¿Qué razón tienes para no amar?, ¿que el otro respondió a tus favores con injurias?, ¿que quiso derramar tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, ésas son razones que te han de mover a amar más aún. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Cómo? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segunda, porque ése precisamente necesita de más ayuda y de más intenso cuidado. San Juan Crisóstomo
En tiempo de exámenes es muy fácil perder un poco el norte en la brújula. Las prisas, el a ya yai que no me va a dar tiempo, el estrés… son ingredientes que pueden hacer que se pierda un poco el sabor de Dios en nuestra rutina. Pero aquí te dejo un texto que te va a demostrar que ahora es un tiempo perfecto para ejercitar nuestro trato con Dios.
San Lucas 5:
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».
Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban con romperse.
Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.
Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Lucha y confianza
Habían trabajado toda la noche: en vano. Eran pescadores, sabían hacerlo, era su profesión, tenían experiencia. Pero con todo, no habían pescado nada y estaban cansados. Quizá estuvieran desanimados, con sensación de inutilidad, pensando en dejarlo todo.
La historia termina con una pesca abundante. ¿Por qué esa victoria y el fracaso nocturno? Por la presencia de Jesucristo . Todo lo demás parece desfavorable: redes sin lavar, hora poco apropiada, cansancio físico y anímico de los pescadores… Enseñanza: sin Cristo no hacemos nada , solo habrá cansancio, tensión, desánimo, ganas de dejarlo; trataremos de engañarnos echando a las circunstancias la culpa de nuestra ineficacia; sin Cristo nos invadirá la sensación de inutilidad. En cambio, con Él la pesca es abundante.
La santidad no consiste en el cumplimiento de un conjunto de normas. Es la vida de Cristo en nosotros. Por eso, más que en hacer, está en dejar hacer, en dejarse llevar; pero correspondiendo. La conducta auténticamente cristiana se teje con los hilos de una trama divina y humana: la voluntad del hombre que enlaza con la voluntad de Dios (San Josemaría) . Cuando luchamos por ser santos, el hilo de nuestra voluntad se encuentra con el hilo de la voluntad de Dios y se entrelaza con él para formar un tejido único, una sola pieza que es nuestra vida. Esa trama ha de ir haciéndose cada vez más densa, hasta que llegue un momento en que nuestra voluntad se identifique con la de Dios, de tal modo que no seamos capaces de distinguir una de la otra, porque quieren lo mismo.
Casi al final de su vida en la tierra, Jesús confía a San Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (San Juan). Antes te apoyabas en ti, en tu voluntad, en tu fortaleza; antes pensabas que tu palabra era más segura que la mía… y ya ves los resultados. A partir de ahora te apoyarás en Mí y querrás lo que Yo quiera… y las cosas irán mucho mejor.
La vida interior es una tarea de la gracia que requiere nuestra cooperación . El Espíritu Santo sopla e impulsa nuestra barca. Para nuestra correspondencia disponemos de dos remos: nuestro esfuerzo personal y la confianza en Dios (la seguridad de que Él no nos deja). Los dos remos son necesarios y hemos de desarrollar los dos brazos si queremos que la vida interior avance . Si falla uno, la barca gira sobre si misma, es muy difícil de gobernar; el alma camina entonces como a la pata coja: no avanza, se agota, termina por desfallecer y cae fácilmente.
· Si falta la decisión eficaz de luchar, la piedad es sentimental, las virtudes escasean: el alma parece llenarse de buenos deseos, que resultan sin embargo ineficaces cuando llega el momento del esfuerzo.
· Si, en cambio, todo se confía a una voluntad fuerte, a la decisión de luchar sin contar con el Señor, el fruto es aridez, tensión, cansancio, hastío de una pelea que no trae peces a las redes de la vida interior y del apostolado: el alma se encuentra como Pedro y sus compañeros en la noche infructuosa.
Si advertimos que algo de esto nos sucede, si a veces caemos en desánimos por apoyarnos demasiado en nuestro conocimiento o experiencia, en nuestra voluntad decidida y fuerte… y poco en Jesucristo, pidamos al Señor que suba a nuestra barca. Nos importa mucho su presencia; mucho más que los resultados de nuestro esfuerzo. Es de notar que el Señor no promete una gran pesca, y Simón no la espera. Pero advierte que de todas maneras vale la pena trabajar por el Señor: pero, en tu palabra, echaré las redes.
