20/3/11

El hombre propone… y Dios dispone


A mi manera…
En nuestra humanidad caída existe algo que no acabamos de comprender bien: que somos creados por Alguien, y que ese Alguien tiene un propósito, y que es el Señor de nuestra existencia. La gran tentación del ser humano es enarbolarse como directores de la vida, como aquel que dispone de su presente y futuro según su sacrosanta voluntad. La serpiente lo sabía bien cuando tentó a la mujer diciéndola que sería como Dios. Ya no sólo en el sentido de tener un conocimiento perfecto, o de establecer el bien y el mal, sino también en el sentido de ser los dueños únicos de nuestro devenir. Tomar nuestras decisiones sin consultarlo con nadie, pensarnos que nos pertenece nuestra vida y futuro; en definitiva, ser el dios de nuestra vida, manera única posible, sentimos, de satisfacer nuestros deseos más íntimos.

¿Y qué constatamos cada vez que tomamos tal camino? Fracaso. Frustración. Impotencia. En dos sentidos: ni logramos que las cosas salgan como planeamos, ni, en el mejor de los casos, alcanzamos la plenitud de corazón que suponíamos. Y en el camino, habitualmente, nos cargamos de egoísmo y soberbia: efectivamente, cuando nuestro centro somos nosotros, supone que el prójimo se opone en nuestro camino de felicidad, o bien es un medio “explotable” para tomar nuestros objetivos vitales. Esto se cumple, en mayor o menor medida, tanto en lo pequeño como en lo grande. La conclusión es evidente: por más que la persona se empeñe, es incapaz de darse la felicidad, de la misma manera que fue incapaz de darse la vida a sí mismo. No podemos ser los amos de nuestra vida, porque todo lo que amamos y valoramos es puro don, puro regalo de Dios. Recuerda la parábola del Hijo Prójimo.

Por tanto, en nuestra vida debemos volver a la consideración primera: ¿Quién es el Señor, el Dios de mi vida? Mucha gente hoy día, y durante toda la Historia, ha vuelto a Dios tras constatar con su experiencia que no puede darse la felicidad ni saciar su sed de plenitud por sí mismo. Ése fue mi caso. Es más, cualquier cristiano suele experimentar esto a diario. Cumplir la voluntad de Dios reporta satisfacción y llena el corazón. Ir de machote freelance suele acabar de la misma manera: vida 5-0 yo. Tener a Dios como Padre y seguirle asegura plenitud; lo contrario, fracaso. Ésa puede ser una buena oración para ahora mismo: “Señor, te dejo mi felicidad en tus Manos, confío en Ti. Yo he fracasado. Con el corazón contrito y humillado, vuelvo a Ti para experimentar tu Amor y hacer lo que Tú quieras”.

…¡A su manera!
La paz que reporta dejar todo en manos de Dios es enorme. Deja de preocuparte por ti mismo, y vive para Dios. Desde ese momento, la responsabilidad de experimentar la plenitud queda bajo la Autoridad de Dios. Del Dios de todo, también de la felicidad humana… de tu felicidad.

Pero esto hay que hacerlo con todas las consecuencias. Y a menudo, nosotros hacemos trampa. Creemos que la vida se reduce, desde entonces, a pedir y esperar a que Dios, afanoso en cumplir nuestra voluntad, corra a satisfacernos. No, el Señor no es un supermercado. Vivir de la Providencia, del seguimiento de Cristo, significa que sigo la Voluntad y los tiempos de Otro, no los míos. Pedir a Dios es legítimo y bueno. Él está pendiente. Pero, por nuestro bien, Aquel que lo sabe todo, sigue un ritmo concreto. Su ritmo. De otra forma, no sería Dios, el Dios de nuestra vida. Igual que un padre no concede todo a su hijo por su simple lloro, sino que espera paciente para darle lo mejor, en el momento que más lo precise. Nosotros no sabemos lo que más nos conviene, porque nuestra visión es demasiado limitada. Seguro que a ti también te ha pasado que, pasados unos años, comprendes que lo que tú querías no habría sido lo mejor, y que, aunque en aquel momento no lo comprendieras, tuvo que suceder, por tu bien, algo contrario a tu deseo. Puede que incluso toda nuestra vida haya cosas que no comprendamos, tranquilo: en la otra vida tendrás un conocimiento más perfecto de tu vida. Lo verás todo desde la perspectiva de Dios. Y eso será otro motivo para alabar a Dios por su Providencia e infinito Amor.

En mi corta experiencia, he percibido que una de las cosas más típicas es no entender los tiempos del Señor, es decir, quiero algo, pero lo quiero aquí y ahora. Al no verlo realizado, perdemos la fe en el Amor del Señor. “Bah, Éste, con tanto papeleo, se habrá olvidado de mi”. Nada más lejos de la verdad. Es que Él, que sabe más, espera otro momento. Y nosotros, impacientes perdidos.

