21/2/10

En medio del mundo

Muchas veces, los jóvenes de hoy nos admiramos cuando vemos que una persona cercana a nosotros ha decidido abandonar este mundo, voluntariamente por una llamada de Dios [Véase el artículo en el siguiente artículo]. Es el caso de muchos chicos y chicas jóvenes de entre 15 y 30 años que notan una llamada especial de Dios a dejar todas las cosas y seguirle en un monasterio. Sin duda, responder a esta llamada de Dios cuando se está en plena juventud supone sacrificio, porque cuesta dejar a los padres, a los amigos, las ilusiones profesionales…, por Dios. Pero uno descubre la alegría de esas personas que han sabido ser generosas, una alegría que ni ellas mismas son capaces de expresar, porque es inefable, porque han sabido responder que sí y Dios no se deja ganar en generosidad. Estas entregas nos impactan enormemente.

Pero Dios no llama solamente a la vida consagrada. Hoy en día existen vocaciones divinas y caminos cristianos en medio del mundo a los cuales Dios también llama. La vocación es un don de Dios que llama y el hombre, que responde con generosidad. Por eso se dice que la vocación es personal y que Dios llama a cada uno a la vida que sabe que es la que más le gusta, en la que más feliz va a ser. Pongamos un ejemplo para que se entienda.

El año pasado el F. C. Barcelona dejó atónitos a todos los seguidores del fútbol logrando un triplete histórico. Todos parecen coincidir en que gran parte de ese éxito se debe a la labor del entrenador, Pep Guardiola, que supo sacar de cada jugador lo mejor. Guardiola ponía a cada uno en su sitio, le pedía lo máximo que podía dar en su puesto y conforme a sus capacidades. Si se le hubiera ocurrido poner a un defensa como Puyol de delantero y llevar de central a Eto´o, otro gallo hubiera cantado. Cada uno era imprescindible, eso sí, en su sitio.

Dios hace igual con los cristianos, poniendo a cada uno en su lugar, pidiéndole lo máximo ahí, para hacer rendir sus talentos. A veces nos podemos admirar de la vocación de un amigo o de una amiga porque se ha apartado del mundo para dedicarse a la contemplación. Esa es su vocación y ahí es donde va a ser más feliz. Pero no tienen porqué ser esos los planes que Dios tiene pensados para nosotros. Dios nos puede pedir que seamos santos en medio del mundo, con nuestro trabajo, sin hacernos religiosos o sacerdotes, porque ahí no íbamos a ser felices. Si es así, nuestra entrega no es menor que la de los que han hecho votos o se han ordenado, sino diferente.

Una vez leí la historia de un amigo de Juan Pablo II en la universidad, que el mismo Papa ponía de ejemplo. Era un chico joven, estudiante de buenas notas y católico. Descubrió que su manera de servir a Dios no era en un monasterio o como sacerdote, sino en el matrimonio. Desde entonces, le pedía a Dios que le mostrara a la esposa que Él le había preparado, a la vez que intensificaba su vida de piedad para prepararse para el matrimonio. Hoy, está abierto su proceso de Beatificación.
No podemos pensar que, como Dios no me llama a la vida consagrada, mi entrega y mi generosidad son menores. No, sino que Dios puede tener pensados otros planes que debo de descubrir en mi oración personal y con una vida cristiana exigente. Sólo así, descubriremos, cuando Dios tenga pensado decírnoslo, nuestro camino. Pero si hacemos de nuestra vida de piedad algo aguado, si dejamos entrar la comodidad, entonces estamos cerrando las puertas a lo que Dios nos pida, que es sin duda, el lugar donde más felices vamos a ser. Sería engañarnos el pensar que la vida cristiana “de a pié” supone una menor entrega, que entramos por la puerta de atrás del cielo o que sólo es para los que se han comprometido en una institución.

¿Qué quiero decir con todo esto? Pues es sencillo, que no hace falta que todos seamos religiosos, ni sacerdotes. Lógicamente, hacen falta muchos religiosos y sacerdotes buenos y santos, pero es posible que, a la mayoría, Dios le llame a servirle con su trabajo, con su familia, entre sus amigos y colegas. Para algunos en una institución, congregación o movimiento de laicos, y para otros sin tener que pertenecer a nada en especial. Eso sólo Dios lo sabe. Eso sí, hay que esforzarse por alcanzar ahí la santidad, con una exigencia igual para todos, que es la exigencia del Evangelio, de la santidad. Descubrir la propia vocación, allí donde nos llama Dios, y decidirse a vivirla plenamente, pues la santidad es una cosa para todos y de la decisión de ser santos, tú y yo, dependen muchas cosas importantes para la Iglesia.
Mariano Almela
Colaborador de grupocircular

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