20/2/08

Mensaje del Papa para Cuaresma 2008

«Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre»
(2 Corintios 8,9)


¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas, lo afirma Jesús de manera perentoria: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf. 2Cor 8,9; Rm 15,25-27 ).

2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un medio de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).

En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.

3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que ser en secreto. «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha», dice Jesús, «así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo vaya a mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra. Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. ¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de sostén al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que «Dios ve en el secreto» y en el secreto recompensará no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.

4. Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. Y hay más: San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. «La caridad -escribe- cubre multitud de pecados» (1P 4,8). Como a menudo repite la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.

5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: «Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo» (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona.

Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días inmediatamente precedentes a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.

6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a «entrenarnos» espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el Apóstol San Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, que este tiempo esté caracterizado por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor. María, Madre y Sierva fiel del Señor, ayude a los creyentes a llevar adelante la «batalla espiritual» de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2007

BENEDICTUS PP. XVI

8/2/08

¿Rezar cambia las cosas?

Dicen que rezar cambia las cosas, pero ¿es REALMENTE cierto que cambia algo?

¿Rezar cambia tu situación presente o tus circunstancias? No, no siempre, pero cambia el modo en el que ves esos acontecimientos.

¿Rezar cambia tu futuro económico? No, no siempre, pero cambia el modo en que buscas atender tus necesidades diarias.

¿Rezar camba corazones o el cuerpo dolorido? No, no siempre, pero cambiará tu querer por el querer de Dios.

¿Rezar cambia tu querer y tus deseos? No, no siempre, pero cambiará los ojos con los que tú ves el mundo.

¿Rezar cambia el mundo? No, no siempre, pero cambiará los ojos con los que tú ves el mundo.

¿Rezar cambia tus culpas del pasado? No, no siempre, pero cambiará tu esperanza en el futuro.

¿Rezar cambia a la gente a tu alrededor? No, no siempre, pero te cambiará a ti, pues el problema no está siempre en otros.

¿Rezar cambia tu vida de un modo que no sabes explicar? Ah, sí, siempre. Y esto te cambiará totalmente.

Entonces, ¿rezar cambia ALGO? Sí, REALMENTE cambia TODO. Transforma el modo de VER los acontecimientos de la vida.

+ Pese a los exámenes, no dejes de escuchar la voz de Dios. No dejes de reservarle un rato para Él. Un rato en el que abras tu corazón y le cuentes lo que más te importa. Él cada día espera tener ese rato junto a ti. No le hagas esperar…



Buena semana!!

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Adopta espiritualmente a un niño en peligro de ser abortado

No hay vocación más religiosa que el trabajo. Un laico católico, hombre o mujer, es alguien que toma el trabajo en serio. Sólo el cristianismo ha dado un sentido religioso al trabajo y reconoce el valor espiritual del progreso tecnológico. Juan Pablo II


