20/6/08

Deja de buscar rumbo... la oración es el camino

En todo momento hay que poner amor, donde no hay amor, para sacar amor.
San Juan de la Cruz
« Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él »
(1 Jn 4, 16)

"Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él". Con estas pequeñas frases Benedicto XVI comienza su primera encíclica. Deus caritas est (Dios es amor).
"Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
« Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. (…) « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro. En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás.
Así es como arranca la Encíclica. Con un mensaje claro, Dios es Amor. El núcleo duro de nuestra vida. Y, por tener tanta importancia,…
+¿Cómo tramamos a ese que tanto nos ama?+
CIRCULAR te deja aquí un ejemplo de un rato de "encuentro personal" un Dios que no vemos como algo etéreo, sino como un colega, un padre atento, un muy mejor amigo… ¡qué te aproveche!

Quince Minutos con Jesús Sacramentado
No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames mucho. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, o a tu hermano.
¿Necesitas hacerme alguna súplica en favor de alguien? Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras hiciese yo realmente por ellos. Pide mucho, muchas cosas; no vaciles en pedir, me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse de sí mismos para atender las necesidades ajenas. Háblame con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar; de los enfermos a quienes ves padecer; de los extraviados que anhelas devolver al buen camino; de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos al menos una palabra; pero palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón.
¿Necesitas alguna gracia? Haz, si quieres, una lista de lo que necesitas, y ven, léela en mi presencia. Dime con sinceridad que sientes orgullo, pereza y amor a la sensualidad, que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, qué haces para sacudir de encima de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos y tantos justos, tantos y tantos santos de primer orden que tuvieron tus mismos defectos! Pero rezaron con humildad, y poco a poco se vieron libres de sus miserias.
Tampoco vaciles en pedirme bienes para cuerpo y para entendimiento: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios... Todo eso puedo darte, y lo doy y deseo me lo pidas en cuanto no se oponga, sino que favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? ¡Si conocieses los deseos que tengo de favorecerte!
¿Te preocupa alguna cosa? Cuéntamelo todo detalladamente. ¿Qué te preocupa?, ¿qué piensas?, ¿qué deseas? ¿No querrías poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos a quienes amas tal vez mucho y que viven quizá olvidados de mí? ¿No te sientes con deseos de mi gloria?
Dime: ¿qué cosa llama hoy particularmente tu atención? ¿qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo? Dime qué es lo que te ha salido mal, y yo te diré las causas del fracaso. Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, donde me place.
¿Estás triste o de mal humor? Cuéntame tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te ofendió?, ¿quién lastimó tu amor propio?, ¿quién te ha menospreciado? Acércate a mi corazón, que tiene el bálsamo eficaz para todas las heridas del tuyo. Cuéntame todo, y acabarás por decirme que, a semejanza de mi, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición. ¿Tienes miedo de algo? ¿Sientes en tu alma tristeza? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy, aquí, a tu lado me tienes; todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desprecio por las personas que antes te quisieron bien, y ahora, se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Tienes alguna alegría que comunicarme? ¿Porqué no me haces partícipe de ella por lo buen amigo tuyo que soy? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, te ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizás has tenido alguna sorpresa agradable; quizás se han disipado algunos recelos; quizás has recibido buenas noticias, una carta, una muestra de cariño; quizás has vencido una dificultad o salido de un apuro... Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado. ¿Por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente como un hijo a su padre: gracias padre mío, gracias? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
¿Tienes alguna promesa que hacerme? Puedo leer en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes un propósito firme de no ponerte más en aquella ocasión de pecado?, ¿de privarte de aquello que te dañó?, ¿de no leer más aquel libro que dio rienda suelta a tu imaginación?, ¿de no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma, haciéndote pecar? ¿Volverás a ser amable con aquella persona a quien miraste hasta hoy como enemiga?
Hijo mío, vuelve a tus ocupaciones habituales, a tu trabajo, a tu familia, a tu estudio..., pero no olvides la grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad de la capilla. Ama a mi Madre, que lo es tuya también, la Virgen Santísima... y vuelve otra vez a mí con el corazón más amoroso todavía, más entregado a mi servicio: en el mío encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.



Libertad para seguir a Dios (2)

Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre. Él es manantial. Si estás oprimido por la inquietud, Él es la justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza. Si temes la muerte, Él es vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si buscas refugio de las tinieblas, Él es luz. Si buscas manjar, Él es alimento.

