12/3/10

¿y qué dirán de mí?

¿A ti te importa lo que digan de ti? Es posible –como a mí me pasaba- que te salga un ‘no, qué va, yo tengo mis ideas y las defiendo porque soy un hacha’. Sí, todos nos pensamos que repartimos el bacalao hasta que un día Dios permite que nos caigamos para que con el golpe aprendamos una valiosa lección. Déjame contarte una experiencia personal.

Hace escasas semanas me apunté a clases de italiano en Madrid, cerca de la Catedral de la Almudena. Pensé que era genial porque aprendería un idioma que me gusta, incluso tendría la oportunidad de conocer a gente nueva y quién sabe, quizás podría ayudar a alguien en algo. O simplemente tendría un ambiente más donde dar un testimonio cristiano. Hasta ahí todo perfecto, sin embargo, el segundo día vi de la materia de la que estaba hecho –como el resto de seres humanos-.

El éxito de mis anteriores apostolados me hacía pensar que era un cristiano fuera de ser. ¡Al hacerme, rompieron el molde! Sí, es el efecto L’Oréal: “porque yo lo valgo”. En cambio, que buena lección me dio Dios ese día.

Al terminar la clase, pensaba pasarme a rezar un rato delante del Santísimo en la Almudena. Cuando fui al paso de cebra que me llevaba hacia mi meta, me encontré con dos de mi clase. De repente, esa falsa autosuficiencia de cristiano modelo se vino al traste, como todas las veces que creemos que no es Dios el que nos da la fortaleza. Sabía que si me acercaba a ellos me preguntarían hacia donde iba. Me daba cosa decirles el segundo día que era cristiano. Es mejor más tarde, pensaba. Asique, sabiendo que hacía mal, me quedé atrás para no ser visto. Cruce a 10 metros, tras ellos. El chico se piró por una calle y a la chica la perdí de vista cuando giré para subir las escaleras que me llevaban a la iglesia. ¡Me sentía como una rata de alcantarilla! Acaba de actuar como Pedro o Pilatos que prefirieron su reputación a “perderla” por Cristo.

Cabizbajo, me fui acercando a la gran Catedral con una oración de arrepentimiento hacia el Dios que escasos segundos antes había despreciado. Sin embargo, Él es tan bueno y misericordioso que da lecciones magistrales. Cuando llegué a la puerta, ¡qué sorpresa! La chica de la que había huido para que no pensase que yo era cristiano estaba abriendo la puerta de la Iglesia delante de mí. Entro detrás de ella, la sigo e vi que iba directa a rezar al Santísimo expuesto. ¡No podía creerlo! Cuando llegué a la Santísima Hostia, me hinqué de rodillas y pedí perdón –como Pedro o el Hijo pródigo-. ¡No merezco ser llamado hijo tuyo, perdóname!

La existencia del quedar bien
Así es, existen los respetos humanos. Muchas veces tenemos como ídolo nuestra reputación, nos importa demasiado el quedar muy pero que muy bien. Y, en ocasiones, cuando el ser cristiano pone en peligro nuestra fama de guays, nos arrugamos como acordeones y disimulamos nuestra pertenencia a Cristo.

Al empezar mi oración en la Almudena pensaba esa frase dura de San Mateo (10,33): “Si alguien se avergüenza de Mí delante de los hombres, Yo lo ignoraré delante de mi Padre”. No tenía fuerza para mirar directamente al Señor. No obstante, Dios en ese rato de oración me mostró un poco más cómo es Él.

En ese rato junto a Dios, Él me hizo ver que me quería, aún con mis defectos y debilidades. Que no pasaba nada. Un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, dice el salmo. Sólo me había demostrado que sin Él no puedo hacer nada. “Yo soy tu fortaleza, me decía, confía en Mí. Mira que hay gente a tu lado que necesita de tu ejemplo”.

Dios te necesita
Quizás tú y yo no nos demos cuenta, pero el buen ejemplo arrastra y bastante más que el malo, en muchas ocasiones. Muchos no se atreven a ser los primeros y están esperando a alguien para seguirle. Quizás en tu familia, entre tus amigos, entre los compis de trabajo o de clase. Dios se sirve de nosotros para llegar a los demás, para llegar a los que están a tu alrededor. No podemos negarles la caricia de Jesús por un poco de vergüenza o de “amor” a nuestra reputación.
El Concilio Vaticano II dice que los cristianos deben, con su vida ejemplar, dar testimonio de la doctrina de Cristo. Juan Mouroux en su libro Creo en ti dice lo siguiente: “La transmisión de la fe se verifica por el testimonio… Un cristiano da testimonio en la medida en que se entrega totalmente a Dios, a su obra. Normalmente la verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona cristiana”.

Qué pena sería que el último día de la vida de un buen amigo, o de alguien a que tenemos cariño, nos eche el reproche de decir: ¿por qué no me hablaste antes de Cristo? Es un argumento un poco exagerado pero es para que veas que mucha gente está sedienta de Dios y necesitan que tú les hables de Él. Más gente de la que piensas. Algunos sólo necesitan un ejemplo de enamorado para enamorarse. No tanto grandes discursos como una vida coherente cercana. Y si pecamos pedimos perdón, no pasa nada. Jesucristo se ha querido servir de nosotros, recuérdalo. Somos sus manos para curar, sus pies para caminar, su boca para hablar, su corazón para querer. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc 16, 15-20), nos dijo –te dice- Jesús. No tengas miedo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20).


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