El informativo Novo Millennio de María Visión, el canal de televisión católico mexicano, ha lanzado una campaña de adopción espiritual de bebés en peligro de ser abortados inspirada en la que realizó hace años el Arzobispo de Nueva York, Fulton J. Sheen. GRUPO CIRCULAR quiere sumarse a esta preciosa iniciativa para así rezar, y promover la oración, por los niños no nacidos con riesgo de jamás nacer.
A continuación reproducimos el texto de María Visión donde se expone la idea
*****
Un velo de muerte e injusticia cubre nuestra Nación y el mundo entero.
Nosotros podemos descorrerlo con nuestras oraciones, que consuelan los Corazones de Jesús y de María, y que irán iluminando poco a poco este momento de oscuridad.
Adoptar espiritualmente a un bebé en peligro de ser abortado, consiste en rezar por un bebé durante nueve meses, convirtiéndote así en el papá o en la mamá espiritual de ese pequeño. Debajo de este texto encontrarás la oración que ya han recibido miles de personas. Puedes rezarla sola, o acompañada del Rosario, o de una misa, o de una visita al Santísimo, o de tres Aves Marías. Como cada persona quiera y pueda. Lo que pedimos es que no se olvide ni un solo día el compromiso de orar por el pequeño adoptado.
Tú eliges la fecha de adopción, que es la fecha en la que en algún lugar del mundo ha sido concebido un bebé, y que correrá el riesgo de morir. Le pones el nombre que tú quieras y tu compromiso es cuidarlo con tu oración amorosa durante nueve meses. Muchas personas deciden seguir rezando en forma indefinida por su hijo espiritual, pero eso ya depende de cada persona.
Estamos elaborando una base de datos con el nombre de la mamá o el papá, o pareja adoptivos, el nombre del bebé, la fecha de adopción y el lugar desde el que escriben. Cuando me den la fecha de adopción, yo les informaré la fecha de su nacimiento.
La base de datos contiene esta información.
Nombre de quien adopta: …
Nombre del bebé: …
Fecha de adopción: …
Lugar de residencia: …
Cuando lleguemos al millón de niños adoptados, acudiremos a ponerla a los pies de Nuestra Señora en la Basílica de Guadalupe en México, para decirle a Nuestra Madre que su rosto fiel no quiere que derrame más lágrimas por las muertes de tantos y tantos inocentes.
¿Quién puede adoptar? Cualquier persona: hombres, mujeres, niños (con la ayuda de un adulto, si es muy chiquito), jóvenes, matrimonios, parejas de novios, sacerdotes, religiosas, ancianos, es decir, cualquier persona de buena voluntad que quiera asumir esta preciosa responsabilidad en serio.
Algunas personas adoptan varios bebés, pero saben que tienen el compromiso de rezar por cada bebé en particular. No tendría sentido nuestra campaña de oración y amor, si no fuera así.
Y además de salvar la vida de un niño en peligro de ser abortado, estamos también salvando a sus papás de caer en la terrible trampa del aborto.
Recibe un abrazo en el Niño Jesús
+Isabel Álvarez de la Peza
¡Mándame tu adopción!
PARA ADOPTAR PULSA AQUÍ Y RELLENA LA FICHA
(es muy sencillo y RÁPIDO, tal y como antes te dijimos)

Las oraciones:
+ Se reza durante nueve meses:
Señor Jesús: por mediación de María, Tu Madre, que te dio a luz con amor, y por intercesión de San José, quien contempló extasiado el Misterio de la Encarnación y se ocupó de Ti tras tu nacimiento, te pido por________________, este pequeño no nacido que he adoptado espiritualmente, y que se encuentra en peligro de ser abortado. Te pido que des a los padres de este bebé amor y valor para que le permitan vivir la vida que Tú mismo le has preparado. Amén.
+ Ahora bien, la siguiente oración se reza diariamente a la hora de rezar el Santo Rosario o sola:
Oración matutina:
Bendito seas, Señor, por este nuevo día. Te alabo por el don de la vida. Al despertar del sueño, te pido especialmente por aquellos que serán trágicamente privados de la vida porque serán abortados. Recíbelos, Señor. Y en tu gran misericordia, guía con tu sabiduría a todas las mujeres embarazas que estén pensando hoy en destruir a los niños que llevan en su seno. Dales la gracia, el valor y la fortaleza para vivir diariamente según tu voluntad. Te lo pido por Cristo, Nuestro Señor, Amén.
Jaculatoria: Madre de los niños que no han nacido, ruega por nosotros.
"Durante su vida terrenal este niño adoptado por ti será conocido sólo por Dios, pero en el mundo venidero y por toda la eternidad tanto tú, como el niño, encontrarán la felicidad cada uno en la compañía del otro."
(Toda la información AQUÍ: MARÍAVISIÓN)

GRUPO CIRCULAR os anima a que participéis y a que se lo mandéis a todos los que queráis. Es tan sencillo y vale tanto… tanto que quizás ayude a que miles de niños tengan el derecho principal, el derecho a VIVIR.
Muchísimas GRACIAS!!
Cualquier duda: GRUPOCIRCULAR@GMAIL.COM
+ Esta campaña está aprobada por el Obispo de Guadalajara (Méjico)

Buena semana!!
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7/2/08

Aprender a fiarse de Dios

¿Qué razón tienes para no amar?, ¿que el otro respondió a tus favores con injurias?, ¿que quiso derramar tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, ésas son razones que te han de mover a amar más aún. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Cómo? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segunda, porque ése precisamente necesita de más ayuda y de más intenso cuidado. San Juan Crisóstomo



En tiempo de exámenes es muy fácil perder un poco el norte en la brújula. Las prisas, el a ya yai que no me va a dar tiempo, el estrés… son ingredientes que pueden hacer que se pierda un poco el sabor de Dios en nuestra rutina. Pero aquí te dejo un texto que te va a demostrar que ahora es un tiempo perfecto para ejercitar nuestro trato con Dios.

