Comunicación, comunicación… la clave está en la comunicación. Los amigos funcionan si hay comunicación, los matrimonios funcionan con comunicación, lo mismo pasa con las parejas y las familias. Con Dios no se hace excepción; o tienes comunicación con él tratándole habitualmente, o apaga y vámonos.
Dicen por ahí los de la FIFA que Cristiano Ronaldo es el mejor jugador del mundo. Tiene potencia, velocidad, regate, técnica, ambición…y sin embargo esta temporada no se puede decir que haya estado nada fino. Su rendimiento ha disminuido, ha metido menos goles y su aportación al equipo ha sido mucho más discreta. ¿Cómo es posible si es el megacrak? Porque ha tenido una mala comunicación con su entrenador.
En nuestra vida, a veces nos sucede lo mismo. Nos podemos creer buenísimos, estrellas. Nos podemos colgar medallitas con nuestros grandes éxitos. Nos podemos creer imparables, invencibles, autosuficientes. Creemos no necesitar a nadie, saberlo todo.
Quizás pienses que eso es un poco exagerado. Que a ti no te ocurre: “tampoco soy tan flipao”. Piénsalo dos veces. Cuántas veces hemos desechado consejos de los demás, despreciado ayuda de otros. Cuántas veces hemos sonreído disimuladamente cuando le pasa algo malo a alguien mientras nos decimos “jamás cometería ese error”, “hay que ser torpe”, “menos mal que mi vida es mejor y todo marcha bien”. Cuando la vida nos sonríe, cuando todo va bien, nuestro ego crece y nos acabamos creyendo que somos los “reyes del mambo”.
Y al primero que abandonamos es a Dios. “Total, para qué voy a perder mi tiempo preciado en algo que, realmente, no necesito”. “Siempre puedo rezar luego, cuando lo necesite”. Acudimos y pedimos ayuda a los demás y a Dios cuando vemos la realidad de nuestra debilidad. Ay amigo, entonces somos los más devotos.
Esta actitud lleva directamente al fracaso. Al bloqueo personal, a la infelicidad. No crecemos como personas. Cristiano pasa de ser el mejor del mundo a ser cuestionado en el vestuario. Y es que sólo el entrenador sabe cómo puede funcionar mejor en el campo, cómo puede dar lo mejor de sí, brillando él y su equipo. De lo contrario, por muy bueno que sea, se dispersa. Entre nosotros y Dios pasa lo mismo. Por mucho que nos creamos Rambo, la realidad es que sin Él damos poco fruto, no alcanzamos la plenitud de nuestra vida y naufragamos. Sin su consejo, luz y gracia, pronto nos chocamos con nuestra flaqueza, insuperable para nosotros.
Y la clave es la comunicación. Si Ronaldo discute con el míster, si la relación entre ellos es fría y distante, el laureado jugador decrece. Si nosotros no hablamos con Dios, si no tenemos una relación de amor con Él, nos pasa igual. Le necesitamos. Él fue quien nos pensó para el equipo. Él sabe cómo podemos alcanzar nuestra victoria y la de los demás. Sólo Él. Él te creó.
Tratarle, amarle, ser su amigo, sentirle como Padre. ¿Cómo? No estando con Él sólo cuando nos apetezca, cuando le necesitemos especialmente… sino siempre, pase lo que pase. A través de la oración, de los sacramentos. Todos los días ofrecerle tu día, contarle, escucharle…tenerle presente. Poner tu vida en Sus manos. Confiar en su consejo. Pedirle ayuda.
Y ahora, en medio de exámenes, ¡también! Justo en momentos importantes es cuando más necesitas no dejar de recibir su fuerza, su aliento, su gracia, su paz. Organízate el día. Encuentra unos minutos para Él. Ofrécele tu estudio por los demás. Agárrate a Su mano poderosa y no la sueltes, ¡vamos!
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