20/7/10

Puertas adentro


Después de la resaca del Mundial la vida sigue. Una vez terminada la competición es momento de ponerse a pensar en otras cosas, como qué harás este verano y dónde meterás a Dios en él. Y a la altura de julio a la que estamos, no pierdas el tiempo y decide con generosidad como administrarás las vacaciones que el Señor te ha regalado. Quedarse en el sofá sin hacer nada no es una opción barajable.

Erase una vez el ser humano
A veces no somos capaces de comprendernos a nosotros mismos. Eso es algo normal, le pasa a todo ser humano que guste del comer y dormir. No obstante, Dios se ha encargado de ir dándonos pistas y explicándonos por qué somos como somos. Y esa sabiduría divina revelada al hombre queda administrada en nuestra Madre la Iglesia. Hoy queremos comentarte brevemente algo sobre lo que se ha escrito casi tanto como del Quijote: los grandes elementos que componen nuestra propia personalidad; razón, sentimientos y voluntad. Si conocemos bien los conceptos y trabajamos en distinguirlos dentro de nuestra propia vida, nos ayudará muchísimo a no ser personas intermitentes o cambiantes. Y es que uno de los problemas actuales es que somos muy “sentimentales”. Nos dejamos llevar demasiado por el “me apetece”, o por el sentimiento que va y viene con difícil control. Y nos transforma en personas que son como el Guadiana: imprevisibles y de poca confianza.

Los antiguos pronto se dieron cuenta de esto y desarrollaron filosofías para evitar ser presa de los sentimientos: véase el estoicismo. Tirar pa’lante sin tener en cuenta los sentimientos. Se eliminaban a los sentimientos de la ecuación. Se rechazaban como debilidad humana. Esta salida tampoco es recomendable; antes o después “petas”, porque no puedes suprimir una realidad tan fuerte de tu vida como el sentimiento. Si los ignoras sin más, estás amputándote algo vital. Dios no quiere eso. Si los creó, será por un motivo. Nuestra felicidad no puede pasar por cercenar algo tan importante como nuestros sentimientos.

Así, ni el extremo actual de que el timón de nuestra vida sea el sentir, ni el antiguo de eliminarlos. ¿Cómo conciliar ambos extremos? Efectivamente, mediante nuestra razón. La razón debe ser el capitán con mirada nítida y limpia de nuestro ser que nos guía allá adonde vayamos. No significa que sea lo más importante, simplemente es colocarla en su lugar. La tenemos para que nos marque el camino, lo que debemos hacer en cada momento (siempre aconsejada por nuestra conciencia). Así, sabiendo qué toca en cada momento, podemos ordenar nuestro sentir, esto es: cuando aun a pesar del cansancio o del hastío haya que seguir adelante, sabremos que lo tenemos que hacer. Cuando estemos tristes o enfadados sin motivo, podremos ordenar e incluso actuar en contra de lo que nos brota con más facilidad (gritos, tardes de hundimiento sin motivo muy aparente).

Pero para poder lograrlo, nos falta un ingrediente básico. Como no podía ser de otro modo y ya has podido sospechar, la voluntad es ese ingrediente. La voluntad es la bisagra necesaria para pasar del “me apetece…” al “debo”. Para poder superar nuestra tendencia clásica de hacer lo facilongo y seguir navegando a la deriva, y hacer lo que sabemos que tenemos que hacer. Aun a pesar nuestro (cosa nada fácil). Si la razón es el capitán que guía el barco, la voluntad son los remeros capaces (con entrenamiento) de ir contra corriente. Y se ejercitan con el paso del tiempo. Como casi todo en la vida. Alberto Contador (el ciclista) no nació sabiendo escalar esos puertos a esa velocidad. Hizo músculo con su sudor.

Un complejo pero feliz equilibrio
Con ello, hemos formado un Parlamento. Parlamento conformado por tres partidos: razón, voluntad y sentimientos. A veces, notamos que dentro de nosotros tenemos unos dilemas fuertes sobre cómo actuar. Esto es normal si conocemos cómo somos. Puede que los sentimientos nos marquen un “miedo” sobre algo que la razón indica que no hay motivo para tal. Esto puede verse muy explícitamente en temas de amores: la diferencia entre lo que sé que debo hacer y lo que quiero hacer… espectacular. Y ahí entra nuestra voluntad que desempata la disputa. Los sentimientos son buenos y bellos porque son de Dios, pero deben ser ordenados. Lo normal es que en una disputa entre cabeza y sentimiento, uno debe apostar por la cabeza. De hecho, el amor es más cabeza y voluntad que sentimientos.

