24/9/08

¿Me perdonas? (1)

La confesión fortalece el alma, pues una confesión realmente bien hecha –la confesión de un hijo que reconoce su pecado y retorna al Padre- produce siempre humildad y humildad es fuerza
Beata Madre Teresa de Calcuta


Me cuesta mucho. Me cuesta bastante… No sé si a ti también te ha pasado. Ayer me peleé con un amigo, mi mejor amigo. Como suele suceder en estos casos, fue por una tontería… que si tú dijiste que… que si yo te entendí que…

Que mal se pasa cuando no estás bien con alguien a quien quieres. Después de tirarle un par de puñaladas, llegas a casa y qué te queda. A mí personalmente no me quedaba nada, y sabes por qué… porque estaba lleno de mí mismo. Estaba tan lleno de mí que no había espacio para pensar en otro. Había echado a las buenas amistades porque el amor y el egoísmo no pueden ser compañeros de viaje. Estaba tan obcecado en que si él tal y cual, que me había olvidado que yo también soy un ser humano y que fallo tanto como los demás. De hecho me di cuenta de que si en mis amistades –mis relaciones personales, mi relación con mis padres, mi noviazgo…- hay problemas, es porque yo estoy en ellos. Si hay problemas es porque soy humano –somos humanos- y no somos perfectos. En cuanto abrí mi corazón, y me saqué de la prisión de mi ego, la paz volvió a mí y vi que, antes de nada, lo primero que tenía que hacer era hablar con mi amigo y arreglarlo todo. Ahora volvemos a ser los mejores colegas e intentamos comprender que como humanos todos tenemos defectos y que, por encima de ellos, está la persona, está nuestra amistad.

Es gracioso, a veces cuando pensamos en nuestra relación con Dios nos hacemos laberintos mentales… que si he hecho mal esto, que si me da vergüenza confesarme de esto otro, que si… que si… ¿y es que acaso Dios y yo no somos amigos?, ¿y es que acaso tú y Él no sois amigos?
Cuantas veces me lío la cabeza por retrasar la confesión, cuantísimas veces muchos problemas se me solucionarían con acudir al sacramento de la reconciliación, cuantisísimo tiempo pierdo amargándome por cosas que si viese en presencia de Dios vería que no son para tanto. Y ¿sabes porque? Porque estamos hablando de amor. Cuando uno quiere a un amigo no cuenta los favores que le hace, cuando hay amistad no se guardan los enfados en un termo –bien calentitos- para que, en cuanto surja otro mosqueo, pueda echarle mil cosas en cara… No. Mi Dios es un Dios de Amor. No es un Dios del rencor, no es el de la venganza, es el del perdón.

Muchas veces me pasa –seguro que a ti también- que cuando metemos la pata, y hasta el fondo, se nos hunde el mundo. Pensamos que ya no hay salida, que somos un desastre y que no hay solución.

Juan Pablo II nos dijo: "Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor de los psicólogos puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con su amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo. Esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él"


+¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que dejé que Cristo me renovase?, ¿ha pasado mucho desde mi última confesión?, ¿por qué razón?, ¿pereza, vergüenza, no creer que era importante, te ves demasiado minúsculo por lo que has hecho?+

Tranquila/o, Dios siempre nos dice: "Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo, no importa. No hay nadie en el mundo que me interese más que tú". Nunca tenemos que dudar del deseo infinito de Dios de perdonarnos, nunca debemos dudar de su misericordia. Él siempre quiere bendecirnos y vivir en nosotros, en nuestra alma en gracia.

¿Tú dudas de tu mejor amigo/a?, ¿dudas de su confianza, de su compresión, de su acogida, de vuestra amistad? Con Dios jamás nos pasará eso, jamás nos cerrará la puerta en nuestras narices. Él tiene sed de ti, recuérdalo siempre. Sed de que le ames, de que le hables, de que le preguntes, de compartir la vida… Es tan bueno que nos dice que cuando acudimos a Él en el sacramento de la confesión, NO nos condena… es más, nos dice "Hijo/a mío/a, cuando me das tus pecados me das la alegría de ser tu salvador". No temas si vuelves a fallarle, pero sobretodo no te alejes de Él cuando caigas.

"Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación" Rm 5, 8-12

No cierres la puerta a Dios, no le cierres la puerta a su perdón. No te alejes de la confesión, de la reconciliación. Es lógico que te cueste, todo lo bueno cuesta. Pero, al igual que todo lo bueno, siempre merece la pena. Ya lo verás…


1 comentario:

Soñando Despierta dijo...

Dios es el ejor amigo que uno puede tener, no importa que tan mala persona seas nunca te deja solo.Pero sobre todo te perdona