedimos perdón, no pasa nada. Jesucristo se ha querido servir de nosotros, recuérdalo. Somos sus manos para curar, sus pies para caminar, su boca para hablar, su corazón para querer. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc 16, 15-20), nos dijo –te dice- Jesús. No tengas miedo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20).


7/3/10

Iglesia portatil

Existe un mito comúnmente aceptado por esta nuestra sociedad, como ese que dice que Galileo murió en una hoguera, que se basa en la creencia de que la Iglesia son lo curas. Si pensamos en “Iglesia”, pensamos en sacerdotes. Si se critica a la Iglesia, se critica principalmente a los curas y los obispos. Y como toda leyenda urbana, merece ser tirada por los suelos. Permíteme que te ponga un ejemplo para explicarte esto.

A la altura de la II Guerra Mundial aparecieron los primeros ordenadores, que no eran sino un enorme mamotreto que ocupaba toda una gran sala y tardaba varios minutos en realizar operaciones matemáticas bien simples. Poco a poco fueron evolucionando, y acabaron haciendo operaciones bien complejas y útiles, pero seguía teniendo el mismo problema: eran enormes y muy caros. Por ello, había sólo un reducido número de ellos, y en lugares estratégicos.

Si pensásemos la Iglesia sólo como el Papa y los obispos, la reduciríamos y la haríamos tan inoperante como estos gigantes ordenadores; muy majos, pero sin capacidad real de acción. Parece que la Iglesia debe ser más grande.

Darle a conocer en todo lugar
Durante los años 80 comenzó una progresiva revolución: aparecieron los PC’s, o sea traduciendo, aunque es verdad que tienes un inglés brillante, “ordenadores personales“. El hecho de tener un ordenador personal era un cambio realmente radical; ahora todo el mundo podía tener ordenador en su casa, cosa que fue ocurriendo progresivamente. La informática llegaba a nuevos lugares que antes no podía.

Esto sería como suponer que la Iglesia, además de Papa y obispos, están también representados en nuestras parroquias y sacerdotes. Ya no habría que ir hasta la sede de una diócesis para poder ver lo que es la Iglesia, la tendríamos en cada uno de nuestros barrios. Bien, es un avance. Pero aun así, la Iglesia seguiría siendo algo lejano y reducido a unos cuantos señores que tienen que ver con nuestra vida real más bien poco. Y sin embargo Cristo nos instó a ir a todos los lugares, a todas los rincones del mundo para darle a conocer.

De la misma manera, los ordenadores personales fueron un gran avance, pero la idea de que no pudiesen moverse de su sitio provocó grandes problemas. Se necesitaba un ordenador que pudiese llegar a todos los lugares sin problemas. Y hete aquí que dieron con la clave: aparece el ordenador portátil. Es una solución bastante “cachonda”: puedes incluso estar en el metro utilizando el portátil. El que lo inventara tuvo, desde luego, una idea feliz.

El laico es la misma Iglesia
Y la Iglesia, que necesita lo mismo, requiere de una figura fundamental: el laico. El laico no es un servil sujeto, ni un mero “jambo” que hace un favor a la Iglesia. Es la misma Iglesia. La misma de los Papas y los obispos. De los sacerdotes y las parroquias. Eres tú. Sí, ese pavo que se retuerce cual gusano en la cama cuando suena el despertador para ir a la Uni (cómo cuesta a veces…), ese caballero que llora cuando su equipo pierde, esa tía que se convierte en la reina de la pista cuando suena su canción preferida. Tú tienes la misión de llevar a Dios allá donde vayas. Un sacerdote no llega donde llegas tú. Tú eres portátil, Iglesia portátil.

Los sacerdotes, la jerarquía eclesial, está encargada de guiarnos, de cuidar de nosotros. Y claro que también hace una obra apostólica (la de gente que se habrá convertido porque un maravilloso cura le ha cambiado la vida). Pero no es principal misión. En cambio, los laicos somos aquellos que tenemos como razón de ser primordial ir al mundo entero, al mundo cotidiano, al mundo del trabajo, las fiestas y los conciertos. Al mundo del estudio y el deporte. A las bibliotecas, las discotecas y los bares. Allá adonde haya alguien que necesite escuchar y conocer a Dios. Nadie lo hará por nosotros. Nadie lo hará por ti. Y la gente necesita a Jesús.

Y llevar a Dios a los demás no significa leer el Evangelio en medio de la discoteca. Sino en vivir tu vida apasionadamente como Cristo quiere. Llevar a Dios al prójimo puede ser estudiar cuando toca, reír mucho, ayudar a los demás, bailar y llorar con quienes nos rodean. Hablar de Dios, pero de ese Dios cercano, atento, personal. No dar clases de filosofía o criticar sin más al resto. Proclama a Jesucristo con tu vida. Tú eres la Iglesia. Tú representas a Cristo, debes ser Cristo para tus amigos. Con tus virtudes, con tus defectos. Pero siempre con amor.

¿Fácil? Muchas veces no. Pero es apasionante. Dios ha puesto a la gente en tu camino para que le des a conocer. No falles a tus amigos. Ellos, aunque no lo creas, te necesitan. A por ello.