Cuentan los estudiosos sobre los guerreros japoneses conocidos como samuráis, sí, sí, los de la katana y el harakiri, que solían tener una costumbre que llamaba mucho la atención a los hombres de su tiempo que no seguían su filosofía de vida. Consistía en que cada mañana, este orgulloso hombre de armas, planeaba y se enfrentaba al día que le esperaba con una conciencia muy clara: ése sería el último día de su vida. No significa, obviamente, que así lo fuese. Pero adoptaba esa mentalidad. Y esto significa que vivía todo de una forma radicalmente distinta respecto de los demás. Saboreaba las cosas con una mayor conciencia, porque se planteaba seriamente que ése podía ser la última vez que hiciera o viese tal cosa o tal otra. Sobre todo, priorizaba. No se detenía en tontadas ni en pequeñeces; al ser su último día, sólo lo dedicaría a lo importante, a lo que realmente tenía peso en su corazón.
Aprendiendo a vivir
Los motivos para hacer esto eran distintos y responden a otra época. Pero esconde esta forma de pensar algo bello, y es el aprender a vivir cada día y cada oportunidad de ésta como algo único e irrepetible, y por lo tanto, de enorme importancia. Hoy queremos que te pares un momento en presencia del Señor y, hablándolo con Él, te plantees tu vida como si fuera hoy la última jornada que estarás entre nosotros. No, no os estamos preparando para ningún apocalipsis ni la aceleración del cambio climático es tan grave como para ir pensando en el otro barrio. Es simplemente un ejercicio de reconsiderar qué es lo verdaderamente importante y en qué pones sinceramente tus esfuerzos y empeños. Descubrirás, probablemente, que existe una desproporción peligrosa entre tiempo dedicado a lo importante y tiempo dedicado a lo accesorio, a favor de lo último.
A todos nos suele pasar, no hay que agobiarse. Una de las primeras lecciones magistrales que dará el Demonio a sus pequeños diablitos podría ser algo parecido a ésta: “seamos realistas, mis aprendices. No podemos evitar que el ser humano se sienta atraído hacia la Verdad, la Belleza, el Bien y el Amor. No podemos competir con Dios. Por lo tanto, nuestro primer objetivo para alejarlo de lo que realmente le hace feliz es… distraerlo. Distraigámosle con toda clase de asuntos nimios, carentes de verdadera importancia. Agotemos todas sus fuerzas en ello. Así, cuando tenga que dedicarse a lo que importa, como son su familia, amistades, relaciones de pareja… estará extenuado, cansado, lleno de desidia e indiferencia, cuando no irritable. De esta forma fracasará en lo importante pero no podrá dejar de dedicar tiempo a lo intrascendente, porque estará embebido por ello. Será un círculo vicioso”. Alguno de sus retorcidos alumnos preguntará preocupado: “¿Y qué pasa con Dios?”, él responderá: “no te preocupes, lo fundamental es hacerles creer que dedicar tiempo a Dios es una tontería inútil, un rollo, algo que no soluciona nada y que no tiene nada que ver con ellos. No se acordarán de Dios porque lo terminarán viendo como un obstáculo para su felicidad, su ocio y sus relaciones humanas”.
¿Te suena? Sí, como se suele decir el Diablo sabe más por viejo que por Diablo. Pero más allá de la gracia, nos ocurre. Nos quemamos con las tonterías y dejamos para después lo que realmente nos importa en la vida. ¿Cómo cambiar esta tendencia? Pues como siempre, lo primero es hablarlo con Dios. Dedícale unos momentos a esta operación con Él. Cuéntaselo con confianza, de corazón a corazón. Un buen amigo mío suele ayudarme con esto con el siguiente desafío: imagina que te queda una semana de vida (ya no es tan apremiante como un día, ¿eh?)… ¿qué harías esa semana? ¿En qué o quiénes emplearías tu última semana de vida? Pues justo en esas cosas y en esas personas debes poner todo tu empeño y esfuerzos a lo largo de tu día a día, aunque te queden 60 años por vivir (aunque por cierto, nunca se sabe). ¿Te has fijado lo curioso que es cómo de lo primero en lo que piensas es en Dios? ¡Claro! Con una sola semana delante pierdes tus falsas seguridades y te hacen fijarte en Aquel de quien depende tu vida. Entonces, ¿por qué generalmente ocupa nuestra prioridad número 8? Una vez más, tenemos demasiada paja en los primeros puestos. Todo lo que distraiga de Dios es paja. Sólo a través de Dios podemos dar sentido a lo que viene después: familia, amigos…y ya por último todo lo demás accesorio.