San Lucas 5:
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».
Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban con romperse.

Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.

Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.


Lucha y confianza
Habían trabajado toda la noche: en vano. Eran pescadores, sabían hacerlo, era su profesión, tenían experiencia. Pero con todo, no habían pescado nada y estaban cansados. Quizá estuvieran desanimados, con sensación de inutilidad, pensando en dejarlo todo.

La historia termina con una pesca abundante. ¿Por qué esa victoria y el fracaso nocturno? Por la presencia de Jesucristo . Todo lo demás parece desfavorable: redes sin lavar, hora poco apropiada, cansancio físico y anímico de los pescadores… Enseñanza: sin Cristo no hacemos nada , solo habrá cansancio, tensión, desánimo, ganas de dejarlo; trataremos de engañarnos echando a las circunstancias la culpa de nuestra ineficacia; sin Cristo nos invadirá la sensación de inutilidad. En cambio, con Él la pesca es abundante.

La santidad no consiste en el cumplimiento de un conjunto de normas. Es la vida de Cristo en nosotros. Por eso, más que en hacer, está en dejar hacer, en dejarse llevar; pero correspondiendo. La conducta auténticamente cristiana se teje con los hilos de una trama divina y humana: la voluntad del hombre que enlaza con la voluntad de Dios (San Josemaría) . Cuando luchamos por ser santos, el hilo de nuestra voluntad se encuentra con el hilo de la voluntad de Dios y se entrelaza con él para formar un tejido único, una sola pieza que es nuestra vida. Esa trama ha de ir haciéndose cada vez más densa, hasta que llegue un momento en que nuestra voluntad se identifique con la de Dios, de tal modo que no seamos capaces de distinguir una de la otra, porque quieren lo mismo.

Casi al final de su vida en la tierra, Jesús confía a San Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (San Juan). Antes te apoyabas en ti, en tu voluntad, en tu fortaleza; antes pensabas que tu palabra era más segura que la mía… y ya ves los resultados. A partir de ahora te apoyarás en Mí y querrás lo que Yo quiera… y las cosas irán mucho mejor.

La vida interior es una tarea de la gracia que requiere nuestra cooperación . El Espíritu Santo sopla e impulsa nuestra barca. Para nuestra correspondencia disponemos de dos remos: nuestro esfuerzo personal y la confianza en Dios (la seguridad de que Él no nos deja). Los dos remos son necesarios y hemos de desarrollar los dos brazos si queremos que la vida interior avance . Si falla uno, la barca gira sobre si misma, es muy difícil de gobernar; el alma camina entonces como a la pata coja: no avanza, se agota, termina por desfallecer y cae fácilmente.
· Si falta la decisión eficaz de luchar, la piedad es sentimental, las virtudes escasean: el alma parece llenarse de buenos deseos, que resultan sin embargo ineficaces cuando llega el momento del esfuerzo.
· Si, en cambio, todo se confía a una voluntad fuerte, a la decisión de luchar sin contar con el Señor, el fruto es aridez, tensión, cansancio, hastío de una pelea que no trae peces a las redes de la vida interior y del apostolado: el alma se encuentra como Pedro y sus compañeros en la noche infructuosa.

Si advertimos que algo de esto nos sucede, si a veces caemos en desánimos por apoyarnos demasiado en nuestro conocimiento o experiencia, en nuestra voluntad decidida y fuerte… y poco en Jesucristo, pidamos al Señor que suba a nuestra barca. Nos importa mucho su presencia; mucho más que los resultados de nuestro esfuerzo. Es de notar que el Señor no promete una gran pesca, y Simón no la espera. Pero advierte que de todas maneras vale la pena trabajar por el Señor: pero, en tu palabra, echaré las redes.