Abandono
Volvamos un poco atras y dirijamos nuestra mirada a la petición de Jesús: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Lleva la barca a lo profundo. Para adentrarse en la vida interior hay que renunciar a tener los pies en terreno firme totalmente dominado; es preciso avanzar hasta lugares donde fácilmente habrá olas, donde si cayéramos al agua podríamos hundirnos. ¿No estaremos más seguros en la orilla, o donde el agua no supere lar rodillas, o la cintura, o al máximo los hombros? Quizá, efectivamente, nos sentiríamos más seguros. Pero en la orilla no se pesca nada que valga la pena. Si queremos echar las redes para pescar tenemos que llevar la barca a lo profundo, tenemos que sacudirnos el miedo a perder de vista la costa.
¡Cuántas veces Jesucristo echa en cara a los discípulos su miedo!: ¿por qué os asustáis, hombres de poca fe? . ¿No merecemos nosotros ese mismo reproche?: ¿por qué no te fías?, ¿por qué quieres dominarlo y controlarlo todo? ¿por qué te cuesta tanto caminar cuando el sol no luce en todo su esplendor?
El alma tiende instintivamente a buscar referencias, señales que confirmen que va bien. El Señor nos las concede muchas veces, pero no creceremos en nuestra vida interior si dejamos que nos obsesione la necesidad de comprobar nuestro progreso. Quizá tenemos la experiencia de que en momentos de inquietud, en los que no poseemos un juicio claro sobre nuestra rectitud y nos dejamos arrastrar por el deseo de buscar a toda costa una respuesta, terminamos atribuyendo a una cosa nimia un valor del que objetivamente carece: una mirada sonriente o seria, un elogio o una corrección, una circunstancia favorable o un revés, bastan para colorear con un tono brillante u oscuro hechos con los que no guardan relación alguna.
El crecimiento de la vida interior no depende de que estemos seguros de cuál es la Voluntad de Dios . El afan desmesurado de seguridad es el punto donde el voluntarismo se encuentra con el sentimentalismo. En ocasiones, el Señor permite una inseguridad que, bien enfocada, nos ayuda a crecer en rectitud de intención . Lo que importa es abandonarse en sus manos, y en este fiarse de Él se encuentra la paz.
Con nuestra lucha no buscamos provocar sentimientos agradables. Muchas veces los tendremos, otras no. Un poco de examen posiblemente nos haga descubrir que los buscamos con mayor frecuencia de la que imaginamos, si no en sí mismos, sí como señal de que nuestra lucha es eficaz. Lo advertiremos, por ejemplo, al experimentar desánimo ante una tentación a la que no cedemos, pero persiste; al sentir fastidio porque algo nos cuesta y, así razonamos, no nos debería costar; al notar molestia porque la entrega no nos atrae del modo sensiblemente arrollador que nos gustaría… Hemos de luchar en lo que podemos luchar, sin darnos de cabeza contra lo que no está en nuestra mano dominar: los sentimientos no están totalmente sometidos a nuestra voluntad y no podemos pretender que lo estén.
Nosotros hemos de aprender a abandonarnos, dejando en manos de Dios el resultado de nuestra lucha , porque sólo el abandono, la confianza eh Dios, vence esas inquietudes. Si queremos ser pescadores de altura, hemos de llevar la barca donde no hacemos pie; hemos de superar el deseo de buscar referencias, de experimentar que vamos adelante. Pero para conseguirlo es decisivo apoyarse en la contricción.
Recomenzar
Simón y sus compañeros siguieron el consejo del Señor… Y pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Del fruto de aquella audacia se beneficiaron otros que vinieron a ayudarles, y las dos barcas se llenaron tanto que casi se hundían. Abundancia tan extraordinaria, llevo a Pedro a advertir la cercanía de Dios y a sentirse indigno de tal familiaridad: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. Sin embargo, pocos minutos después, dejadas todas las cosas, le siguieron. Y fueron fieles hasta la muerte.
