30/1/11

"Es preciosa la vida entregada por la misión". Misioneros del Verbo Divino


Soy Modeste MUNIMI, misionero del Verbo Divino. Nací el 10 de junio de 1972 en un pueblo de la República del Congo. Tengo cuatro hermanas y un hermano. He tenido la fortuna de crecer en ambiente familiar fraterno y cristiano. Desde pequeño mis padres me enseñaban el camino de la Iglesia. Me crié al lado de los misioneros oblatos de María Inmaculada, la mayoría belgas, y de las hermanas de la Sagrada familia de Burdeos, muchas de nacionalidad española. Crecí en ese ambiente cristiano y religioso.

Conocí la Congregación de los Misioneros del Verbo Divino a través de un verbita, el Padre Manfred Krause, que luego fue mi maestro en el noviciado. El Padre Manfred, de nacionalidad alemana, fue en aquel entonces el responsable de la pastoral vocacional de los misioneros del Verbo Divino en Congo. Viajaba por el país para dar a conocer su Congregación a los jóvenes.
Al terminar el bachillerato, comencé la carrera de Historia y Ciencias Sociales. Después de un año, decidí abandonar los estudios para empezar la formación religiosa y misionera. No fue una decisión fácil, porque mi padre se opuso. Empecé el periodo de formación en la Congregación de los Misioneros del Verbo Divino en Congo. Después de dos años de noviciado, inicié los estudios de filosofía y teología en Congo y Kenia (Nairobi). Me ordené sacerdote en el 2006, en Congo. Poco antes de los votos perpetuos en 2006, recibí el destino misionero para España. Mi sueño era trabajar en América Latina, sobre todo en Chile, o en Congo. Sin embargo, fui enviado a España donde llegué a finales de septiembre de 2006. De todas formas, estaba dispuesto a irme donde mis superiores me mandaran.

Después de unos meses de aprendizaje del idioma, en Palencia y en Madrid, el Padre Provincial y su Consejo me destinaron a Niebla, un pueblo de la provincia y diócesis de Huelva. Allí empecé la “universidad de la vida”. Pronto me enamoré del pueblo y de la gente. Fue una etapa importante en mi vida misionera. El cariño de la gente dejó huellas en mi vida, como persona y como misionero.

Ahora estoy estudiando la carrera de Periodismo en el Centro Universitario de Villanueva, adscrito a la Universidad Complutense. Es una realidad distinta de la que viví en la parroquia; sin embargo, es importante y enriquecedora.

Nunca había pensado salir de mi pueblo. Mi mundo fue siempre mi pueblo, mi familia y mis amigos. No obstante, la vida y el trabajo de los misioneros en mi pueblo siempre me había llamado la atención. Su testimonio de vida me ayudó a tener otra visión del mundo y de mi ser cristiano. Así pues, decidí ser como ellos. La decisión no fue fácil, tampoco para mis padres, porque tenía que apartarme de mi pueblo y de mi familia.

Al principio, no lo tenía muy claro; tampoco sabía que existían otras congregaciones religiosas y misioneras fuera de los Oblatos, que estaban en mi parroquia. Cuando conocí a los Misioneros del Verbo Divino y leí su carisma, que consiste en “proclamar el Evangelio a todos los hombres y mujeres principalmente donde la Palabra de Dios no ha sido anunciada”, decidí hacerme misionero de esta Congregación. Me atreví y soy feliz.

Hace 10 años que estoy lejos de mi familia y de mi país. Estuve 5 años en Kenia y llevo casi otros 5 años en España. Puedo decir que soy feliz. He encontrado una nueva familia, nuevos hermanos y hermanas. Ya no soy aquel chico de “Ngoso”, mi poblado, sino el hombre del mundo. Me atrevo a decir hoy que es preciosa la vida entregada por la misión, la vida ofrecida por los demás. “No hay mayor amor que dar la vida por sus amigos” (Juan 15, 13).

En mi camino misionero no habido siempre rosas. He encontrado también dificultades. Por ejemplo, entender y aprender otras culturas, otras costumbres e idiomas distintos del mío. Sin embargo, he sabido enfrentar el reto. En todo este proceso, nunca me he encontrado solo. He tenido siempre a mi lado al Señor que me llamó, a mis compañeros y amigos. En todos los sitios donde estuve, procuré siempre ser uno más y dar lo mejor de mí mismo por la edificación de ese gran edificio, que es la Iglesia.

Somos una Congregación misionera presente en más de 70 países del mundo. Somos más de 6.000 miembros, hombres de distintas culturas, razas, lenguas y costumbres. Para mí, la multiculturalidad de nuestra familia religiosa es una riqueza y un testimonio en este mundo global, pero cada vez más individualista. A pesar de nuestras diferencias, podemos vivir juntos como hermanos.

