11/1/11

09/10 ¡Quiero un año diferente!


Apuntarse al gimnasio, aprender checoslovaco, ganar un concurso de relatos, hacer las paces con la suegra, etc. Cuanta actitud de cambio se respira en los últimos minutos de un año. Mientras quitamos los pipos de la uvas, algún pensamiento de mejora nos invade la cabeza. Todos tenemos ganas de dejar a un lado las cadenas que en 2010 nos impidieron vivir apasionadamente. Miramos a nuestros familiares como se alegran por despedir un año más juntos a la vez que nos llegan decenas de sms con la invitación a una época que promete darnos todo cuanto pidamos.

No deja de ser ilusionante y admirable la pasión que brota del alma humana, y más en momentos tan especiales como la Navidad o Nochevieja. Aunque a veces, van pasando los meses… enero, febrero… abril… y en algún momento, removiendo papeles de escritorio encontramos la lista de propósitos para esa “vida nueva”. Pasa el tiempo y vemos que por nuestras propias fuerzas el cambio tan deseado no termina de llegar. Se sigue retrasando un año más y aunque logremos perfeccionar el acento de un idioma o mantenernos en nuestro peso ideal, el corazón sigue con hambre. Continúa con deseos de abrazar la plenitud. Incluso sentimos cierta frustración al contemplar que hay cosas que no hemos conseguido corregir. Quizás falta de tiempo o de fuerza de voluntad, pensamos. Lo cierto es que 365 días se hacen cortos cuando tiramos solos del carro de nuestra vida.

Es ahí cuando toca salir del armazón del ‘radio yo: todo mis noticias’. Mover un poco el dial y sintonizar con el Único que sabe lo que nuestro interior anhela desde hace tiempo. Hay Alguien que se mantiene inmóvil en todos los Sagrarios del mundo que quiere hacernos una criatura nueva, que no pretende ahogarnos con infinidad de intenciones sino que sólo pide un poco de atención y de paciencia para dejar hacer su obra en nuestra historia –sí, en tu biografía-. Justo en esa situación es cuando podrán guiarnos estas palabras que pronució alguien a quien tantas veces durante el año no tenemos tiempo de escuchar:

“Tengo que comenzar por dejar de mirarme, y preguntarme qué es lo que Él quiere de mí. Tengo que empezar aprendiendo a amar, pues el amor consiste en apartar la mirada de mí mismo y dirigirla hacia Él. Si en lugar de preguntarme qué es lo que puedo conseguir para mí mismo me dejo sencillamente guiar por Él, si me dejo caer realmente en Cristo, me desprendo de mí mismo, entonces comienzo a disfrutar de la vida verdadera, porque de todos modos yo soy demasiado estrecho para mí solo. Cuando salgo a su aire libre, valga la expresión, entonces y sólo entonces comienza y llega la grandeza de la vida.

Bueno, como es lógico, este camino no se recorre de la noche a la mañana. Dedicarse especialmente a conseguir una felicidad rápida no encaja con la fe. Y quizás una de las razones de la actual crisis de fe sea que queremos recoger en el acto el placer y la felicidad y no nos arriesgamos a una aventura que dura toda la vida –con la enorme confianza de que ese salto es el único que no termina en la nada y es el acto de amor para el que hemos sido creados-. Y en realidad es lo único que me proporciona lo que quiero: amar y ser amado, hallando de ese modo la auténtica felicidad.

Quisiera deciros insistentemente: ¡Abrid vuestro corazón a Dios, dejaos sorprender por Cristo! Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, feliz, bella y grande”.

Benedicto XVI
Feliz y fecundo año nuevo

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Hillsong - Open My Eyes

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