Este es un tema que ya hemos planteado y hablado alguna vez. No es que nos queramos repetir constantemente, pero creemos que es algo fundamental que lo tengas siempre presente: la necesidad que tenemos todos de salir de nosotros mismos, en lugar de encerrarnos en nuestras pequeñas cosas.
Una tendencia común
Esta es una constante, señoras y señores, que se repite siempre y en todo homínido evolucionado que supera el grado de trepa-árboles. En incluso en la Historia de países y grupos humanos. Y es que está demostrado que cuanto más nos centramos en nosotros mismos, en nuestras historias y problemas, más frustraciones encontramos, y más infelices acabamos siendo.
Todos hemos vivido esto, y en el fondo de nuestro corazón lo sabemos. No hay nada peor que estar todo el día pendiente de uno mismo, de lo que apetece y no apetece hacer. Acabo uno convirtiéndose en una especie de niño mimado que patalea y llora porque le han puesto lentejas para comer. Y lo triste es que sabemos que ejemplos tan tontos muchas veces son verdad: nos podemos llegar a cabrear o a poner tristes por cosas que… en fin. Y es porque estamos tan centrados en que todo gire a nuestro alrededor, en que se nos trate como si fuéramos los amos y señores del mambo que, claro, cuando te das cuenta que no eres más que un ser humano más en un mundo un tanto cabroncete (permítaseme), entras en una crisis existencial de caballo.
Pero no sólo eso. Puede que seas un tipo que se esfuerza por hacer muchas cosas y consigas estar siempre ocupado en cosas que no tienen que ver directamente contigo. A pesar de ello, es todo un clásico que cuando llegue una crisis (laboral o de estudios, de amoríos, familiar o cualquier otro tipo) uno se encierra en sí mismo y pasa muchísimo tiempo lamiendo sus heridas. Aunque tenemos esa tendencia natural, es algo que poco menos que masoquismo: nos encanta estar solos en los momentos difíciles, comernos el pastel, y dar vueltas una y otra vez a lo mismo, metiendo el dedo en la llaga constantemente.
Si algo nos enseña Jesús, que creo que es una autoridad para esto de la vida, es a amar. Amar a Dios, y amar al prójimo como a uno mismo. Y amar supone, como bien sospechas, salir de uno. Salir de nuestra pequeña charca, de nuestros asuntillos particulares y que poco aportan al mundo y a uno mismo, y tratar de expandirse a los demás. No es que tus hobbies y tus cosas sean malas, ni que debas dejar de prestarles atención. No se trata de que salgas de tu cuerpo como el protagonista de Ghost y vayas atravesando puertas y paredes siguiendo a otras personas. El punto clave es que dejes de ser el centro de tu vida, para que pasen a serlo Dios y los demás. Si al cabo de un día, el 90% de tus pensamientos eran sobre tus movidas, es síntoma de que todas tus esperanzas y esfuerzos los dedicas para ti, sistema que como la vida demuestra, acaba siendo frustrante. Si consigues poner tu norte en salir de ti, y centrarte en el prójimo, en tus amigos, en tu familia, al final tus problemas son secundarios y te afectan. No porque sean menos importantes, sino porque tu felicidad no dependerá tanto de tu éxito personal como de la felicidad de los que te rodean. Y eso, sin duda, es lo más pleno de este nuestro mundo.
Es la oferta que te hace Dios hoy, ahora. Centrarte en los demás, olvidarte un poco de ti. No que abandones tus obligaciones y buenas pasiones, sino que no te pongas en el centro del planeta buscándote sólo a ti. Y qué mejor forma de entrenar esto un poco que en Cuaresma. La Iglesia propone, como bien sabes, ayuno, limosna y oración. Las tres supone salir de nuestras pequeñas esclavitudes y perezas para poder estar más pendiente de Dios (ayuno y oración), y del prójimo (limosna). Te ayudarán a relativizarte un poco, olvidarte de tus heridas y penas (que por más que las des importancia y te tortures con ellas no vas a resolverlas) para volcarte en ayudar a los demás. Sólo en Dios y en el prójimo encontrarás felicidad, ya sabes que el propio “yo” no da para mucho. No te encierres en ti, ¡¡sal, sal, sal!! Y respira un poco de Dios.
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