Abandono
Volvamos un poco atras y dirijamos nuestra mirada a la petición de Jesús: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Lleva la barca a lo profundo. Para adentrarse en la vida interior hay que renunciar a tener los pies en terreno firme totalmente dominado; es preciso avanzar hasta lugares donde fácilmente habrá olas, donde si cayéramos al agua podríamos hundirnos. ¿No estaremos más seguros en la orilla, o donde el agua no supere lar rodillas, o la cintura, o al máximo los hombros? Quizá, efectivamente, nos sentiríamos más seguros. Pero en la orilla no se pesca nada que valga la pena. Si queremos echar las redes para pescar tenemos que llevar la barca a lo profundo, tenemos que sacudirnos el miedo a perder de vista la costa.

¡Cuántas veces Jesucristo echa en cara a los discípulos su miedo!: ¿por qué os asustáis, hombres de poca fe? . ¿No merecemos nosotros ese mismo reproche?: ¿por qué no te fías?, ¿por qué quieres dominarlo y controlarlo todo? ¿por qué te cuesta tanto caminar cuando el sol no luce en todo su esplendor?

El alma tiende instintivamente a buscar referencias, señales que confirmen que va bien. El Señor nos las concede muchas veces, pero no creceremos en nuestra vida interior si dejamos que nos obsesione la necesidad de comprobar nuestro progreso. Quizá tenemos la experiencia de que en momentos de inquietud, en los que no poseemos un juicio claro sobre nuestra rectitud y nos dejamos arrastrar por el deseo de buscar a toda costa una respuesta, terminamos atribuyendo a una cosa nimia un valor del que objetivamente carece: una mirada sonriente o seria, un elogio o una corrección, una circunstancia favorable o un revés, bastan para colorear con un tono brillante u oscuro hechos con los que no guardan relación alguna.
El crecimiento de la vida interior no depende de que estemos seguros de cuál es la Voluntad de Dios . El afan desmesurado de seguridad es el punto donde el voluntarismo se encuentra con el sentimentalismo. En ocasiones, el Señor permite una inseguridad que, bien enfocada, nos ayuda a crecer en rectitud de intención . Lo que importa es abandonarse en sus manos, y en este fiarse de Él se encuentra la paz.

Con nuestra lucha no buscamos provocar sentimientos agradables. Muchas veces los tendremos, otras no. Un poco de examen posiblemente nos haga descubrir que los buscamos con mayor frecuencia de la que imaginamos, si no en sí mismos, sí como señal de que nuestra lucha es eficaz. Lo advertiremos, por ejemplo, al experimentar desánimo ante una tentación a la que no cedemos, pero persiste; al sentir fastidio porque algo nos cuesta y, así razonamos, no nos debería costar; al notar molestia porque la entrega no nos atrae del modo sensiblemente arrollador que nos gustaría… Hemos de luchar en lo que podemos luchar, sin darnos de cabeza contra lo que no está en nuestra mano dominar: los sentimientos no están totalmente sometidos a nuestra voluntad y no podemos pretender que lo estén.

Nosotros hemos de aprender a abandonarnos, dejando en manos de Dios el resultado de nuestra lucha , porque sólo el abandono, la confianza eh Dios, vence esas inquietudes. Si queremos ser pescadores de altura, hemos de llevar la barca donde no hacemos pie; hemos de superar el deseo de buscar referencias, de experimentar que vamos adelante. Pero para conseguirlo es decisivo apoyarse en la contricción.

Recomenzar

Simón y sus compañeros siguieron el consejo del Señor… Y pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Del fruto de aquella audacia se beneficiaron otros que vinieron a ayudarles, y las dos barcas se llenaron tanto que casi se hundían. Abundancia tan extraordinaria, llevo a Pedro a advertir la cercanía de Dios y a sentirse indigno de tal familiaridad: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. Sin embargo, pocos minutos después, dejadas todas las cosas, le siguieron. Y fueron fieles hasta la muerte.
Pedro descubrió al Señor en aquella pesca extraordinaria. ¿Habría reaccionado igual si la noche anterior le hubiera ido bien su trabajo? Quizás no. Quizás en un fruto especialmente generoso habría reconocido una ayuda de Jesús, pero no habría advertido hasta que punto Dios estaba cerca y todo se lo debía a Él. Para que el milagro moviera al alma de Simón, convenía que la noche anterior le hubiera ido muy mal a pesar de su empeño sincero.