Pedro descubrió al Señor en aquella pesca extraordinaria. ¿Habría reaccionado igual si la noche anterior le hubiera ido bien su trabajo? Quizás no. Quizás en un fruto especialmente generoso habría reconocido una ayuda de Jesús, pero no habría advertido hasta que punto Dios estaba cerca y todo se lo debía a Él. Para que el milagro moviera al alma de Simón, convenía que la noche anterior le hubiera ido muy mal a pesar de su empeño sincero.
Buena semana !!
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San Lucas 5:
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».
Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban con romperse.
Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.
Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Lucha y confianza
Habían trabajado toda la noche: en vano. Eran pescadores, sabían hacerlo, era su profesión, tenían experiencia. Pero con todo, no habían pescado nada y estaban cansados. Quizá estuvieran desanimados, con sensación de inutilidad, pensando en dejarlo todo.
La historia termina con una pesca abundante. ¿Por qué esa victoria y el fracaso nocturno? Por la presencia de Jesucristo . Todo lo demás parece desfavorable: redes sin lavar, hora poco apropiada, cansancio físico y anímico de los pescadores… Enseñanza: sin Cristo no hacemos nada , solo habrá cansancio, tensión, desánimo, ganas de dejarlo; trataremos de engañarnos echando a las circunstancias la culpa de nuestra ineficacia; sin Cristo nos invadirá la sensación de inutilidad. En cambio, con Él la pesca es abundante.
La santidad no consiste en el cumplimiento de un conjunto de normas. Es la vida de Cristo en nosotros. Por eso, más que en hacer, está en dejar hacer, en dejarse llevar; pero correspondiendo. La conducta auténticamente cristiana se teje con los hilos de una trama divina y humana: la voluntad del hombre que enlaza con la voluntad de Dios (San Josemaría) . Cuando luchamos por ser santos, el hilo de nuestra voluntad se encuentra con el hilo de la voluntad de Dios y se entrelaza con él para formar un tejido único, una sola pieza que es nuestra vida. Esa trama ha de ir haciéndose cada vez más densa, hasta que llegue un momento en que nuestra voluntad se identifique con la de Dios, de tal modo que no seamos capaces de distinguir una de la otra, porque quieren lo mismo.
Casi al final de su vida en la tierra, Jesús confía a San Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (San Juan). Antes te apoyabas en ti, en tu voluntad, en tu fortaleza; antes pensabas que tu palabra era más segura que la mía… y ya ves los resultados. A partir de ahora te apoyarás en Mí y querrás lo que Yo quiera… y las cosas irán mucho mejor.
La vida interior es una tarea de la gracia que requiere nuestra cooperación . El Espíritu Santo sopla e impulsa nuestra barca. Para nuestra correspondencia disponemos de dos remos: nuestro esfuerzo personal y la confianza en Dios (la seguridad de que Él no nos deja). Los dos remos son necesarios y hemos de desarrollar los dos brazos si queremos que la vida interior avance . Si falla uno, la barca gira sobre si misma, es muy difícil de gobernar; el alma camina entonces como a la pata coja: no avanza, se agota, termina por desfallecer y cae fácilmente.
· Si falta la decisión eficaz de luchar, la piedad es sentimental, las virtudes escasean: el alma parece llenarse de buenos deseos, que resultan sin embargo ineficaces cuando llega el momento del esfuerzo.
· Si, en cambio, todo se confía a una voluntad fuerte, a la decisión de luchar sin contar con el Señor, el fruto es aridez, tensión, cansancio, hastío de una pelea que no trae peces a las redes de la vida interior y del apostolado: el alma se encuentra como Pedro y sus compañeros en la noche infructuosa.
Si advertimos que algo de esto nos sucede, si a veces caemos en desánimos por apoyarnos demasiado en nuestro conocimiento o experiencia, en nuestra voluntad decidida y fuerte… y poco en Jesucristo, pidamos al Señor que suba a nuestra barca. Nos importa mucho su presencia; mucho más que los resultados de nuestro esfuerzo. Es de notar que el Señor no promete una gran pesca, y Simón no la espera. Pero advierte que de todas maneras vale la pena trabajar por el Señor: pero, en tu palabra, echaré las redes.