San Ambrosio

En el CIRCULAR anterior pudimos leer cosas como:
Él no prometió un yugo que no obligue ni una carga que no pese. Estos sólo se harán dulces y ligeros para aquellos que los acepten libremente por su amor.
Escoged, nos dice, entre la masa y Yo, entre vuestros instintos o mi Evangelio, entre el amor propio o la caridad, entre el egoísmo o la justicia, entre el camino ancho de los deseos y apetencias o el estrecho de lo que tenemos que hacer, deberíamos hacer.
Y justo nos quedamos con la duda de saber qué hicieron los Doce ante la pregunta de Jesús: "¿Queréis iros también vosotros?"
En ese momento brotó de Simón Pedro una respuesta sincera: "Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! ¿Dónde iríamos si te abandonásemos?"
Pedro no quiere elegir a otros maestros. Tampoco cree que pueda vivir uno sin tener un maestro. Sabe que es una ilusión creerse autosuficiente, que no tiene razón su orgullo cuando le dice que puede vivir independientemente. Seguro que a ti, igual que a mí, te pasa que sueñas con no obedecer a nadie. Que a veces te sale el gritar: "Yo no soy de nadie. Yo soy mi propio dueño". Pero, al igual que le pasó a Pedro, también cuando te serenas un poco ves que todos tenemos necesidad de un maestro. Todos los hombres se procuran un maestro; y la clave reside en saber escogerlo.
Los que dicen ser sus propios maestro terminan obedeciendo a sus propias pasiones. Acaban viviendo por el qué dirán. Muchas veces habrás oído a gente que protesta enérgicamente contra la "tutela" de la religión, pero que luego les ves sujetos a maestrillos indignos de un alma libre. Cuántos de ellos, o incluso nosotros mismo muchas veces, nos dejamos llevar por el ambiente, por los líderes de opinión, los que están en la "onda", por un libro guapo guapo, por un amiguete del tuto, por intereses de clase o, por el más destructor de todos, por su propio apetito siempre insaciable.
+¿Quién, o quiénes son tus maestros?+
Pedro, que sabía todo esto pues era hombre como nosotros, quería un maestro que le instruyese, que le educase; quería un buen amigo que le defienda y le dirija. Porque... ¿quién sino Jesús puede enseñarle y conducirle?, ¿qué otro maestro merecería mejor su confianza?

+¿Confías en Jesús?+
Los que se fueron tras las palabras del Maestro no se fueron por la debilidad de la carne sino por la soberbia del espíritu. Marchan de allí porque no podían permitir que Jesús –su vecino, su compatriota- se jacte de darles la vida eterna y por ese llamativo medio: alimentarse de Él. ¿Quién puede oír tales palabras?, decían.

¿Y los que se quedaron qué? Los que se quedaron, los que creyeron en la doctrina de la Eucaristía, sabían que el grano de trigo no da fruto hasta que muere. Los que creen en el pan de Vida saben que tienen que morir a sí mismos, a su soberbia, a su orgullo, y entregarse sin condiciones a Dios.
Pedro no niega que las palabras de Jesús sean duras al oído; al menos sabe que no empequeñecen al que las acepta sino que le liberan, le hacen creer. Son duras sí, pero ennoblecen nuestras pobres vidas porque las palabras de Dios ayudan a vivir.
Los demás "maestros" que aparecen en la vida sólo saben adular a sus discípulos, les presentan una moral más cómoda pero que jamás alcanza la seguridad que otorga Jesucristo. La palabra de Dios, que se afirma como cierta, puede ser chocante y cortante como una espada, pero ninguna otra puede igualarla en grandeza y profundidad. Sin duda, hay en sus palabras algo eterno. "Tú pronuncias palabras definitivas que nos dan vida para siempre". Él nos da a conocer una vida que nos hace unirnos cada vez más a Dios, para conseguir que esa unión sea eterna. Hoy, como ayer, el mundo te dice:"Abandona de una vez el camino de Dios. Ese nos es más que para carrozas y aguafiestas". Ahora te toca a ti plantarle cara al mundo. Elegir entre la multitud y Cristo. Quedarte a solas con tu corazón y escuchar a Jesús diciéndote: si quieres puede irte. Y tú, tras hacer un acto de humildad, decirle "¿A quién iremos, Señor? ¡Solo tú tienes palabras de vida eterna!"
Y después, corre, levántate. Pregúntale a Dios: ¿Maestro, dónde vives? Y escucharás en tu interior: Ven y lo verás. Atrévete a aceptar el reto de ser hijo de Dios.

//Adaptación de CIRCULAR de textos de George Chevrot//