Me llamo Mónica, nací en 1992 y estudio Humanidades y Periodismo en la universidad CEU San Pablo. Hace más o menos cuatro años conocí la Milicia de Santa María, un grupo juvenil cuyo fin es acercar a las almas a Cristo. Fue creado por el Padre Tomás Morales, un sacerdote jesuita.
La Milicia surgió como “Hogar del Empleado”, una residencia para trabajadores que les concedía la oportunidad de llevar una vida digna y de formarse como personas a la vez que acrecentaban su relación con Dios. El Padre Morales ve la necesidad de formar minorías valientes que fermenten la masa y que cambien el mundo desde dentro: “estando en el mundo sin ser del mundo”, laicos comprometidos con su vocación bautismal que lleven a Cristo en su vida, en el trabajo diario, imitando la sencillez de Nazaret y teniendo como especial modelo a la Virgen. En este contexto, un grupo de empleados descubren en el silencio de la oración la llamada de Dios a consagrarse a la obra del Hogar, así surge la Cruzada de Santa María, un Instituto Secular formado por laicos consagrados cuya vocación es la misma que las de los militantes pero dando el paso de la consagración. Paralelamente, un poco más tarde, nacen las ramas femeninas de la Milicia y la Cruzada. También surgirá un grupo de matrimonios conocido como Hogares de Santa María.
La Milicia es un grupo muy activo y eso me pareció cuando llegué, que no se estaban quietas ni un momento. Todos los sábados nos reunimos para ir a Misa de la Virgen a las 8 de la mañana y a lo largo del día tenemos diversas actividades juntas: desayuno, estudio, oración, rosario, comida, y célula, que es como una catequesis donde trabajamos la formación espiritual y moral, así como el apostolado. Durante el año también hacemos convivencias, retiros espirituales, peregrinaciones y especialmente campamentos y Ejercicios Espirituales, que son la base de nuestro carisma. Un carisma que según el Padre Morales tiene savia ignaciana y tronco carmelitano.
Yo acabé en la Milicia porque una gran parte de mis tíos y tías formaron parte ella durante su juventud y mi madre decidió llevarnos a mi hermana y a mí cuando teníamos 13 y 15 años. Yo empecé yendo a alguna actividad, sin ser muy constante pero dándome cuenta de que me ayudaba cada vez que iba.
A pesar de que mi familia es católica desde siempre y gracias a Dios, he recibido esa educación también fui consciente de que tenía que convertirme. Tal vez nuestra conversión no es tan espectacular como la de los que no conocen a Dios, pero es necesaria para que empieces a hacer tuyo lo que has vivido desde siempre. Yo tuve ese encuentro con Dios gracias a muchos factores. Tuvieron mucho que ver mi confirmación y mis primeros Ejercicios Espirituales. En la Milicia sentí gracias a la formación que recibí y la oración que empecé a hacer, esa llamada a la coherencia de vida, a ser cristiana completa, a dar el cien por cien a Cristo. Me pasa como todos los cristianos, supongo. Nos creemos gente buena, pasable, que más o menos nos merecemos el cielo porque vamos a misa los domingos, rezamos de vez en cuando y en general nos portamos bien con la gente. Ese encuentro con Dios supuso un ajustarme las tuercas, reconsiderar mi nivel de autoexigencia y aspirar a aquella palabra que es a veces tan ajena a nuestra vida y que asusta: santidad. De repente esa palabra cobra un nuevo sentido y descubres que es tu meta. Tan simple y llano como eso. Dan igual los medios si te llevan a ella. Y uno de los medios que Dios puso en mi camino fue la Milicia.
En los Ejercicios sentí a Dios y sentí especialmente su infinito amor por mí. Eso que tantas veces había oído y que ya casi era como una cantinela que todo el mundo repetimos sin entender. Allí me di cuenta de un montón de cosas que ya sabía, pero que nunca había interiorizado del todo.
El año pasado, el día de la Inmaculada, di un paso más en la Milicia: hice las Promesas. Las Promesas son unos compromisos que se hacen a la Virgen que te ayudan a vivir en el mundo con la máxima fidelidad a Dios contando con la bonita seguridad de su maternal protección. Las Promesas traen a Dios a tu vida diaria de manera más fuerte y cercana, te ayudan a estar siempre en Su Gracia y a acrecentar tu fe y sobre todo tu relación con Dios, que aumenta cada día como una amistad profunda. Ya era militante de la Virgen.
También colaboro en mi parroquia, San Clemente Romano, dando catequesis y ayudando en el coro. Mi confirmación la hice con ellos y fue uno de los impulsos que recibió mi fe. La catequesis que recibo allí complementa mi formación y aporta otro punto de vista a mi relación con Dios. Las experiencias misioneras que me ha proporcionado la Delegación de Misiones de Madrid le han dado un toque más apostólico a mi fe. La Pastoral Universitaria me ha puesto en contacto con personas de diferentes carismas de las que aprendo muchísimo cada día y que fomentan la unidad de los cristianos. Todas las cosas que me acercan a Dios y que me ayudan a conocerle más: la Milicia, la parroquia, la Pastoral universitaria, la Delegación de Misiones, mi familia y mis amigos son la combinación perfecta para esa meta que todo cristiano debe buscar, la santidad, allí donde nos encontremos.
Mónica del Álamo Toraño
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