Me llamo Matilde Latorre, tengo 37 años, si tengo que decir que soy. Soy sobre todo madre y esposa de Javier, un gran compañero de mochila y el amor de mi vida, lo demás llegados a este punto de mi vida sobra.
Tengo dos hijos Enrique, un niño-hombre de 8 años, que ha iluminado mis noches oscuras con su risa, sus palabras y su oración, mi otra hija se llama María, murió el siete de diciembre del 2010 con tan sólo 20 días.
María llegó a este mundo casi tres meses antes, con 880 gramos y llorando. Mi ginecólogo y ahora amigo con mayúsculas, Don Juan Vidal, hizo lo imposible, pero mi útero da lo que da, para que aguantase como su hermano un poquito más, dentro de mamá. No fue así porque Dios tenía su plan y María tenía que nacer para enseñarme a vivir de nuevo.
Fueron 20 días en la UCI de neonatos de Toledo, María salía adelante después de un pequeño incidente respiratorio los primeros días. En ese momento sentí lo importante del Sacramento del Bautismo y fue bautizada a los dos días de nacer. Fueron 20 días de oración constante, sobre todo recuerdo momentos llenos de amor, entre mi marido María y yo. La agarrábamos de las manitas y rezábamos, el “ángel de la guarda…”, su hermano la conoció y es la foto más maravillosa jamás vista.
Al día siguiente de esa foto y María mejor que nunca, todo se torció, una asepsia en la sangre que no había dado la cara se llevó a María a la casa del Padre.
La sensación de vacío, de soledad, de fracaso de soledad absoluta. Si alguien odiaba yo en ese momento era a Dios, no entendía por qué nos hacía esto, Él mejor que nadie sabía lo difícil que es para mí tener hijos y lo que los ansío. Él mejor que nadie sabía lo que ya habíamos sufrido esos 20 días de UCI, ¿Por qué’, martilleaba mi cabeza noche y día, no me valía nada, no escuchaba nada sólo quería apartarme para siempre de Dios.
Han pasado siete meses y ahora puedo hablar de Esperanza, de Confianza, de Amor, de Dolor, de Cruz, de Vida y de CONVERSIÓN. Antes de mi zarandeo vital, me pensaba buena cristiana, educaba a mi hijo en la Fe, vamos al uso.
Ahora se que no era suficiente y eso me lo ha enseñado mi hija María con la colaboración en la tierra de su hermano y de mi marido, que ser de verdad seguidor del mensaje más rompedor del mundo, más claro y generoso que ha habido en la historia del hombre, es comunicarlo gritarlo y vivirlo. Durante los primeros meses me sorprendía a mi misma buscando centros induistas de meditación, centros budista, todo para romper con Jesús, para apartar de mi su mensaje. Guardé todas las estampitas, guardé todas las imágenes que tantos años han estado a mi lado, me volvía loca pensar que Dios estaba permitiendo también esto.
Cada noche daba las buenas noches a Enrique sin más, me dolía no poder rezar con él, ¡no podía!, mi boca se cerraba al ir a reza, y mi hijo tan generoso no me decía nada. Una noche el día antes de la Beatificación de Juan Pablo II, Enrique pidió por favor que rezase con el, que necesitaba rezar con mamá, me dijo: “mamá no llores más María está con la Virgen y no me digas que no es un buen sitio, es como la Warner pero en alto”. Que claro tenía un mico de 8 años el mensaje de Dios, cuanto nos enseña la fe de los niños. Esa noche recé con Enrique, esa noche en la cama me dejé y sentí que me había vencido el amor. No recé sólo hable con Jesús de estos meses y que no entendía nada pero aceptaba su voluntad.
Las semanas siguientes fueron una locura, me levantaba con la necesidad de leer el Evangelio, con la necesidad de rezar de nuevo. Me confesé y me sentí con una paz que jamás había conocido una felicidad inmensa, estaba en Gracia de Dios, otra vez un Sacramento toma forma ante mí. Eso no es casual ¿verdad?
Tuve el corazón cerrado a Jesús, y no se cómo lo hizo pero se coló de nuevo, imagino que dejé una rendija sin darme cuenta, o tal vez si me daba cuenta. A lo mejor necesitaba irme para volver con toda la fuerza de mi ser. Igual tenía que perder lo más querido para darme cuenta de tu amor. Decía el Padre Werenfried, que no tenemos que convencer a los hombres del vigor del cristianismo a fuerza de palabras y argumentos sino con la calidad de nuestra vida, con nuestro ejemplo allí donde Dios nos ha puesto. Ahora me dejo ser Su instrumento, adoro llevar el mensaje de Dios y transcender en cada acto de la vida.
Dios y su voluntad no deja de sorprenderme nunca, vamos que no hay quien le entienda. No es la misión del cristiano entender, nuestra misión es confiar. Tenemos que dejar hacer su voluntad, y os puedo asegurar que no es nada fácil, pero eso implica que está con nosotros, que nos acuna y nos lleva de la mano. Cuando miro con perspectiva mi vida, siento la inmensa delicadeza que ha tenido Dios conmigo, me ha guiado y me ha dado libertad en mis decisiones. Él nos ha traído a este mundo y nos deja solos, está siempre pero respeta nuestra libertad.
Ahora soy consciente que he podido sentirlo, que nada es casual y el que haya encontrado webs que hablan de Cristo no es casual. He tenido que vivir momentos de Cruz para probar la autenticidad de su amor, no dejo de repetir “sin Cruz no te habría visto”.
De verdad hacedme caso, entrar en una Iglesia, capilla, ir al campo a la playa, quedaros en silencio y podréis escuchar a Jesús susurrando al oído: “Te quiero con toda mi alma, tanto que he muerto por ti, te he creado como eres, con virtudes y defectos, quiero sobre todo tu felicidad y que lo seas conmigo eternamente”. Hoy cada mañana doy gracias a Dios por qué mi hija María es inmensamente feliz, está en casa del Padre. Vino a enseñarlos lo Único que importa, el motor de mi vida y Dios quiera que del mundo “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”.
Dios todo lo puede y si Dios quiere nos dará un tercer hijo, me pierdo en sus manos y dejo que el haga. Nuestra vida, la de mi familia es diferente vivimos Jesús desde muy cerca y a Nuestra Madre la Virgen como una abuela que cuida a nuestra pequeña María.
Gracias Javier, mi bastón y mi cima, gracias Enrique luz de mis noche , gracias María brisa de mis mañanas, gracias familia y amigos quietud de las tardes. Gracias Dios mío por dejarme ser hija pródiga.
GRACIAS.
Matilde Latorre
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