¡Buenos días! ¿Cómo va eso? Ahora que el frío está pegando fuerte, es un buen momento de pasar un rato agradable pegado al radiador, tomando algo caliente y leyendo tu Circular dominical. Oh yeah!!! El tema de hoy es especialmente interesante que lo medites con paz, ya que puede serte de ayuda para conocer mejor a tu Dios.
Lo que solemos pensar
Que no es poco, porque supone que pensamos sobre Dios. Eso ya per se es un gol por la escuadra. Pero el punto clave es intentar pensar bien, correctamente, en función de la verdad. Ese ejercicio no lo puede hacer nadie por ti, pero hoy queremos arrojar un poco de luz sobre el tema.
¿Que de qué hablo? Efectivamente, de la imagen que tenemos en nuestra mente de Jesucristo. Nosotros todos, doctos en teología y perfectos conocedores del Catecismo de la Iglesia Católica, sabemos que Cristo era verdadero Dios y verdadero hombre… ey!! ¿Es que no vas a protestar? ¿Cómo que “era”? ¡¡¡ES!!! Ya, ya sé que a menudo no interiorizamos esto: Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios. Vive hoy, aquí, ahora. Pues bien, sabemos teóricamente que Jesús es Dios y hombre at same time. La cuestión es… ¿Le tratamos como tal? NO.
La imagen de Cristo que tenemos es una imagen cercana a los Pantocrator medievales: un Jesús autoritario, fuerte, justiciero, que divide inquebrantablemente a buenos y malos a su derecha e izquierda, y sin vacilaciones condena al fuego eterno a los que han sido unos piezas. No es sólo que visualicemos a Cristo sólo como Dios, sino que además como un Dios lejano, poderoso y arbitrario del que penden nuestras vidas. Un paso en falso y… ¡zas! En toda la boca. Lo del amor… bueno, pues será que el hecho de que no nos haya destruido todavía es que nos respeta y tal, pero poco más. Quizás haya exagerado un poco, pero lo que sí es cierto es que nuestra percepción de Cristo es más cercana a esto que a otra cosa. Al menos en nuestro trato con él, que es lo importante.
Jesucristo, hombre, tan hombre como los presentes
Y es que Jesús es revolucionario. Revolucionario en la Historia de la humanidad porque supone que Dios se hace carne. Que se haga carne no en un sentido de que tenga un “traje” de hombre, sino que adquiere para sí la naturaleza humana completamente. Con todas sus consecuencias. El pecado no, no la naturaleza caída que tenemos desde nuestros amigos Adán y Eva. Desde su Encarnación, Jesucristo, Hijo de Dios y de la misma naturaleza que el Padre, adopta nuestra humanidad en todo menos en el pecado.
“Y esto… ¿qué cambia realmente?” Todo. Dios, en su Santísima Trinidad, quería salvar y redimir al hombre. Y todo ello, acercándose a la humanidad. La relación entre Dios y hombre tras Adán y Eva quedó muy tocada. Ahora, el Señor, además de salvarnos, quiere mostrarnos cómo es Él en realidad, no como nos lo imaginábamos. Quiere establecer una nueva relación con nosotros, más estrecha, más de tú a tú. Y qué mejor manera que a través de alguien como nosotros, a través de un hombre que sea Dios al mismo tiempo. Verdadero hombre, verdadero Dios.
Así pues… Dios se abaja hasta nuestra condición para hablarnos de cerca, amarnos como nosotros mejor lo entendemos, con un hombre de carne y hueso. Por tanto, Dios ya no es un tipo anciano, gigante, con larga barba, sentado en un trono en las nubes y con un bastón, desde donde dicta leyes y condena a las pequeñas hormiguitas de la Tierra. ¡No! Es… ¡como tú!
Siendo hombre, Jesús sentía como nosotros. Experimentó lo mismo que experimentamos nosotros. Cristo, todo un Dios, lloraba, sollozaba. Lo vemos con Lázaro, su amigo, cuando lo ve muerto y rodeado de su triste familia. ¡Jesús lloraba por la tristeza de sus amigos! ¡Cristo llora cuando te ve perdido y triste, cuando sufres! En los tiempos del Evangelio, Jesucristo debía ser un tipo genial. Siempre rodeado de gente, y no sólo porque “hablase bien”. Tenía una personalidad atrayente para todos, que enamoraba a los que tenía cerca. Como hombre, Cristo reiría, y mucho. Vivía su vida de hombre a tope, y eso supone reír a carcajadas, pasárselo bien con sus amigos, y amar al prójimo con todas sus fuerzas. No te sorprendas si Jesús fuera el centro de una fiesta sana, como pudieron ser la Bodas de Caná, donde Jesús estaba celebrando la boda de un amigo o familiar. Por otro lado, Cristo también se cansaba, sudaba. Lo vemos en el pasaje del pozo y la samaritana: cansado de la caminata (no había autobuses), debe sentarse en el pozo y pedir agua a la samaritana. También sufría y sentía dolor como tú y yo, como podemos ver en la Pasión, donde por ti sufre como hombre todo el tormento. ¡Ah! Y le encantaba la buena comida, porque a menudo gustaba de comer con otros amigos y personas que necesitaban de su ayuda. Según lo que se describe de Él, tenía que ser un gran deportista (aunque no llegó a correr la San Silvestre), porque era alto y fuerte. Además, vivió con pasión muchos años su trabajo, con su padre, de carpintero. Sería el más “friki” de la región sobre mesas, sillas, etc. Y si en el mundo judío era costumbre contar chistes, Él sería un gran contador de chistes.
¿Has hecho oración con este Jesús? ¿Le has tratado como verdadero hombre? Por eso decimos que le hables como a un amigo. Como al mejor amigo. Porque mejor que Cristo, nadie te conoce. Porque sabe cómo te sientes, porque él lo sintió primero. Conoce perfectamente lo que es ser hombre, lo que es tener sus limitaciones físicas y sentimentales. Jesús, de hecho, también era tentado tantas veces como tú, o quizás más. Y sabe como decirle no a la tentación, y cómo podrías hacerlo tú. Tiene un plan para hacerte feliz de verdad, porque sabe mejor que nadie qué puede hacerte tan feliz. Cristo es… un hombre. Verdadero Dios, verdadero hombre. ¿Por qué lo reduces a un juez arbitrario y lejano?
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Nuestra Fe: "Entrevista a Eduardo Verástegui"
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