Si aprendemos a descubrir estas cosas en nuestro interior, progresaremos enormemente en nuestras vidas. Seremos personas más seguras y fiables en sus decisiones, y sentiremos que, al menos, nos comprendemos. En esto, as usual, pide ayuda al Señor para que te enseñe. Jesús sí que sabía de estas cosas.

Ánimo. En esta escuela de ser humano estamos todos toda la vida aprendiendo. No te desanimes.

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Crónica Seminario Menor

11/7/10

Trabajando por amor a Dios

Dicen que es aburrido, monótono, inevitable, estresante. Dicen que es una carga, que te quita vida, te come tu tiempo, te separa de tu familia y amigos. Dicen que es un mal necesario pero es mucho peor cuando te falta. Se trata, ni más ni menos, del trabajo.

En tiempos de incertidumbre social y económica como los actuales, mucha gente ha visto herida su vida por que no tienen trabajo. Muchos amigos nuestros, familiares, compañeros, vecinos, ven peligrar su estabilidad social, económica, emocional o personal porque se han quedado sin trabajo, sin la manera de ganarse la vida, de salir adelante, de expresar su talento, de dar gloria a Dios imitando a su Creador en el proceso de creación de nuestro trabajo. Como cristianos, debemos abrazar a cada una de estas personas con los brazos físicos y también con los del corazón. Nunca debe faltar en nuestra oración pedir por ellos, porque pronto salgan de esa situación, y también debemos comprometernos, en la medida de nuestras posibilidades, a ayudarles a poder vivir en esta situación difícil y a mediar porque consigan un empleo: reenviándoles ofertas que nos lleguen, hablando de ellos a gente que pueda ofrecerles un puesto, dándoles ánimos, aliento, apoyo...

¿Y por qué es tan importante para el hombre el trabajo?, ¿qué sentido tiene en nuestra vida una profesión laboral?... ¿alguna vez te lo has preguntado o ha sido tema de tu oración? No pasa nada si respondes un ‘no’, ahora te damos unas pistas para que lo trabajes, nunca mejor dicho, esta semana.

Leyendo el libro “El Yo, el Poder y las Obras”, del Luigi Giussani, me di cuenta de que para un cristiano, para ti y para mí, el trabajo es “el aspecto más concreto, más árido y concreto, más fatigoso y concreto, del amor a Cristo”. Subrayo la palabra ‘concreto’, pues es muy fácil amar en abstracto y no en algo específico. Sin embargo, Dios nos ha puesto a todos los hombres una manera de encontrarnos con Él: en nuestro oficio.

“El trabajo nos obliga a ser más cristianos, a reconsiderar nuestro amor a Cristo, a plantearme una y otra vez cómo vivo, a pensar en la utilidad de mi vida y para qué se nos da todo”. Y decimos que es el aspecto más concreto porque “concreto quiere decir existencial, integrado en lo que nos rodea, en las circunstancias”. ¿No alucinas con esto? “Porque lo que hace el albañil al poner ladrillos o el minero al cavar un túnel es relación con Dios: por eso tienen que ser respetados, por eso deben ser objeto de justicia real y también de amor, es decir, de ayuda. ¿Por qué? Porque son trabajadores y, por tanto, están llamados a amar a Cristo. ¿Por qué existe este vínculo entre el amor a Cristo y el trabajo? Porque el trabajo es la forma de expresar la personalidad humana, la relación que el hombre tiene con Dios”. Date cuenta de que el mismo Jesucristo estuvo hasta sus 30 años trabajando y Él llamaba a su padre Dios “el eterno trabajador” (Jn 5, 17)

Que preciosidad saber que en lo que nos ocupa el mayor tiempo de nuestra jornada podemos encontrarnos con Dios. Podemos dejarle entrar en nuestra vida cotidiana. Y una vez que se ve desde esa dimensión, cambia la perspectiva de todo. Uno encuentra el sentido para ser puntual, para esforzarse, para abrir el ingenio e innovar, para ser preciso, amable, trabajador. Si Jesús nos acompaña a la oficina, al instituto, a la fábrica, al taxi, al estadio de atletismo, a la universidad, al hogar… todo se renueva y se puede hacer porque todo lo que existe es de Cristo.

