Dicen que es aburrido, monótono, inevitable, estresante. Dicen que es una carga, que te quita vida, te come tu tiempo, te separa de tu familia y amigos. Dicen que es un mal necesario pero es mucho peor cuando te falta. Se trata, ni más ni menos, del trabajo.
En tiempos de incertidumbre social y económica como los actuales, mucha gente ha visto herida su vida por que no tienen trabajo. Muchos amigos nuestros, familiares, compañeros, vecinos, ven peligrar su estabilidad social, económica, emocional o personal porque se han quedado sin trabajo, sin la manera de ganarse la vida, de salir adelante, de expresar su talento, de dar gloria a Dios imitando a su Creador en el proceso de creación de nuestro trabajo. Como cristianos, debemos abrazar a cada una de estas personas con los brazos físicos y también con los del corazón. Nunca debe faltar en nuestra oración pedir por ellos, porque pronto salgan de esa situación, y también debemos comprometernos, en la medida de nuestras posibilidades, a ayudarles a poder vivir en esta situación difícil y a mediar porque consigan un empleo: reenviándoles ofertas que nos lleguen, hablando de ellos a gente que pueda ofrecerles un puesto, dándoles ánimos, aliento, apoyo...
¿Y por qué es tan importante para el hombre el trabajo?, ¿qué sentido tiene en nuestra vida una profesión laboral?... ¿alguna vez te lo has preguntado o ha sido tema de tu oración? No pasa nada si respondes un ‘no’, ahora te damos unas pistas para que lo trabajes, nunca mejor dicho, esta semana.
Leyendo el libro “El Yo, el Poder y las Obras”, del Luigi Giussani, me di cuenta de que para un cristiano, para ti y para mí, el trabajo es “el aspecto más concreto, más árido y concreto, más fatigoso y concreto, del amor a Cristo”. Subrayo la palabra ‘concreto’, pues es muy fácil amar en abstracto y no en algo específico. Sin embargo, Dios nos ha puesto a todos los hombres una manera de encontrarnos con Él: en nuestro oficio.
“El trabajo nos obliga a ser más cristianos, a reconsiderar nuestro amor a Cristo, a plantearme una y otra vez cómo vivo, a pensar en la utilidad de mi vida y para qué se nos da todo”. Y decimos que es el aspecto más concreto porque “concreto quiere decir existencial, integrado en lo que nos rodea, en las circunstancias”. ¿No alucinas con esto? “Porque lo que hace el albañil al poner ladrillos o el minero al cavar un túnel es relación con Dios: por eso tienen que ser respetados, por eso deben ser objeto de justicia real y también de amor, es decir, de ayuda. ¿Por qué? Porque son trabajadores y, por tanto, están llamados a amar a Cristo. ¿Por qué existe este vínculo entre el amor a Cristo y el trabajo? Porque el trabajo es la forma de expresar la personalidad humana, la relación que el hombre tiene con Dios”. Date cuenta de que el mismo Jesucristo estuvo hasta sus 30 años trabajando y Él llamaba a su padre Dios “el eterno trabajador” (Jn 5, 17)
Que preciosidad saber que en lo que nos ocupa el mayor tiempo de nuestra jornada podemos encontrarnos con Dios. Podemos dejarle entrar en nuestra vida cotidiana. Y una vez que se ve desde esa dimensión, cambia la perspectiva de todo. Uno encuentra el sentido para ser puntual, para esforzarse, para abrir el ingenio e innovar, para ser preciso, amable, trabajador. Si Jesús nos acompaña a la oficina, al instituto, a la fábrica, al taxi, al estadio de atletismo, a la universidad, al hogar… todo se renueva y se puede hacer porque todo lo que existe es de Cristo.
Si vemos desde este balcón la jornada laboral distinguimos que el trabajo es “la expresión de la relación de la persona con las cosas y la realidad presente, el amor a Cristo nos hace más capaces de trabajar. Es algo totalmente distinto trabajar por amor a Cristo, trabajar haciendo memoria de Cristo: se tiene atención a todo, finura en todos los detalles”. Surge así el sentido de fraternidad, de cuidar e interesarnos por nuestros compañeros de trabajo. De interesarnos por su vida y bienestar, de ayudarles, de que no sean peldaños a pisar sino verdaderos hermanos que luchan por sacar sus proyectos adelante igual que nosotros. El trabajo vivido cristianamente nos hace estar al servicio de Dios y de los hombres.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña en su punto 2433 que “todos los hombres tienen el derecho y el deber de trabajar. Muchos hombres desearían trabajar pero no pueden. Uno de los problemas actuales más graves es el paro, o falta de puestos de trabajo”. La Conferencia Episcopal Española dijo ya en 1986 que era “necesario que los cristianos nos esforcemos para lograr que todos los hombres tengan en la sociedad un puesto de trabajo dignamente retribuido; que el trabajo sea cual fuere, no constituya para nadie una humillación; y que cada hombre, encuentre, en lo posible, el trabajo más adecuado a sus capacidades y vocación”. El trabajo no es juntar a un conjunto de hombres para que sean tratados como piezas en una cadena, como una máquina más, porque el hombre no es un número sino que está hecho a “imagen y semejanza” de Dios. Nadie puede robarle su dignidad. El trabajo debe dignificar al hombre, no deshumanizarlo.
Es muy interesante este conjunto de textos, pero lo más alucinante es llevarlos a la vida práctica. Ahora tienes tú la pelota en tu tejado. Tenemos que esforzarnos los cristianos, poco a poco, en poner el rostro de Cristo en esta realidad temporal que es el trabajo para así poder convertirlo en una puerta a la eternidad. Si lo tienes, dale gracias a Dios por tu empleo y reza por los que no tienen. No dejes de orar si te falta, y encuentra en Dios una esperanza. Hay muchos cristianos rezando por ti.
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