21/2/10

De gogó a monja por la gracia de Dios


Anna Nobili bailaba habitualmente como bailarina-gogó en un club nocturno pero por la gracia de Dios, admite ella fácilmente, pudo poner fin a su prisión.

Esta es su historia.
La conversión de Anna a Cristo fue tan radical como hermosa. Ella es actualmente religiosa en las Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret.

Anna creció en Milán. Junto a sus dos hermanos menores tubo dificultades y turbulencias en su infancia. Sus padres se peleaban mucho y la vida familiar era a menudo muy tensa. Reconoce las fuertes palabras que se intercambiaban sus padres. A la vez, ella recibió la primera comunión y, más tarde, la confirmación. Sin embargo, poco tiempo después dejó de ir completamente por la Iglesia. Cuando tenía 13 años, sus padres se separaron finalmente.

Para mantener a su madre (con sólo 13 años), Anna tuvo que trabajar en un bar por las noches, dejando así de ir al colegio a sus 15 años. Toda su familia vivía en una pequeña habitación. “Yo no era consciente de la presencia de Dios durante todo este tiempo –comenta ella-. Dios me parecía estar muy lejos. Yo tenía un novio, pero nuestra relación estaba basada solamente en sexo. Nos usábamos el uno al otro. Ahora sé que yo en ese momento estaba buscando amor. Sufría fuerte bajones de autoestima y no creía que podía ser amada o que valiese para algo”.

“Comencé a frecuentar las discotecas a los 19 años y continué hasta los 21. Fueron tres años muy intensos durante los cuales perdí totalmente la cabeza. Iba todas las noches y me quedaba hasta las ocho de la mañana – recuerda- . Sólo había una cosa que le divertía y se le daba bien, bailar. Anna tiene un ritmo natural y es muy atlética y ágil. Fue a una escuela de danza donde aprendió funk, punk y modern jazz. No sabía realmente que hacer con su vida, por aquel entonces decía: “Empecé siendo una bailarina profesional e hice un pequeño trabajo en televisión pero los fines de semana bailaba en los cubes”

Un cube es una especie de caja elevada dentro de las discotecas donde ella debería de bailar provocativamente para atraer a los chicos, para que así entrasen al local. Desde medianoche hasta las 4 de la madrugada se exhibía en una discoteca, y desde las 4 hasta las 8 iba a bailar a otra. Viajaba incluso fuera de Milán; por ejemplo, a Amsterdam, donde se quedaba cuatro o cinco días. “Exploté mi sexualidad ante muchos chicos jóvenes”. Ella llegó a ser toda una conquista para ellos, su actitud era básicamente: “Vaya pivón. Yo tengo que pillar a esa chavala y llevármela a la cama”. Ella trataba de llenar su terrible vació interior. Nunca llegó a ser drogadicta o amante de la bebida. Para ella su droga era la música, el baile y el sexo.

¿Dónde empezó el viaje de vuelta a Dios?
Todo empezó gracias a su madre. La madre de Ann había tenido una fuerte experiencia de conversión y de encuentro con el Señor. Hasta entonces ella había sido indiferente hacia Dios y mientras Ann estaba creciendo nunca fue a la Iglesia. En cambio, después de su conversión iba a la Iglesia todas las tardes.

Ann recuerda que en cierta ocasión, cuando estaba a punto de irse al club nocturno, su madre llegó y le dijo señalando un salmo: “Anna, mira lo maravillosa que es la Biblia. ¿Por qué no te vienes a misa conmigo?”. Anna reconoce que fue una situación muy violenta y que gritó a su madre diciendo que las misas son para gente vieja, que no quería ir. En ese momento se encontraba en el momento álgido de su carrera como bailarina. Iba a irse a Amterdam durante cinco o seis semanas. “Para ser honesta, yo estaba buscando un hombre. Alguien que pudiese amarse y que me amase. Cuanto más buscaba, cuanto más me metía en las relaciones sexuales, más vacía me sentía por dentro. El mundo me estaba alumbrando y dándome posibilidades pero siempre volvía el vacío, la confusión y la frustración. Era como si el mundo me estuviese diciendo: “Ven y te daré lo que estás buscando”. Pero cuando buscaba aquel lugar todo era una ilusión. Nunca encontré lo que estaba buscando y mi insatisfacción crecía todavía más. No satisfacía ni me daba amor. Sentía que usaba a la gente y ellos me usaban a mí.

Una Noche Buena por no sé qué razón fui a la Iglesia y me encontré a mí misma llorando durante la misa. Cada vez que entraba en la Iglesia me sentía envuelta por una presencia que no entendía. Veía a los jóvenes, que se querían de manera muy sencilla y estaban serenos. Un mundo auténtico, no falso como el que yo frecuentaba. Un domingo, el sacerdote en su homilía empezó a repetir “Dios te ama”. Yo estaba muy conmovida. Sentí que Dios me lo estaba diciendo personalmente a mí. Durante cinco meses estuve yendo a esa iglesia para estar allí y llorar. La parroquia era maravillosa, ellos no me juzgaban. Simplemente me querían. “Después de 8 meses yo sentí que tenía dos vidas: cuando iba al discoteca por la noche y cuando acudía a la parroquia durante el día”.