¡Ánimo! Rézalo con el Señor. Nadie va a hacerlo por ti.
Aprendiendo a vivir
Los motivos para hacer esto eran distintos y responden a otra época. Pero esconde esta forma de pensar algo bello, y es el aprender a vivir cada día y cada oportunidad de ésta como algo único e irrepetible, y por lo tanto, de enorme importancia. Hoy queremos que te pares un momento en presencia del Señor y, hablándolo con Él, te plantees tu vida como si fuera hoy la última jornada que estarás entre nosotros. No, no os estamos preparando para ningún apocalipsis ni la aceleración del cambio climático es tan grave como para ir pensando en el otro barrio. Es simplemente un ejercicio de reconsiderar qué es lo verdaderamente importante y en qué pones sinceramente tus esfuerzos y empeños. Descubrirás, probablemente, que existe una desproporción peligrosa entre tiempo dedicado a lo importante y tiempo dedicado a lo accesorio, a favor de lo último.
A todos nos suele pasar, no hay que agobiarse. Una de las primeras lecciones magistrales que dará el Demonio a sus pequeños diablitos podría ser algo parecido a ésta: “seamos realistas, mis aprendices. No podemos evitar que el ser humano se sienta atraído hacia la Verdad, la Belleza, el Bien y el Amor. No podemos competir con Dios. Por lo tanto, nuestro primer objetivo para alejarlo de lo que realmente le hace feliz es… distraerlo. Distraigámosle con toda clase de asuntos nimios, carentes de verdadera importancia. Agotemos todas sus fuerzas en ello. Así, cuando tenga que dedicarse a lo que importa, como son su familia, amistades, relaciones de pareja… estará extenuado, cansado, lleno de desidia e indiferencia, cuando no irritable. De esta forma fracasará en lo importante pero no podrá dejar de dedicar tiempo a lo intrascendente, porque estará embebido por ello. Será un círculo vicioso”. Alguno de sus retorcidos alumnos preguntará preocupado: “¿Y qué pasa con Dios?”, él responderá: “no te preocupes, lo fundamental es hacerles creer que dedicar tiempo a Dios es una tontería inútil, un rollo, algo que no soluciona nada y que no tiene nada que ver con ellos. No se acordarán de Dios porque lo terminarán viendo como un obstáculo para su felicidad, su ocio y sus relaciones humanas”.
¿Te suena? Sí, como se suele decir el Diablo sabe más por viejo que por Diablo. Pero más allá de la gracia, nos ocurre. Nos quemamos con las tonterías y dejamos para después lo que realmente nos importa en la vida. ¿Cómo cambiar esta tendencia? Pues como siempre, lo primero es hablarlo con Dios. Dedícale unos momentos a esta operación con Él. Cuéntaselo con confianza, de corazón a corazón. Un buen amigo mío suele ayudarme con esto con el siguiente desafío: imagina que te queda una semana de vida (ya no es tan apremiante como un día, ¿eh?)… ¿qué harías esa semana? ¿En qué o quiénes emplearías tu última semana de vida? Pues justo en esas cosas y en esas personas debes poner todo tu empeño y esfuerzos a lo largo de tu día a día, aunque te queden 60 años por vivir (aunque por cierto, nunca se sabe). ¿Te has fijado lo curioso que es cómo de lo primero en lo que piensas es en Dios? ¡Claro! Con una sola semana delante pierdes tus falsas seguridades y te hacen fijarte en Aquel de quien depende tu vida. Entonces, ¿por qué generalmente ocupa nuestra prioridad número 8? Una vez más, tenemos demasiada paja en los primeros puestos. Todo lo que distraiga de Dios es paja. Sólo a través de Dios podemos dar sentido a lo que viene después: familia, amigos…y ya por último todo lo demás accesorio.
¡Ánimo! Rézalo con el Señor. Nadie va a hacerlo por ti.
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Corto: Puntos de Encuentro
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