25/12/11

El Dios que se hace cigoto


Cuenta el saber popular que un niño paseaba por las afueras de su pueblo al caer la tarde. Se sentía muy aburrido, lazaba piedras a las latas oxidadas de la colina. De pronto, escuchó un murmullo que le despertó la curiosidad. Encontró una jaula con dos pequeños pájaros en su interior. Golpeó con un palo para comprobar que los animalitos estaban vivos. Su cara se llenó de júbilo, encontró una nueva diversión para hacer tiempo hasta la cena. Agarró la jaula con su mano derecha y fue de camino a la finca de su abuelo donde podría divertirse sin que nadie le molestase. En su paseo se cruzó con el cura del pueblo que regresaba de la ermita tras las fiestas.

- “¿Qué llevas ahí?”, le preguntó el sacerdote.
- Unos pajarracos”, dijo el chaval.
- “¡Qué bueno!, ¿los vas a llevar a casa para cuidarlos?”
- No. Sólo quiero divertirme. Voy a mi finca para desplumarlos, hacerles sufrir y matarlos.
- ¿No te dan pena?, son muy bonitos.
- Son sólo pajarracos. Sus plumas son horribles.
- Entonces, qué tal si hacemos un trato. Te los compro y así yo los cuido.
- Padre, pero si no valen nada. Los encontré tirados a las afueras. No tienen ningún valor.
- No me importa, te pago por ellos 10 euros.
- Trato hecho.

Y así fue. El pequeño se fue corriendo a la plaza del pueblo para gastarse el dinero que le habían dado. Y el sacerdote miró los pajarillos y cargó con ellos hasta su casa para buscarles un buen lugar. Colorín, colorado…

Tras este cuentecito, déjame que te diga algo. Tú y yo fuimos encerrados en una jaula hace mucho tiempo. Elegimos el destierro. Apareció el demonio en nuestra realidad y quiso jugar a ser nuestro señor. Como peones en sus manos. En esa "victoria" del pecado apareció Dios y quiso devolver la dignidad a quien no la había perdido. El demonio se enfadó. “Si son sólo pajarracos… No tienen ningún valor… deja que me divierta destruyéndolos”. Nuestro Creador insistió y puso precio a nuestra miseria. No pagó con reinos, tributos u oro. “Entrego a mi único Hijo… su sangre será el precio que pagaré por ellos”. Rompió el muro que nos separaba. El demonio quería desplumarnos, echarnos tantas miserias en cara hasta llevarnos a la desesperación. Quería enfrentarnos los unos con los otros. Quería llenarnos de rencor por nuestro pasado, nuestras caídas. Buscaba nuestra más profunda división y grabarnos en la mente que somos inútiles. Dios Padre dijo que no. Ya no habrá más hegemonía de las tinieblas. Dio su bien más preciado para que ni uno solo se perdiese.

“Para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada”, escribió Santa Teresita del Niño Jesús. Nuestro Padre Dios tuvo la iniciativa y se hizo nada por locura de amor. No quiso encontrarse con la humanidad en la grandeza de un palacio ni buscó la entrada más apoteósica. Entró por la puerta de atrás. Se redujo en el seno de la Inmaculada Virgen María a la condición de cigoto -la primera célula tras la fecundación- para darnos ejemplo de cómo quiere encontrase con cada uno de nosotros: en la verdad de nuestra propia nada. Para después con su fuego hacer nuevas todas las cosas. Y así llegamos a la actualidad. Hoy no celebramos el cumpleaños de Jesús. Que no te confundan las grandes superficies ni las luces. Hoy Dios llama a la puerta de tu corazón para nacer en ti, para crecer en tu vacío. Tú decides. Buscar su pequeño latido o seguir haciéndote el fuerte ante la mirada de quien nos quiere desplumar. No busques más, déjate encontrar. FE-liz Navidad.

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