24/10/11

¿Realmente quieres?


El bueno de S. Agustín
Si decimos que S. Agustín era un genio no decimos nada nuevo. Eso está por descontado. Si por algo destacó, además de por el hecho mismo de ser santo (que no es poca cosa), fue por su gran actividad intelectual. Pero también por su ejemplo de vida y conversión al Señor tras muchos años buscando la verdad. Y no sólo buscando la verdad; entre reflexión y reflexión, como él reconoce, vivió de muchos vicios, llegando a ser un verdadero esclavo de muchos de ellos. Sobre todo, quedó anclado en el ámbito de la lujuria, pecado que le acompañó muchos años y le presentó un terrible campo de lucha personal. Todo esto queda muy bien relatado en su famoso libro Confesiones, escrito en torno al año 400. Estos días estoy con él, ya que llevaba mucho tiempo queriendo echarle el guante, y me ha sorprendido con una idea sencilla que quiero compartir con vosotros.

La fuerza del deseo comprometido
Relatando sus fuertes luchas contra la tentación sexual, así como sus habituales caídas, S. Agustín nos recuerda algo elemental, y que posiblemente hemos perdido de vista. Sus consideraciones brotan de su lucha contra el apetito sexual, pero puede extrapolarse a cualquier combate interno contra un vicio que tengas. Mira a ver si puede ayudarte. El santo norteafricano explica que algo que le llamaba la atención era su incapacidad para trasladar un deseo a la realidad, es decir; quería superar su adicción, pero cada poco caía. Esto nos suena muy familiar. Agustín, reflexivo donde los haya, no comprendía por qué no era capaz de dominarse a sí mismo, por qué no era dueño de su voluntad en toda circunstancia, y por ende, de sus actos. Vivía una contradicción para la que no encontraba salida: quiero y no puedo. Entonces, cuenta cómo llegó a la conclusión que el fallo no eran sus fuerzas (pocas), sino su deseo. Examinando su corazón, no deseaba profundamente abandonar su vida de esclavo. Durante un tiempo, unos días, sí, podía tolerar y aceptar alejarse de las mujeres en el plano sexual, pero en lo más hondo de su ser se negaba a dejarlo para siempre. PARA SIEMPRE. Estas palabras son fuertes, no cabe duda. Intelectualmente, moralmente, conocía lo que tenía que hacer, y lo deseaba en buena medida. Pero subrepticiamente no estaba dispuesto a asumir las consecuencias últimas de su decisión. Eliminar el vicio para toda su vida sonaba fantástico, y lo deseaba racionalmente, pero no todo su ser. No quería aglutinar las fuerzas para afrontar que nunca jamás volvería a degustar los sinsabores de una vida sexual alejada de la verdad de su corazón y su felicidad. Era una agradable cadena, que aunque buscaba romper, siempre se decía a sí mismo “mañana empiezo”. Es un “quiero” pero “para luego”, algo que sabes que debes hacer pero no quieres reunir las fuerzas y el compromiso necesario, porque conoces perfectamente que será duro. Una vez más, el compromiso a asumir por un “para siempre” es duro, nos cuesta. Cuando S. Agustín dio con esta clave, por fin pudo luchar de verdad por terminar con algo que lo estaba matando vitalmente. Plantéate hasta qué punto no te pasa a ti eso también. A mí también me pasa con muchas cosas, y por ello el relato del santo me ha ayudado enormemente.

Por tanto…
Esto no debe hacernos creer que la vida cristiana es puro voluntarismo. Nada más lejos de la verdad, y menos en el caso de S. Agustín. Las fuerzas para superar nuestras esclavitudes vienen de Lo Alto siempre, es una cuestión de pedir al Señor. Pero al mismo tiempo, la clave para recibir su gracia es abrirse y ponerse en las Manos de Dios, y Él no puede actuar en contra nuestra: si nosotros no tenemos el firme compromiso de negarnos a nosotros mismos para nuestra obtener nuestra libertad, Él, respetando nuestra actitud, no interviene. Espera. Espera tu “sí” para poder acudir a ayudarte. Por esto, debes estar dispuesto a darlo todo, y a partir de ahí vendrá la ayuda de Dios, la que verdaderamente te empujará hacia la salida. Y claro, también puedes pedir, a su vez, que el Señor te de la fuerza suficiente para comprometerte. En definitiva, como decía un amigo mío, pon todos los medios humanos necesarios como si no existieran los divinos, y los divinos como si no existieran los humanos. Pedir y abrir el corazón a la espera de la gracia de Cristo resucitado.

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