Un clásico, en este sentido, es el de la vocación. Cuántas veces queremos una respuesta, clara, contundente, e instantánea del Señor. Una especie de sms celestial que me deje todo clarísimo. Pero no, la vocación es camino: camino de fe, es decir, de confianza en que Cristo me lleva verdaderamente por el camino de mi plenitud. Camino en el cual debemos sobreponernos a nuestros miedos, resistencias, y tentaciones, entre las que destaca la tentación de pensar que Dios no nos concederá lo que más ansiamos, de que Dios nos ha abandonado. De que su camino no es el apropiado. Pero si estamos “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (como reza nuestro lema de la JMJ), Jesús cumplirá nuestra expectativas. O mejor, las superará. Pero para ello, es necesario estar abierto. Abierto al Señor, a su Voluntad. Renovar la siguiente determinación a menudo: “lo que Tú quieras. Dímelo, y así lo haré”. He visto en los últimos tiempos varios casos de estos: personas que buscan respuesta a su vida, a su vocación, y que, tras renovar nuevamente su promesa al Señor de que se es hijo y hará la Voluntad de su Padre, el Señor les regala una respuesta plena. A mí también me ocurrió esto. Por esto, a todos aquellos que buscan con sincero corazón las respuestas a su vida, es importante hacer esto nuevamente: entregar el “cheque en blanco” al Señor, y desear fervientemente hacer lo que Él diga. Sin reservas. Sin trucos. Ponga los ceros que ponga, desear hacerlo. Responderá. A Su tiempo. Pero responderá.

Esta es nuestra vida, a fin de cuentas. Volver al Padre constantemente, reconocernos incapaces constantemente. Renovar nuestra entrega completa constantemente.

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Sacerdote, regalo de Dios para el mundo

6/3/11

Opus Dei: "una aventura divina en la que el Señor no deja de sorprenderme"


Me presento. Me llamo Davinia, tengo 27 años y soy numeraria auxiliar. Conocí el Opus Dei a los 12 ó 13 años, gracias a una profesora de mi hermano que me habló de una asociación juvenil que había en Leganés, (por aquel entonces yo vivía en Fuenlabrada). Empecé a ir con mi madre, al principio, y después sola. Me encantaban las actividades que se impartían: manualidades, tocar la guitarra, todo en un clima de amistad con gente que pensaba como yo y ¡lo pasábamos genial! En este club juvenil la formación espiritual estaba a cargo del Opus Dei. A medida que crecía humanamente, también crecía espiritualmente y por ello, iba acercándome más a Dios. Hasta que un día me lo pidió todo y yo me lancé a intentar dárselo, y me metí en una aventura divina en la que el Señor no deja de sorprenderme.

Cuando empecé a formar parte de esta parte de la Iglesia, me dijeron que iba a seguir haciendo lo mismo que hasta entonces, pero con un pequeño matiz: Buscar la santidad en cada cosa que hago y así ha sido. En la estampa de San Josemaría, que es el fundador, se refleja perfectamente cual es el espíritu de Opus Dei. “Camino de santificación, en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano”.

Dentro de la Obra de Dios, como también se le llama, hay muchas maneras de vivir este mismo espíritu, por eso existen supernumerarios/as, que son los que buscan la santidad en lo ordinario formando una familia, los agregados/as que viven el celibato apostólico, aunque no viven en los centros, los numerarios/as, que además de vivir el celibato viven en centros del Opus Dei y la numerarias auxiliares, que hacemos que todo esto sea una familia. Quiero aclarar que el celibato apostólico que vivimos no es porque seamos consagrados, simplemente nos comprometemos a ello.

Las numerarias auxiliares nos dedicamos al trabajo de la administración de los centros, que son hogares cristianos, en los que como cualquier madre de familia, lava la ropa, hace la comida, prepara un centro de flores, ahora eso si, es un trabajo profesional, y eso lleva consigo hacerlo con cierta altura, por ello constantemente nos formamos asistiendo a cursos, e intentamos estar a la última.

Pienso, y cada vez los veo con más claridad, que mi vocación es la más parecida a la de la Virgen.
Mi relación con Dios, diría, que es la que tiene una criatura hacia su creador, una hija pequeña necesitada con su Padre Todopoderoso, o la de dos personas que se aman y se buscan constantemente.
El Opus Dei realiza sus labores de apostolado sobre todo llevando la formación espiritual de asociaciones, colegios, pero lo propio es el tú a tú. Intentamos poner a la gente que conocemos cara a cara con Dios. Alguna vez he dado catequesis de comunión o confirmación, en la parroquia, actualmente no lo hago, pero algunas de las que viven conmigo en el centro sí.

Creo que no tengo motivos para envidiar a nadie, mejor dicho, he tenido mucha suerte con este regalo que Dios me ha concedido y espero que se lo conceda a mucha más gente.

Davinia Maestre Blanco

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La Vida Consagrada Feminina - Madre Adela