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15/1/08

Comenzar, recomenzar

Mira cómo el agua de mar se filtra por las rendijas del casco; y poco a poco, llena las bodegas, y si no se la saca, sumerge la nave... Imitad a los navegantes: sus manos no cesan hasta secar el hondón del barco; no cesen tampoco las vuestras de obrar el bien. Sin embargo, a pesar de todo, volverá a llenarse otra vez el fondo de la nave, porque persisten las rendijas de la flaqueza humana; y de nuevo será necesario achicar el agua.

San Agustín


Hasta hoy siempre me había estado desesperando cuando no salían las cosas como yo quería. Nos suele doler a todos ver cómo lo que te propusiste, lo que sabías que tenías que hacer, no sale. Es más, que incluso lo haces peor que antes. Empiezas a pensar que no sirves para esto, que te queda grande la vida, y más aún el reto de ser cristiano. Que no merece la pena luchar por lo crees, que el mundo está como está y que ya bastante haces. Millones de teorías te y me inundan la cabeza… y es tan fácil creértelas…

Gracias a ti, Dios mío, mi propósito, mi vocación, es seguirte, conocerte, tratarte y amarte. Y gracias a saber esos pequeños detalles he sabido que tú no me miras con los ojos que yo me miro. Te tengo que dar las gracias porque cuando me miras –cuando Dios nos mira, a ti también- no ves el fracasado que yo injustamente veo, no ves a alguien que haga mal las cosas, no ves a un miserable. Tú Señor ves todo lo contrario. Ves a un hijo pequeño tuyo poniendo todo su esfuerzo en un proyecto que va más allá de las miras humanas, ves a una chiquilla/o que va a salir adelante a pesar de sus miles de defectos, y sobre todo Señor –y por esto es por lo que hoy tú y yo le tenemos que dar las gracias- no te asustas de que falle sino que coges mis miserias, mis bajezas, y las besas. No te asustas por ellas sino que me dices que aún siendo pecador me sigues queriendo, que volverías a dar la vida por mí –por ti- en la Cruz. Lo único que me pides es que si peco, si fallo, vuelva a ti corriendo y, lo que más me impresiona, me dices a mí: "cuando me das tus pecados, hijo mío, me das la alegría de ser tu Salvador". Y en vez, como yo siempre pienso, de negarme tu confianza -Señor- en mí, me renuevas mi vocación cristiana y me dices que me sigues eligiendo a pesar de mis defectos, que luche todo lo que pueda y que me encomiende a ti cuando el vaso empiece a desbordarse y vea que no puedo más.

Que injustos somos a veces con nosotros mismos. ¿Nunca te ha pasado? Que estúpida es la desesperación, pero hay que dar gracias a Dios porque todos los días nos da lecciones de esperanza. Me dices, Jesús, que el artista no domina su instrumento sino después de muchos años de ejercicios repetidos con paciencia. Lógicamente, a veces somos muy "listos" y pensamos alcanzar el dominio de nosotros mismo de otra forma que no sea esa repetición de actos, e incluso pensamos que la dificultad nunca puede ir en aumento. Que siempre estaremos en la primera pantalla del Super Mario Bros. Y es a veces, o muchas veces, ese miedo a la dificultad o al cansancio de la lucha, lo que nos lleva a un estado de asqueamiento.

Tenemos que aprender que uno sólo se supera así mismo si lucha sin tregua y se apoya, él y su lucha, en unos buenos cimientos. Como es normal, el combate nos cansa. No se puede avanzar si no es superando siempre nuevas dificultades y siempre con Jesucristo de nuestra mano. Con Él cerca, recordaremos que nuestra naturaleza ama lo fácil y que, pese a todo, nuestra lucha tiene un sentido y que de verdad queremos ir avanzando, queremos mejorar.

Tú me dirás, "yo claro que quisiera ser mejor…" Olvídate del condicional, los que triunfan en esto son aquellos que conjugan el verbo en presente. "Yo quiero". Quiero los medios porque quiero el fin. Quiero siempre, incluso cuando los resultados sean insignificantes, nulos o contrarios tal vez. "Hace falta menos tiempo que valor para hacer un santo" anotaba una vez el Padre Olivaint en su diario de Ejercicios.

