6/11/11

Echemos una partida de billar


Érase una vez un viernes por la noche. Semana intensa, viernes largo. Semana útil, productiva, apasionante, pero que te deja K.O. Es en este momento cuando descuelgas el teléfono, llamas a tus amigos de siempre y te piras a tomar algo y echar unos billares. Eres un completo paquete al billar, es más: puede que ni te guste. Pero aun así, disfrutas de la partida como un enano. Tras la habitual derrota (has vuelto a meter la negra…), os sentáis en una mesa y os tiráis un largo rato hablando de política, fútbol, y los sucesos varios de la semana. Cuando estáis ya en la parte última de “demos una vuelta”, normalmente se abre la sección de trascendencia y todo lo que uno lleva realmente dentro. Una vez has vuelto a casa, antes de dormir tienes un rato de oración en el que le cuentas al Señor sobre la vida de tus amigos, y de paso le pides que les ayude y les ilumine.

Con diferencias de forma pero no de contenido, es lo que hacemos todos muchas veces a lo largo de nuestras vidas. No voy a entrar a explicitar cuál es la diferencia entre “colegas” y “amigos”. Eso seguro que ya lo sabes de sobra. No descubriría América ni mucho menos. En cambio, me gustaría compartir hoy algunas obviedades que, probablemente, muchos hayan experimentado, pero a lo mejor otros encuentren alguna idea útil.

Como anticipo del Cielo
Ya sé que no tenemos ni la más remota idea de cómo será aquello que el Señor se ha ido a preparar para aquellos que le aman. Pero no cabe duda de que una de las formas genuinas de encontrarnos día a día con el Señor es en el rostro del prójimo. Sus manos, su sonrisa, su atención, su sentido del humor, su amor por nosotros… es una forma, alejada y borrosa, del Amor infinito de Cristo por cada uno de nosotros. Saber que, en el fondo, echar un partido en la ‘Play’ con un amigo es como jugar con el Señor, es realmente emocionante. Y yo lanzo la pregunta: ¿Realmente vivimos esto, o se queda en el terreno de lo abstracto? ¿Somos capaces de experimentar el amor del Señor a través de nuestros amigos, sean o no cristianos? Tengo la certeza de que nuestra forma de plantearnos nuestras amistades cambiarían mucho si asumimos verdaderamente esta realidad.

A todo esto, ayer mismo, en el pub en el que echamos las partidas de billar, nos encontramos con un antiguo compañero de clase. Después de hacer un rápido chequeo de nuestras vidas, nos preguntó con sorpresa: “¿Y vosotros todavía quedáis todos juntos?” A menudo no es fácil mantener amistades verdaderas, y mucho menos un grupo de amigos unido. Supone renuncias, esfuerzos, compromiso. Que no te engañen: merece la pena. Muchos grupos de amigos, y no digo de colegas, se rompen por dejadez, si más. No dejes que eso te pase. Es una gran pena. Es cierto que la vida es compleja, y que los caminos se van separando. Pero en la medida de lo posible, lucha por conseguir esos huecos para veros todos porque es de lo más reconfortante. Cuando tienes un grupo de amigos que te conoce de años atrás, se crea una complicidad tan bella que a mí me deja muy sorprendido. No hay grupo de gente con quien me sienta más acogido, querido, respetado y conocido que por mis amigos… de toda la vida. Efectivamente, desconozco cómo será el Cielo. Pero desde luego, entre las experiencias más plenas que he experimentado en esta vida, la de pasar un fin de semana con mis amigos está en el top 5. Y no me refiero sólo a diversión o sentimiento de satisfacción: me refiero abiertamente a experiencia de Dios, del amor de mi Padre. Por esta razón, te pregunto: ¿Cómo cuidas tus amistades? ¿Haces todo lo que está en tu mano para mantenerlas? ¿Relacionas lo que vives con tus amigos con tu experimentar al Señor?

En fin
Seguro que la mayor parte de las cosas que he dicho las has vivido. Mi intención en este circular otoñal era recordarte algo que, entre las movidas de la vida, las prisas, el metro y los trabajos, se nos puede traspapelar. No cejes en tu empeño por mantener tu grupo de amigos, con quienes compartes la vida. No dejes de pedírselo a Dios. Ánimo, hazte un hueco en la agenda y échate un billar.

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