Algunos no son hábiles para pensar, pero todos
lo son para amar Santa Teresa de Jesús
¿Qué tal va esa recta final del verano? Esperamos que estos meses hayan sido provechosos. Si lo han sido, es el momento para que sigas en la línea esforzándote por aprovechar a tope las últimas semanas. ¿Y si no? Que no cunda el pánico señoras y señores, es normal que uno sienta muchas veces que ha perdido el tiempo, que no ha hecho ni la mitad de los planes y proyectos. Bueno, no te torres por lo perdido y ¡céntrate en lo que queda! Aún tienes tiempo para hacer miles de cosas. No te agobies y tómate en serio los últimos días. Aquí un servidor se ha hecho una lista con los planes pendientes para el último suspiro del verano. Hay que salir del verano por la puerta grande.
¿Y qué mejor proyecto que cuidar mejor la Misa? Hoy vamos a repasar un poco, de una manera práctica, qué significa la Misa para nosotros, damas y caballeros de este nuestro siglo XXI recién comenzado.
¿Qué es eso de la Misa? La Misa es la actualización del sacrificio de Jesús en la Cruz. “¿Lo qué?” Cristo en la Cruz entregó su Cuerpo y Sangre por toda la humanidad, por ti en concreto. Pero Él quería no quedarse sólo ahí, sino además hacer esa entrega todos los días de tu vida. Y todos los días, en la Misa, Jesús vuelve a hacerse presente, bajo las formas de pan y vino, y te entrega su Cuerpo y Sangre para poder estar contigo. Para abrazarte, curarte, quedarse contigo. Él nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y con la Misa viene a estar contigo de una manera palpable y más íntima que puedas imaginar.
El pan y el vino no es más que eso. Pero en la Misa, en el momento de la Consagración (cuando nos arrodillamos), Dios a través del sacerdote convierte ese pan y vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. NO, NO, NO, NO, NO, no es una representación o un teatrillo de la Última Cena, no es un acto de caridad sin más, no es ningún truco de magia. El mismo Cristo Jesús, el Salvador de tu vida, el Rey del Universo, el mismo Dios que creó el mundo, que te soñó y que día tras día vela por ti y te ama con locura, se entrega en el Altar y viene para estar contigo, para que le recibas en el fondo de tu corazón. Ese “trozo de pan” es ahora DIOS.
Voy a contarte un par de ejemplos para que veas la verdadera presencia del Señor bajo las formas de pan y vino. Hace algún tiempo, en un lugar en guerra, unos soldados entraron en una iglesia y, encañonando al sacerdote le obligaron a abrir el Sagrario, donde estaba la Hostia Consagrada, el mismo Dios. Uno de ellos, cogiendo la Sagrada Forma (otra forma de llamarlo), dijo altanero “¿y tratáis a esto como si fuera Dios?” la tiró al suelo y con el tacón de la bota la restregó. Al apartar el pie, descubrieron que en torno a la Hostia había un charco de sangre. De la Hostia había surgido sangre. Era la sangre de Jesús. Fue un milagro que permitió Dios para que aquellos soldados le encontrasen a Él bajo la forma del pan.
Otro ejemplo famoso es el de un sacerdote que atravesaba un momento difícil en su vida. Llevaba un tiempo con dudas de fe, planteándose seriamente dejarlo todo. Abandonar. Le pedía a Dios ayuda, una prueba de su existencia, de que seguía estando con Él. Un día, celebrando Misa, justo en el momento de la Consagración, al alzar el Cuerpo de Cristo al cielo, comenzó a brotar sangre de la Hostia. Tal cual. Otro milagro de Dios, que está empeñado en que creamos en su presencia efectiva y real en la Eucaristía.
¿Y nosotros ante todo esto cómo respondemos? Sí, somos un poco cutres. Tampoco nos vamos a engañar a esta altura de la película. Se nos ocurren miles de cosas que hacer antes que ir a Misa. A veces parece que le hacemos un favor a Dios y al señor cura correspondiente si aparecemos por allí. Ja! Qué bien nos engaña el Demonio. Y una vez allí, además, estamos más pendiente del vestido de nosequién o de la alineación que sacará el Madrid el próximo domingo, que del mismo Dios presente.
En nuestra miseria, ¿qué podemos hacer? Dios a través de la Iglesia nos pide que acudamos a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Qué mínimo que dedicarle al Señor de las cosas que viene a verte un rato del domingo. Esa es la primera lucha. Asegura la Misa del domingo y de las fiestas (el cura avisa cuándo, tranqui). Detalles importantes: intenta estar un poco antes, 5 minutos, para meditar y hablar con el Señor sobre lo que va a ocurrir, para preparar tu comunión. Luego en Misa trata de estar lo más atento posible. Es normal que a veces te distraigas, pero recupera la concentración, y recuerda que igual que estarías atento en una audiencia con el rey o con un deportista famoso, qué menos con el mismo Dios. Comulga siempre en gracia de Dios (esto es; sin conciencia de pecado mortal), si no estás en gracia confiésate y la próxima vez puedes comulgar sin problemas. Si ese día no puedes comulgar, puedes pedirle al Señor, con una comunión de deseo, que te dé gracia y fuerza para poder hacerlo pronto. Y Él siempre ayuda. Y respeta la hora de ayuno que recomienda la Iglesia antes de comulgar (¡¡nada de comulgar con un chicle en la boca que es Dios, tronco!!).
La Misa cambia a la gente. La acerca a Dios de una manera incomparable. Es convertirse en un Sagrario del Señor. Dios habita en ti, y tú en Él. Jesús hace morada dentro de ti. Se queda contigo para acompañarte allá donde vayas. No lo olvides. Dicen que santa Teresa se sonreía por dentro cuando la gente decía que ojalá hubiesen nacido en tiempos de Jesús para verle y estar con Él: ¿no iban a Misa? ¿Cuál era la diferencia? Es el mismo Dios que multiplicó los panes y los peces o se transfiguró en el Monte Tabor. Haz tú también de la Misa un encuentro vivo con el Señor; háblale, pídele por tu gente, ámale todo lo que puedas. Pero ante todo, nunca desistas, nunca le abandones…Él no lo va a hacer.
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