Hoy quiero darte, tú también puedes hacerlo si quieres, las gracias Señor que presides los cielos por recordarme que luchar por ser santo no es no caer nunca sino levantarse siempre. Que el cristiano siempre tiene necesidad de volver a empezar. Que te duele más que desconfíe de ti, de tu capacidad de perdonarme, que el propio pecado, la metedura de pata. Y que todas estas batallitas diarias son muestras de mi –nuestra- vocación cristiana porque el Señor no nos ha hecho santos ipso facto (en el acto, inmediatamente) sino que nos ha llamado a ser santos. Y la santidad se logra con Dios, las luchas y el tiempo. Recuérdalo, confía en Dios y sé paciente porque, igual que el buen vino, las almas se mejoran con el tiempo.



Buena semana !!
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12/1/08

Sentido de la Navidad (2)

Tenemos que ganar el mundo entero y cada alma, ahora y en el futuro hasta el final de los tiempos, para la Inmaculada y a través de ella, para el Corazón Eucarístico de Jesús
San Maximiliano María Kolbe


Homilía de Benedicto XVI
Misa de Nochebuena 2007

En algunas representaciones navideñas de la Baja Edad media y de comienzo de la Edad Moderna, el pesebre se representa como edificio más bien desvencijado. Se puede reconocer todavía su pasado esplendor, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido justamente en un establo. Aunque no tiene un fundamento histórico, esta interpretación metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se esconde en el misterio de la Navidad. El trono de David, al que se había prometido una duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra Santa. José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el palacio se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor. Cuando Samuel lo buscó para ungirlo, parecía imposible y contradictorio que un joven pastor pudiera convertirse en el portador de la promesa de Israel . En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono -la Cruz- corresponde al nuevo inicio en el establo. Pero justamente así se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera realeza. Así, pues, este nuevo palacio no es como los hombres se imaginan un palacio y el poder real. Este nuevo palacio es la comunidad de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo, una humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.

Gregorio de Nisa ha desarrollado en sus homilías navideñas la misma temática partiendo del mensaje de Navidad en el Evangelio de Juan: «Y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Gregorio aplica esta palabra de la morada a nuestro cuerpo, deteriorado y débil; expuesto por todas partes al dolor y al sufrimiento. Y la aplica a todo el cosmos, herido y desfigurado por el pecado. ¿Qué habría dicho si hubiese visto las condiciones en las que hoy se encuentra la tierra a causa del abuso de las fuentes de energía y de su explotación egoísta y sin ningún reparo? Anselmo de Canterbury, casi de manera profética, describió con antelación lo que nosotros vemos hoy en un mundo contaminado y con un futuro incierto: «Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas» (PL 158, 955s). Así, según la visión de Gregorio, el establo del mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad : esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta de la creación renovada. Los Padres interpretan el canto de los ángeles en la Noche santa a partir de este contexto: se trata de la expresión de la alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. Para los Padres, forma parte del canto navideño de los ángeles el que ahora ángeles y hombres canten juntos y, de este modo, la belleza del cosmos se exprese en la belleza del canto de alabanza. El canto litúrgico -siempre según los Padres- tiene una dignidad particular porque es un cantar junto con los coros celestiales. El encuentro con Jesucristo es lo que nos hace capaces de escuchar el canto de los ángeles, creando así la verdadera música, que acaba cuando perdemos este cantar juntos y este sentir juntos.

En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto. Al final de nuestra meditación navideña quisiera citar una palabra extraordinaria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: "Padre nuestro que estás en los cielos", él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y ¿dónde está el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio; mas, si uno se imagina que el lugar de Dios está en los cielos, como en regiones superiores del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo: "El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado" (Sal 34 [33], 19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad . Mas así como el pecador fue llamado "tierra", así, por el contrarío, el justo puede llamarse "cielo"» (Serm. in monte II 5,17). El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.



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4/1/08

Sentido de la Navidad

Todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios


Santa Teresa de Ávila


Queridos hermanos y hermanas:

«A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Le 2,6s). Estas frases, nos llegan al corazón siempre de nuevo. Llegó el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Le 1,31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior , con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?

Gracias a Dios, la noticia negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios , la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

(CONTINUARÁ…)


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