23/10/11

"Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen” (Mt 5, 45)


Tensión en la Universidad
Los sucesos de las últimas semanas en la Universidad han llenado, para muchos, de polémica y malestar el quehacer cotidiano del universitario. Para otros, quizás, fue un momento de diversión, una oportunidad de “jugar” a ser comprometidos políticos. Para un último grupo, una ocasión para aprender a amar más. Estas tres actitudes son las que fundamentalmente he podido reconocer en mi facultad, Geografía e Historia de la Complutense.

No hace falta que narre aquí lo que ocurrió con todo lujo de detalles. Especialmente cuando desconozco buena parte de ellos, y me parecería injusto con la verdad que “adapte” la historia a lo que recuerdo, o a lo que me conviniese, como ya han hecho casi todos los medios. Lo que sí que es por todos bien sabido, es lo que sucedió en la capilla de Somosaguas. Condenable, sin duda. Eso está en las antípodas de una democrática libertad de expresión. Pero de esto ya se ha hablado suficiente. Quizás sea más desconocido otro hecho un tanto perverso: a la semana siguiente ciertas personas “reaccionaron” ante los hechos de una forma expeditiva. Se presentaron en mi facultad y se enfrentaron a los grupos y asociaciones que defendían los sucesos de Somosaguas por medio de carteles; algunos, no obstante, ciertamente ofensivos. El resultado no podía ser otro: empujones, gritos y policía. Lo clásico. Paralelamente, se hacía una Misa de desagravio en Somosaguas, y en el Seminario de Madrid, nuestros futuros sacerdotes (si Dios quiere), ofrecían una vela al Santísimo también como desagravio. Finalmente, el martes siguiente se convocó una cacerolada en el hall de mi facultad para pedir el cierre inmediato de la capilla. Por fortuna, no superó el grado de cierta exaltación verbal.

¿Existe militancia cristiana?
A mi humilde entender, uno ante estas cosas puede responder de forma humana, mundana. Con el ojo por ojo y el diente por diente. Con el “a mi no me pisan”. O el, “ésta me la pagan, se van a enterar”. Es la reacción más inmediata que todos podemos experimentar. Y es la que explica que viniera un grupo de gente a la facultad a enfrentarse a golpes con los otros, muchos de ellos titulándose como católicos. Porque se consideran enemigos ideológicos irreconciliables. Sin embargo, esto sólo provoca más tensión y broncas. No es una salida cristiana, ni tan siquiera civilizada. No lleva a nada.

Otra posibilidad, más mesurada, es una especie de militancia democrática: acudir a algún acto a modo de protesta o apoyo a alguien. Dicen que en la Misa de desagravio de Somosaguas hubo cientos de personas. Es una respuesta legítima y buena. El sentido de ofrecer una Eucaristía como desagravio por lo sucedido, es algo bastante encomiable. Sin embargo, no me deja de sorprender la masiva participación en el acto. No recuerdo que hubiera tantos católicos que vayan a Misa los viernes a la Universidad. Y comparado con ese número, descubrí bastantes menos en la capilla de la facultad haciendo vela con el Señor por si decidían entrar, aquella semana de gran tensión. Podría ser que yo sea un mal pensado, pero sospecho que es fácil y habitual encontrarse con muchas personas que acuden a las convocatorias masivas. En cambio, no tantas que están día a día respondiendo en lo cotidiano y concreto, sin necesidad de formar parte de una masa. Sin honores ni reconocimientos.

Ser cristiano tiene bastante poco que ver con violencia, insultos… pero no se queda ahí. Ser cristiano no significa ser respetuoso, simplemente. Va más allá. No es una ética estoica, es que Cristo vive en ti. Por tanto, acudir a las concentraciones masivas está bien, y a menudo es necesario, pero son sólo hitos en un camino mucho más largo y profundo. La vida no nos la jugamos en la manifestación masiva de nuestra fe, sino en la vivencia activa de ella en todo momento y circunstancia. Ser cristiano no es ser militante de una ideología, que me define quiénes son los buenos y los malos, a quienes tengo que escuchar y defender, y contra quiénes me tengo que posicionar. Eso es humano, no es de Dios. De Dios es esto:

“Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no resistáis al mal; antes bien al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra... el que te obligue a andar una milla vete con él dos... Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen... si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?” (Mt 5, 38-48).

Por tanto, no existen “enemigos ideológicos a los que derrotar”. Existen tan sólo hermanos y prójimo al que amar sin medida y dar la vida. Y ante los que nos persigan, poner la otra mejilla, es decir, perdonar. Como Cristo hizo: “Padre; perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34). Por tu misma protección preocúpate poco, de eso se encarga el Señor.

En segundo lugar, y por ende, la única solución o “militancia” cristiana es el amor. Como dijo cierto capellán de la Complutense, si el 10% de la gente que fue a la Misa de Somosaguas estuviera presente en sus ambientes y en su capilla con espíritu verdaderamente cristiano, jamás habría ocurrido el incidente primigenio en tal capilla. Si hubiera defensa de la capilla no acudiendo sólo a lo “macro”, sino activamente todos los días, algo como lo de Somosaguas sería mucho más complicado que ocurriera. Es una cuestión de coherencia de vida: no podemos defender un día al año lo que no vivimos el resto. Por tanto, si quieres defender a la Iglesia, reza a diario. A Cristo, reza a diario. Proteger lo que consideras legítimamente tuyo, reza a diario. Para que la capilla tenga sentido, para que la Iglesia tenga sentido, su mensaje no puede ser sino el del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo (¡todo el prójimo!) como a uno mismo. Si no hay amor ni perdón, y si el centro no es Cristo-Eucaristía al que sigues a través de la oración y los Sacramentos, sino que son las manifestaciones públicas de militancia sin más, nuestro mensaje, nuestro Evangelio para todo el mundo, pasa a ser otra ideología recalcitrante más.

En síntesis: hay que defender en el espacio público nuestra fe y nuestros derechos. Pero que eso sea lo extraordinario en nuestra vida, y vivido desde el Amor y Perdón del Señor. Que lo ordinario sea seguir y anunciar a Jesucristo, por medio de nuestro diálogo, convivencia y amor con todo el mundo.

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