Si vemos desde este balcón la jornada laboral distinguimos que el trabajo es “la expresión de la relación de la persona con las cosas y la realidad presente, el amor a Cristo nos hace más capaces de trabajar. Es algo totalmente distinto trabajar por amor a Cristo, trabajar haciendo memoria de Cristo: se tiene atención a todo, finura en todos los detalles”. Surge así el sentido de fraternidad, de cuidar e interesarnos por nuestros compañeros de trabajo. De interesarnos por su vida y bienestar, de ayudarles, de que no sean peldaños a pisar sino verdaderos hermanos que luchan por sacar sus proyectos adelante igual que nosotros. El trabajo vivido cristianamente nos hace estar al servicio de Dios y de los hombres.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña en su punto 2433 que “todos los hombres tienen el derecho y el deber de trabajar. Muchos hombres desearían trabajar pero no pueden. Uno de los problemas actuales más graves es el paro, o falta de puestos de trabajo”. La Conferencia Episcopal Española dijo ya en 1986 que era “necesario que los cristianos nos esforcemos para lograr que todos los hombres tengan en la sociedad un puesto de trabajo dignamente retribuido; que el trabajo sea cual fuere, no constituya para nadie una humillación; y que cada hombre, encuentre, en lo posible, el trabajo más adecuado a sus capacidades y vocación”. El trabajo no es juntar a un conjunto de hombres para que sean tratados como piezas en una cadena, como una máquina más, porque el hombre no es un número sino que está hecho a “imagen y semejanza” de Dios. Nadie puede robarle su dignidad. El trabajo debe dignificar al hombre, no deshumanizarlo.

Es muy interesante este conjunto de textos, pero lo más alucinante es llevarlos a la vida práctica. Ahora tienes tú la pelota en tu tejado. Tenemos que esforzarnos los cristianos, poco a poco, en poner el rostro de Cristo en esta realidad temporal que es el trabajo para así poder convertirlo en una puerta a la eternidad. Si lo tienes, dale gracias a Dios por tu empleo y reza por los que no tienen. No dejes de orar si te falta, y encuentra en Dios una esperanza. Hay muchos cristianos rezando por ti.

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Campaña de inscripciones
para la JMJ Madrid 2011

4/7/10

Quién decís que soy yo

Joé, qué caló, que dicen por ahí en el sur. Bueno, todo se andará. Seguro que en las distintas playas y pueblos de este nuestro país hará menos calorcito. Y si no, mucho ánimo. Todo se pasa. ¡Puedes ofrecerlo por un buen curso que viene!

Te dejamos con un buena homilía de Cantalamessa, alguien a quien ya hemos citado otra vez aquí. Es un figura, desde luego, además del Predicador de la Casa Pontificia. Escribe sobre aquella pregunta tan importante que nos lanza Jesús todos los días: “y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”.

“Existe, en la cultura y en la sociedad de hoy, un hecho que nos puede introducir a la comprensión de esta pregunta, y es el sondeo de las opiniones. Se practica un poco por todas partes, pero sobre todo en el ámbito político y comercial. También Jesús un día quiso hacer un sondeo de opinión, pero con fines, como veremos, muy diversos: no políticos sino educativos. Llegado a la región de Cesarea de Filipo, es decir, la región más al norte de Israel, en una pausa de tranquilidad, en la que estaba solo con los apóstoles, Jesús les dirigió a quemarropa la pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del Hombre?"

Parece como si los apóstoles no esperaran otra cosa para poder finalmente dar rienda suelta a todas las voces que circulaban a propósito de él. Responden: "Algunos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas". Pero a Jesús no le interesaba medir el nivel de su popularidad o su índice de simpatía entre la gente. Su propósito era bien diverso. A renglón seguido les pregunta: "¿Vosotros quién decís que soy yo?"