Abandono
Volvamos un poco atras y dirijamos nuestra mirada a la petición de Jesús: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Lleva la barca a lo profundo. Para adentrarse en la vida interior hay que renunciar a tener los pies en terreno firme totalmente dominado; es preciso avanzar hasta lugares donde fácilmente habrá olas, donde si cayéramos al agua podríamos hundirnos. ¿No estaremos más seguros en la orilla, o donde el agua no supere lar rodillas, o la cintura, o al máximo los hombros? Quizá, efectivamente, nos sentiríamos más seguros. Pero en la orilla no se pesca nada que valga la pena. Si queremos echar las redes para pescar tenemos que llevar la barca a lo profundo, tenemos que sacudirnos el miedo a perder de vista la costa.
¡Cuántas veces Jesucristo echa en cara a los discípulos su miedo!: ¿por qué os asustáis, hombres de poca fe? . ¿No merecemos nosotros ese mismo reproche?: ¿por qué no te fías?, ¿por qué quieres dominarlo y controlarlo todo? ¿por qué te cuesta tanto caminar cuando el sol no luce en todo su esplendor?
El alma tiende instintivamente a buscar referencias, señales que confirmen que va bien. El Señor nos las concede muchas veces, pero no creceremos en nuestra vida interior si dejamos que nos obsesione la necesidad de comprobar nuestro progreso. Quizá tenemos la experiencia de que en momentos de inquietud, en los que no poseemos un juicio claro sobre nuestra rectitud y nos dejamos arrastrar por el deseo de buscar a toda costa una respuesta, terminamos atribuyendo a una cosa nimia un valor del que objetivamente carece: una mirada sonriente o seria, un elogio o una corrección, una circunstancia favorable o un revés, bastan para colorear con un tono brillante u oscuro hechos con los que no guardan relación alguna.
El crecimiento de la vida interior no depende de que estemos seguros de cuál es la Voluntad de Dios . El afan desmesurado de seguridad es el punto donde el voluntarismo se encuentra con el sentimentalismo. En ocasiones, el Señor permite una inseguridad que, bien enfocada, nos ayuda a crecer en rectitud de intención . Lo que importa es abandonarse en sus manos, y en este fiarse de Él se encuentra la paz.
Con nuestra lucha no buscamos provocar sentimientos agradables. Muchas veces los tendremos, otras no. Un poco de examen posiblemente nos haga descubrir que los buscamos con mayor frecuencia de la que imaginamos, si no en sí mismos, sí como señal de que nuestra lucha es eficaz. Lo advertiremos, por ejemplo, al experimentar desánimo ante una tentación a la que no cedemos, pero persiste; al sentir fastidio porque algo nos cuesta y, así razonamos, no nos debería costar; al notar molestia porque la entrega no nos atrae del modo sensiblemente arrollador que nos gustaría… Hemos de luchar en lo que podemos luchar, sin darnos de cabeza contra lo que no está en nuestra mano dominar: los sentimientos no están totalmente sometidos a nuestra voluntad y no podemos pretender que lo estén.
Nosotros hemos de aprender a abandonarnos, dejando en manos de Dios el resultado de nuestra lucha , porque sólo el abandono, la confianza eh Dios, vence esas inquietudes. Si queremos ser pescadores de altura, hemos de llevar la barca donde no hacemos pie; hemos de superar el deseo de buscar referencias, de experimentar que vamos adelante. Pero para conseguirlo es decisivo apoyarse en la contricción.
Recomenzar
Simón y sus compañeros siguieron el consejo del Señor… Y pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Del fruto de aquella audacia se beneficiaron otros que vinieron a ayudarles, y las dos barcas se llenaron tanto que casi se hundían. Abundancia tan extraordinaria, llevo a Pedro a advertir la cercanía de Dios y a sentirse indigno de tal familiaridad: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. Sin embargo, pocos minutos después, dejadas todas las cosas, le siguieron. Y fueron fieles hasta la muerte.
Pedro descubrió al Señor en aquella pesca extraordinaria. ¿Habría reaccionado igual si la noche anterior le hubiera ido bien su trabajo? Quizás no. Quizás en un fruto especialmente generoso habría reconocido una ayuda de Jesús, pero no habría advertido hasta que punto Dios estaba cerca y todo se lo debía a Él. Para que el milagro moviera al alma de Simón, convenía que la noche anterior le hubiera ido muy mal a pesar de su empeño sincero.
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