20/6/08

Libertad para seguir a Dios (2)

Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre. Él es manantial. Si estás oprimido por la inquietud, Él es la justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza. Si temes la muerte, Él es vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si buscas refugio de las tinieblas, Él es luz. Si buscas manjar, Él es alimento.

San Ambrosio

En el CIRCULAR anterior pudimos leer cosas como:
Él no prometió un yugo que no obligue ni una carga que no pese. Estos sólo se harán dulces y ligeros para aquellos que los acepten libremente por su amor.
Escoged, nos dice, entre la masa y Yo, entre vuestros instintos o mi Evangelio, entre el amor propio o la caridad, entre el egoísmo o la justicia, entre el camino ancho de los deseos y apetencias o el estrecho de lo que tenemos que hacer, deberíamos hacer.
Y justo nos quedamos con la duda de saber qué hicieron los Doce ante la pregunta de Jesús: "¿Queréis iros también vosotros?"
En ese momento brotó de Simón Pedro una respuesta sincera: "Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! ¿Dónde iríamos si te abandonásemos?"
Pedro no quiere elegir a otros maestros. Tampoco cree que pueda vivir uno sin tener un maestro. Sabe que es una ilusión creerse autosuficiente, que no tiene razón su orgullo cuando le dice que puede vivir independientemente. Seguro que a ti, igual que a mí, te pasa que sueñas con no obedecer a nadie. Que a veces te sale el gritar: "Yo no soy de nadie. Yo soy mi propio dueño". Pero, al igual que le pasó a Pedro, también cuando te serenas un poco ves que todos tenemos necesidad de un maestro. Todos los hombres se procuran un maestro; y la clave reside en saber escogerlo.
Los que dicen ser sus propios maestro terminan obedeciendo a sus propias pasiones. Acaban viviendo por el qué dirán. Muchas veces habrás oído a gente que protesta enérgicamente contra la "tutela" de la religión, pero que luego les ves sujetos a maestrillos indignos de un alma libre. Cuántos de ellos, o incluso nosotros mismo muchas veces, nos dejamos llevar por el ambiente, por los líderes de opinión, los que están en la "onda", por un libro guapo guapo, por un amiguete del tuto, por intereses de clase o, por el más destructor de todos, por su propio apetito siempre insaciable.
+¿Quién, o quiénes son tus maestros?+
Pedro, que sabía todo esto pues era hombre como nosotros, quería un maestro que le instruyese, que le educase; quería un buen amigo que le defienda y le dirija. Porque... ¿quién sino Jesús puede enseñarle y conducirle?, ¿qué otro maestro merecería mejor su confianza?

+¿Confías en Jesús?+
Los que se fueron tras las palabras del Maestro no se fueron por la debilidad de la carne sino por la soberbia del espíritu. Marchan de allí porque no podían permitir que Jesús –su vecino, su compatriota- se jacte de darles la vida eterna y por ese llamativo medio: alimentarse de Él. ¿Quién puede oír tales palabras?, decían.

¿Y los que se quedaron qué? Los que se quedaron, los que creyeron en la doctrina de la Eucaristía, sabían que el grano de trigo no da fruto hasta que muere. Los que creen en el pan de Vida saben que tienen que morir a sí mismos, a su soberbia, a su orgullo, y entregarse sin condiciones a Dios.
Pedro no niega que las palabras de Jesús sean duras al oído; al menos sabe que no empequeñecen al que las acepta sino que le liberan, le hacen creer. Son duras sí, pero ennoblecen nuestras pobres vidas porque las palabras de Dios ayudan a vivir.
Los demás "maestros" que aparecen en la vida sólo saben adular a sus discípulos, les presentan una moral más cómoda pero que jamás alcanza la seguridad que otorga Jesucristo. La palabra de Dios, que se afirma como cierta, puede ser chocante y cortante como una espada, pero ninguna otra puede igualarla en grandeza y profundidad. Sin duda, hay en sus palabras algo eterno. "Tú pronuncias palabras definitivas que nos dan vida para siempre". Él nos da a conocer una vida que nos hace unirnos cada vez más a Dios, para conseguir que esa unión sea eterna. Hoy, como ayer, el mundo te dice:"Abandona de una vez el camino de Dios. Ese nos es más que para carrozas y aguafiestas". Ahora te toca a ti plantarle cara al mundo. Elegir entre la multitud y Cristo. Quedarte a solas con tu corazón y escuchar a Jesús diciéndote: si quieres puede irte. Y tú, tras hacer un acto de humildad, decirle "¿A quién iremos, Señor? ¡Solo tú tienes palabras de vida eterna!"
Y después, corre, levántate. Pregúntale a Dios: ¿Maestro, dónde vives? Y escucharás en tu interior: Ven y lo verás. Atrévete a aceptar el reto de ser hijo de Dios.

//Adaptación de CIRCULAR de textos de George Chevrot//






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