Cuánta gente de tu ambiente se sorprende porque eres cristiano! ¿Tú?, pero si tú ibas de enrollado, ¿cómo vas a ser tú de la cantera de Rouco? Te lo habrán dicho compañeros en las cenas de clase, quizás en tu oficina o cuando salió el tema en un debate en el ‘tuto’. Es cierto, y sorprende más cuando quienes se consideran creyentes son un jovenzuelo de 16 años o una universitaria de 21.
A ti, seguramente, te han hecho comentarios muchas veces a pillar: ¿qué hay del aborto?, ¿cómo va ser un pan tu Dios?, ¿y esos curas pederastas?, que si el Papa vive como un marajá, etc, etc. Cuando muestras tus cartas y los de tu alrededor saben que eres católico –o que lo intentas- las miradas se giran hacia ti. Y con ello, una serie de responsabilidades y de luchas que cuando eras un chaval de ESO no imaginabas. Desde entonces, tú te conviertes en la Iglesia católica para ellos.
No sé por qué se acercan a mí
Irán a ti a preguntarte sus dudas, para ello tendrás que preocuparte de tu formación en la fe; acudirán cuando estén en conflicto con su vida y necesiten un consejo; y algunos se reirán o murmurarán porque eres de esos locos que siguen leyendo la vida de Jesucristo. Y esta última parte, nos suele costar a todos.
Viene a tu cabeza en más de una ocasión eso de: ¿por qué a mí?, ¿no tiene de otro de quien burlarse?, ¿no puede ayudarles otro?, ¿quizás la solución sea disimular mi fe en público?... Así es, amigos míos, pero piénsalo de otra forma. Si esto sucede es porque ven en ti algo más, a Alguien más. Quizás intuyan el rostro de Dios en el tuyo. Es tan fuerte como cierto.
Lee esta 2ª Co, 3:
“¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para vosotros o de vuestra parte? Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; pues es notorio que sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio y escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra sino en tablas que son corazones de carne.
Y esta confianza la tenemos por Cristo ante Dios. No es que por nosotros seamos capaces de pensar algo como propio nuestro, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual también nos hizo idóneos para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. Pues si el ministerio de muerte, grabado con letras sobre piedras, resultó glorioso, hasta el punto de que los hijos de Israel no podían fijar su vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, que era perecedera, ¿con cuánta mayor razón será más glorioso el ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de la condenación fue glorioso, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia. Y verdaderamente, aquella glorificación deja de ser gloriosa en comparación con esta gloria eminente. Porque si lo perecedero pasó por un momento de gloria, con mucha más razón lo duradero permanece en gloria.
Teniendo, pues, esta esperanza, procedemos completamente confiados, y no como Moisés, que se ponía un velo sobre la cara para que los hijos de Israel no se fijasen en el final de lo que estaba destinado a perecer. Pero sus inteligencias se embotaron. En efecto, hasta el día de hoy perdura en la lectura del Antiguo Testamento ese mismo velo, sin haberse descorrido, porque sólo en Cristo desaparece; verdaderamente, hasta hoy, siempre que se lee a Moisés, está puesto un velo sobre sus corazones; "pero cuando se conviertan al Señor, será quitado el velo". El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad.
Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados en su misma imagen, cada vez más gloriosos, conforme obra en nosotros el Espíritu del Señor”. [Hasta aquí la cita]
¿Cómo se te queda el cuerpo? En ti, a medida que te acercas a Dios, Jesús va creciendo en tu interior. A medida que Le dejas obrar en tu vida, va creciendo Su imagen en ti. Y eso, también lo notan tus coetáneos. ¡Aprovéchalo y actúa! No te creas un salvador ni el rey del mambo, sólo un mensajero del Único que salva. Disfruta la oportunidad que te ha regalo Jesucristo de ser hoy en tu realidad su nuevo apóstol. ¿Hay una misión mejor?
Déjate guiar por el Espíritu Santo, sólo así tendrá éxito tu misión. Él es esa vocecilla que te dice que aproveches el tiempo, que estudies cuando toca, que dediques tiempo a tus amigos, que colabores con los más necesitados, que aconsejes a ese colega, que compartas más tus preocupaciones con tus padres, etc, etc. Si hay fallos, Dios es rico en misericordia. ¡No hay problema! En cambio, espero que desde ahora mires esos retos con otros ojos -con una mirada más sobrenatural- y entiendas que el Mesías se puede servir de ti para hacer muchas cosas grandes. No le digas que no.
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