Durante ese tiempo las cosas empeoraron con los hombres. Sé que suena a locura pero me relacionaba con más. Todo esto hasta que un día dije: “Esto tiene que parar. Si Dios es el centro de mi vida, entonces tengo que poner todo entorno a Dios”, entonces me di cuenta de que era yo misma quien estaba en el centro de mi vida. Viendo esto le dije a Dios: “Si Tú estás ahí, mi vida tiene que cambiar. Si existes, dímelo personalmente”.

“Entonces empecé a buscar a Dios en serio. Dios me había dejado saber que existió de una forma real y tangible, sin la ayuda de un sacerdote. El paso siguiente fue un retiro espiritual en Spello, en la ermita de Carlo Carretto (Asís). Recé, hice largas meditaciones. Hasta que una tarde, en la plaza de Santa Clara en Asís, contemplando el cielo y la naturaleza, tuve una percepción clara de que Dios es el Creador y nosotros somos sus criaturas. Sentí en el corazón un gozo indescriptible -describe- y me puse a bailar. Esta vez no para conquistar a los hombres, sino para agradecer y alabar. Había encontrado lo que buscaba. Sin embargo, esto no era suficiente. En el camino a casa desde mi retiro, mientras estaba en el tren, seguía lloviendo; no había nada que me hiciese feliz. Salí fuera del habitáculo y de repente sentí la presencia de Dios dentro de mí y empecé a llorar de la felicidad que notaba en mi interior. Estaba muy dolorida”.

“Me sentí tan avergonzada que me fui al servicio del tren y me miré en el espejo. Estaba en estado de shock por lo que vi, ya que hacía mucho que no me miraba en el espejo. Estaba asustada y luchando –es difícil de explicar- en una especie de revolución. Y es así como entendí que Dios realmente existía dentro de mí. San Agustín dijo: ‘Yo estuve buscándote fuera pero Tú estuviste siempre junto a mí en mí’. Había descubierto el tesoro que era Jesús. Yo quería estar unida a Jesús. Esto fue como si yo me enamorase de Cristo”.

Anna quería dedicar más de su vida a Dios y a la Iglesia. En su camino le atrajo el testimonio de las Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret, una orden fundada por Don Arcangelo Tadino (1846-1912), que fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en 1999. La Congregación de las Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret fue fundada en 1900 en el norte de Italia y hoy cuenta con 200 religiosas. El Instituto trabaja en situaciones de marginación, como la recuperación de ex prostitutas, y se ocupa de los problemas relacionados con la inmigración.


Anna entró en la orden y empezó el periodo de los cinco años de formación. “Cuando decidí consagrarme a Jesús en esos cinco años de formación, Él había hecho un poderoso trabajo en mí. Yo recuerdo que le dije a Dios: ‘Si Tú no sanas mi necesidad de dar y recibir afecto, no voy a ser capaz de seguir adelante para ser consagrada’. Fue bastante parecido a cuando San Francisco le dijo a Dios: ‘Yo amo a Clare y a todas sus hermanas, y a todas las cosas hermosas’. Y el Señor le dijo a San Francisco: ‘No te preocupes. Yo también amo a Clare, a sus hermanas y a todas las cosas hermosas’”.
“Yo busqué entrar en una comunidad que viviese el Evangelio. Vi que las Hermanas Operarias eran muy felices y muy humanas. Ahora trabajo en el mundo y tengo contacto con la gente. Tenemos un trabajo y ganamos un salario”. Ahora el proyecto de la religiosa es vivir el carisma de su Congregación al servicio, incluso a través de trabajos manuales, de los menos afortunados.

“Mi madre está contentísima. Nosotras estamos más unidas, como una familia. Mis hermanos no entienden cómo es posible que viva sin sexo. Ellos dicen también que tiene a Jesús como su ‘cuñado’. Nos reímos y bromeamos pero saben que mi vocación es algo muy importante para mí”. Y a la pregunta de si entre los «menos afortunados» figuran también los que frecuentan las discotecas, su respuesta es que el problema no es tanto de ir o no ir a la discoteca, sino de dejarse envolver en relaciones humanas insatisfactorias. Vayamos a la discoteca, pero con Jesús. Es normal que los jóvenes busquen sensaciones y que éstas se intensifiquen por la noche. Pero a menudo la vida nocturna se vive como una rebelión que lleva a la perversión.

Alguna gente me dice: ‘Eres muy guapa, ¿por qué te haces monja? Yo les digo que Dios mira nuestros corazones y que de todas formas: ‘¡Dios no elige a gente fea!’
La superior de las Monjas Obreras de la Santa Casa de Jerusalén, sor Paula, afirmo que después de una bella conversión, sor Anna es ahora una monja santa que ama muchísimo al Señor. Además ha creado una escuela que se llama Holy Dance (Danza Sacra) por la que ayuda a los niños a hacer la catequesis a través de la danza.



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