Mi experiencia de fe es una experiencia que se va enriqueciendo. La gente sencilla, sea en mi etapa en Kenia o en Niebla (España), me han ayudado siempre a crecer en mi propia fe. Hay gente que proclama el Evangelio con su sencillez y su fe profunda. Mis experiencias de misión me han enseñado muchas lecciones: a ser paciente, tolerante, compresible, amar sin fin; y por encima de todo, a confiar siempre en Dios.

Modeste Munimi
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Misioneros del Verbo Divino


16/1/11

Sé a quién buscas


En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.

Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismo y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.

Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.

Os deseo que experimentéis aquello de lo habla el Evangelio: “Jesús poniendo su mirada en él, lo amó”. ¡Deseo que experimentéis que Cristo os mira con amor! Que gustéis su mirada amorosa que os acompaña desde la primera mirada del Creador al llamaros a la existencia, y que se refleja en la mirada fija de Cristo al joven del Evangelio. Solamente Él conoce lo que hay en el hombre, conoce su debilidad, pero sobre todo su dignidad. Deseo que cada uno de vosotros descubráis ese “te miró con amor” de Cristo y que lo experimentéis hasta el fondo.

¡Estad atentos al momento que llega! Te es necesaria esta mirada amorosa; te es necesario saberte amado eternamente y elegido desde la eternidad. Sí, mi querido joven, si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles, acoge esa llamada, vive conforme a la dimensión del don. Escucha al Maestro que te dice: “Sígueme”.
Juan Pablo II
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De futbolista a Seminarista

11/1/11

09/10 ¡Quiero un año diferente!


Apuntarse al gimnasio, aprender checoslovaco, ganar un concurso de relatos, hacer las paces con la suegra, etc. Cuanta actitud de cambio se respira en los últimos minutos de un año. Mientras quitamos los pipos de la uvas, algún pensamiento de mejora nos invade la cabeza. Todos tenemos ganas de dejar a un lado las cadenas que en 2010 nos impidieron vivir apasionadamente. Miramos a nuestros familiares como se alegran por despedir un año más juntos a la vez que nos llegan decenas de sms con la invitación a una época que promete darnos todo cuanto pidamos.

No deja de ser ilusionante y admirable la pasión que brota del alma humana, y más en momentos tan especiales como la Navidad o Nochevieja. Aunque a veces, van pasando los meses… enero, febrero… abril… y en algún momento, removiendo papeles de escritorio encontramos la lista de propósitos para esa “vida nueva”. Pasa el tiempo y vemos que por nuestras propias fuerzas el cambio tan deseado no termina de llegar. Se sigue retrasando un año más y aunque logremos perfeccionar el acento de un idioma o mantenernos en nuestro peso ideal, el corazón sigue con hambre. Continúa con deseos de abrazar la plenitud. Incluso sentimos cierta frustración al contemplar que hay cosas que no hemos conseguido corregir. Quizás falta de tiempo o de fuerza de voluntad, pensamos. Lo cierto es que 365 días se hacen cortos cuando tiramos solos del carro de nuestra vida.

Es ahí cuando toca salir del armazón del ‘radio yo: todo mis noticias’. Mover un poco el dial y sintonizar con el Único que sabe lo que nuestro interior anhela desde hace tiempo. Hay Alguien que se mantiene inmóvil en todos los Sagrarios del mundo que quiere hacernos una criatura nueva, que no pretende ahogarnos con infinidad de intenciones sino que sólo pide un poco de atención y de paciencia para dejar hacer su obra en nuestra historia –sí, en tu biografía-. Justo en esa situación es cuando podrán guiarnos estas palabras que pronució alguien a quien tantas veces durante el año no tenemos tiempo de escuchar:

“Tengo que comenzar por dejar de mirarme, y preguntarme qué es lo que Él quiere de mí. Tengo que empezar aprendiendo a amar, pues el amor consiste en apartar la mirada de mí mismo y dirigirla hacia Él. Si en lugar de preguntarme qué es lo que puedo conseguir para mí mismo me dejo sencillamente guiar por Él, si me dejo caer realmente en Cristo, me desprendo de mí mismo, entonces comienzo a disfrutar de la vida verdadera, porque de todos modos yo soy demasiado estrecho para mí solo. Cuando salgo a su aire libre, valga la expresión, entonces y sólo entonces comienza y llega la grandeza de la vida.

Bueno, como es lógico, este camino no se recorre de la noche a la mañana. Dedicarse especialmente a conseguir una felicidad rápida no encaja con la fe. Y quizás una de las razones de la actual crisis de fe sea que queremos recoger en el acto el placer y la felicidad y no nos arriesgamos a una aventura que dura toda la vida –con la enorme confianza de que ese salto es el único que no termina en la nada y es el acto de amor para el que hemos sido creados-. Y en realidad es lo único que me proporciona lo que quiero: amar y ser amado, hallando de ese modo la auténtica felicidad.

Quisiera deciros insistentemente: ¡Abrid vuestro corazón a Dios, dejaos sorprender por Cristo! Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, feliz, bella y grande”.

Benedicto XVI
Feliz y fecundo año nuevo

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Hillsong - Open My Eyes