12/2/12

Aprender a vivir lo nuevo


Igual que en los equipos de fútbol (no quiero poner nervioso a nadie), en la política, la economía, etc, existe lo que conocemos como “cambio de ciclo” en la vida de cada uno. No, no es el fin apocalíptico de todo, a pesar de que mucha gente siempre insiste en que cuando algo está cambiando: “será una castaña, nada merecerá la pena, y todo se irá a la porra”. En realidad, los cambio son eso, cambios. Las más de las veces, ni a mejor ni a peor; tan sólo es una cuestión de enfrentarse a algo nuevo, cosa que nos cuesta afrontar enormemente (y por ello terminamos nostálgicos, acudiendo a la manida frase de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, que diría Jorge Manrique).

Cuál es mi lugar ahora
Pues sí, efectivamente, todos experimentamos cambios de ciclo. De hecho, yo estoy en uno de esos cambios de ciclo. Terminó el periodo de estudiante universitario, comienza el trabajo y la necesidad de plantear una fase adulta de la vida. Sí, queda lejos Dragon Ball. De primeras, quedas tentado de echar de menos la vida pasada, pensando que, como dicen muchos, “se acabó lo mejor de la vida”. Pero existen muchos cambios de ciclo: pasar del colegio a la vida universitaria, o cambiar de trabajo, o tener un hijo, o quizás jubilarse… todo cambio vital es un reto. Un reto porque a menudo lo vivimos con dolor, con nostalgia, y no aceptamos la nueva situación: nos quedamos con que es el fin de algo, y no el inicio de otra cosa que habrá que aprender a vivir desde la alegría y optimismo del Señor. Yo mismo, en este cambio, estoy en medio de un periodo de cierto hastío por la nueva situación y nostalgia por lo pasado. Incluso, sequía espiritual, porque tengo la sensación de que aquellas en las que me encontraba con Dios antes (exámenes, universidad, compañeros de clase), ya no están, por lo que ¿dónde me encuentro con Dios ahora? Parece que la vocación concreta y cotidiana de años pasados ha desaparecido. No sé cuál es mi lugar ahora.

Ante esto, uno debe reaccionar. No nos podemos quedar sentados en el sillón idealizando el pasado y paralizados en el presente: esto no lleva a nada bueno. Y me parece que, desde mi humilde opinión, hay algunas ideas guía que nos pueden ayudar e enfocar esto desde una perspectiva plenamente cristiana. Veamos.

Jugar a ser Dios
Lo primero sería plantearse ¿Hasta qué punto no deja de ser un ejercicio de egoísmo por nuestra parte el echar de menos constantemente el pasado? Es evidente que, a veces, es cierto que determinadas situaciones del pasado eran mejores para uno. Esto puede ser. Pero también se esconde en nuestra no aceptación de los cambios de ciclo una tendencia intrínseca del ser humano de querer ser el dios de la vida de cada uno. Querer controlar, querer disponer y querer elegir cómo es nuestra vida. Y cuando algo no nos gusta, nos rebelamos. Y lo peor no es que duela, lo peor es no querer aceptar. Negarse. Ahí estamos jugando a ser dios, porque queremos ser los dueños últimos de nuestra vida y nuestro futuro. Y sabemos cómo suele terminar ese deseo: frustración, impotencia. Por todo esto, creo que es necesario levantar el vuelo y mirar desde otra perspectiva la jugada.

Seamos serios: nosotros no somos los dueños de nuestra vida. Esto lo sabemos, en teoría. Pero, ay amigo, cómo nos cuesta vivir esto como una realidad tangible día a día. El hecho es que me parece trascendental aprender a vivir todos los cambios desde una mirada más amplia. Si Dios es el verdadero dueño, fin y motor de nuestras vidas, y los cambios suceden (las más de las veces) al margen de nuestra voluntad… ¿no serán por tanto nuevas fases de el camino querido por Dios para nosotros? Y por ende, ¿no deberíamos aceptar alegremente la voluntad de Dios en nuestra vida? Ya se sabe, del dicho al hecho… hay mucha oración de súplica de por medio. Pero si aprendemos, con la ayuda del Señor, a vivirlo así, experimentaremos los cambios desde la Paz que sólo Cristo no puede dar: “estoy en tus manos, hágase en mí”. Nos destensaríamos, dejaríamos de vivirlo desde el dolor de la perdida para vivirlo como obra de Dios en nuestro caminar. Dios sabrá qué es lo que hace con nosotros, nuestra responsabilidad sería no decidir qué tiempo vivimos, sino qué hacer con el tiempo que se nos ha dado (gran frase ésta de Tolkien).

Por supuesto, la última idea es clave. Si Dios está detrás de los cambios y, sobre todo, siempre está detrás de nosotros y de cada paso que damos para echarnos una mano, dos, o mil quinientas… ¡relaja, chico! (descuida, también me lo tengo que decir a mi mismo). Como diría Santa Teresa: “nada te turbe, nada te espante”, teniendo a Dios de nuestro lado nada nos puede arrancar la paz y la esperanza. Él estará, Él nos ayudará, Él nos iluminará, Él nos levantará. Aprenderás a vivir lo nuevo. Porque Dios se ha empeñado en conseguirlo, porque está empeñado en lograr que seamos hijos suyos plenamente, para gozar algún día de su presencia en el Cielo. Aprenderás, Él te enseñará y te protegerá cuando parezcas no poder. Tú sólo pídelo.

Ay, cambios de ciclo… ¡cambiemos el ciclo!

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