Esta segunda pregunta, inesperada, les descoloca completamente. Se entrecruzan silencio y miradas. Si en la primera pregunta se lee que los apóstoles respondieron todos juntos, en coro, esta vez el verbo es singular; sólo "respondió" uno, Simón Pedro: "¡Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo!"
Entre las dos respuestas hay un salto abismal, una "conversión". Si antes, para responder, bastaba con mirar alrededor y haber escuchado las opiniones de la gente, ahora deben mirarse dentro, escuchar una voz bien distinta, que no viene de la carne ni de la sangre, sino del Padre que está en los cielos. Pedro ha sido objeto de una iluminación "de lo alto".

Se trata del primer auténtico reconocimiento, según los evangelios, de la verdadera identidad de Jesús de Nazaret. ¡El primer acto público de fe en Cristo de la historia! Pensemos en el surco dejado por un barco: se va ensanchando hasta perderse en el horizonte, pero comienza con una punta, que es la misma punta del barco. Así sucede con la fe en Jesucristo. Es un surco que ha ido ensanchándose en la historia, hasta llegar a los "últimos confines de la tierra". Pero empieza con una punta. Y esta punta es el acto de fe de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". Jesús usa otra imagen, vertical no horizontal: roca, piedra. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

Jesús cambia el nombre a Simón, como se hace en la Biblia cuando uno recibe una misión importante: lo llama "Kefas", Roca. La verdadera roca, la "piedra angular" es, y sigue siendo, él mismo, Jesús. Pero, una vez resucitado y ascendido al cielo, esta "piedra angular", aunque presente y operante, es invisible. Es necesario un signo que la represente, que haga visible y eficaz en la historia este "fundamento firme" que es Cristo. Y éste será precisamente Pedro, y, después del él, el que haga las veces de él, el Papa, sucesor de Pedro, como cabeza del Colegio de los apóstoles.

Pero volvamos a la idea del sondeo. El sondeo de Jesús, como hemos visto, se desarrolla en dos tiempos, comporta dos preguntas fundamentales: primero, "Quién dice la gente que soy yo?"; segundo, "¿Quién decís vosotros que soy yo? Jesús no parece dar mucha importancia a lo que la gente piensa de él; le interesa saber qué piensan sus discípulos. Les coge con ese "¿y vosotros quién decís que soy yo?". No permite que se atrincheren tras las opiniones de otros, quiere que digan su propia opinión.

La situación se repite, casi idéntica, en el día de hoy. También hoy "la gente", la opinión pública, tiene sus ideas sobre Jesús. Jesús está de moda. Miremos lo que sucede en el mundo de la literatura y del espectáculo. No pasa un año sin que salga una novela o una película con la propia visión, torcida y desacralizada, de Cristo. El caso del Código Da Vinci de Dan Brown ha sido el más clamoroso y está teniendo mucho imitadores.

Luego están los que se quedan a medio camino. Como la gente de su tiempo, cree que Jesús es "uno de los profetas". Una persona fascinante, se le coloca al lado de Sócrates, Gandhi, Tolstoi. Estoy seguro de que Jesús no desprecia estas respuestas, porque se dice de él que "no apaga el pábilo vacilante y no quiebra la caña cascada", es decir, sabe apreciar todo esfuerzo honesto por parte del hombre. Pero hay una respuesta que no cuadra, ni siquiera a la lógica humana. Gandhi o Tolstoi nunca han dicho "yo soy el camino, la verdad y la vida", o también "el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí".

Con Jesús no se puede quedar uno a medio camino: o es lo que dice ser, o es el el mayor loco exaltado de la historia. No hay medias tintas. Existen edificios y estructuras metálicas (creo que una es la torre Eiffel de París) hechas de tal manera que si se toca un cierto punto, o se traslada cierto elemento, se derrumba todo. Así es el edificio de la fe cristiana, y ese punto neurálgico es la divinidad de Jesucristo.

Pero dejemos las respuestas de la gente y vayamos a los no creyentes. No basta con creer en la divinidad de Cristo, es necesario también testimoniarla. Quien lo conoce y no da testimonio de esta fe, sino que la esconde, es más responsable ante Dios que el que no tiene esa fe. En una escena del drama "El padre humillado" de Claudel, una muchacha judía, hermosísima pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: "Vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?". Es una pregunta dirigida a todos nosotros que nos confesamos creyentes”.

Raniero Cantalamessa, a 24 de agosto de 2008.
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LA CASTIDAD
por Ignacio Ibarzá