Antes o después casi todo el mundo pasa por la experiencia de dar catequesis. Habitualmente todo empieza porque un párroco o alguien que se encarga de la formación de un puñado de chavales necesita ayuda para enseñar a los chicos. Es típico que uno se decida porque se lo piden abiertamente, y en un espíritu de generosidad, se lance al ruedo. En algunos otros casos surge por la inquietud personal o gusto hacia el hecho de trabajar con gente joven, o muy joven. Sea como fuere, no nos engañemos, la figura del catequista está, a menudo, muy manoseada y poco valorada. No porque en la Iglesia se menosprecie (¡que se lo digan a un párroco!), sino porque los mismos catequistas no se lo toman demasiado en serio. No digo que todos, ¡Dios me libre! He conocido catequistas fantásticos. Pero damas y caballeros, ya se sabe las coñas que circulan sobre los monaguillos y los catequistas. Digamos simplemente que el chascarrillo hace referencia a la poca integridad de muchos catequistas.
Lo admito, no tengo pruebas documentales de lo que digo. Tan sólo me muevo por rumores, experiencias personales y sensaciones que percibes por gente que has conocido. También quizás por lo que gente me ha comentado al respecto en su experiencia. A lo mejor soy yo que sólo he visto la cara fea de muchos catequistas. Sólo Dios sabe. Lo que tengo meridianamente tan claro como la inocencia de Contador es que la figura del catequista debe ennoblecerse de nuevo, debe recuperar unas dosis de dignificación que ha ido perdiendo progresivamente. Me explico, a ver si soy capaz.
Dar catequesis… ¿qué es? Existe una especie de consenso internacional que apunta a que dar catequesis es = dar chapa. Es la mentalidad de que la catequesis es una clase de religión: me preparo una explicación de los Mandamientos así “mal que bien” y pa’lante. Explico cosas que tienen que ver poco conmigo, que son externas a lo que de verdad me importa o configura mi verdadero yo. Me pongo mi ropa dominguera y me transformo en el yo “católico”-bueno-cara de no rompo un plato. Mi labor comprende desde que entro en la sala hasta que salgo de ella. Lo que ocurre en el interior no trasciende. Para los chavales quizás sí, aunque yo no lo sepa. A mi plin (bueno va, quizás le dedique un rato mayor de atención para preparar la sopa de letras sobre los sacramentos). Luego, en mi vida real… ¿Mandaqué? ¿Jesuquién? Oye tío, relaja que estamos a lunes. Lo que predico se queda dentro de clase. Yo no vivo lo que predico. Pero cuidado, que soy mil de bueno con los efectos especiales que hago con la boca cuando explico la Creación, mis niños se quedan to’ locos.
Sí, he sido exagerado. No he conocido a nadie que llegue a tal extremo. Pero casi. Me duele en el alma cada vez que alguien que actualmente no tiene fe, me dice: “¿mis catequistas?… los peores: tenían unos rollos, unas movidas… ejemplos de nada”. Esto sí puedo dar fe de haberlo oído. También he visto catequistas que no viven ni por asomo muchas cosas de las que dicen. Pero claro, si la mentalidad es la de que el objetivo es que cuando les pregunte el señor vicario que les confirma sepan contestar a las intrincadas preguntas sobre el Espíritu Santo, apaga y vámonos.
¿Quién es el catequista? Todo cristiano por el bautismo está llamado a ser otro Cristo, a que Cristo llegue a los demás a través suyo, a quedar transfigurado en el Señor. El catequista, de una forma muy especial, está llamado a ser Cristo para sus chicos. No es el profe de religión. No transmite conocimientos sin más: transmite experiencia vivida de relación con el Señor. Ayuda a que los niños (o jóvenes) se acerquen a Jesús; les entrega las herramientas para que puedan tener un encuentro personal con Dios Padre. El resto son memadas y trucos de magia. Para toda esta tarea, no enseña con la palabra (que también, no pienses que no se debe preparar las catequesis), sino con la vida. Con su ejemplo, con su testimonio existencial. El modelo de catequista, amigos, es Cristo. Su vida fue una gran catequesis (entre otras cosas). El ejemplo de cómo debe ser persona de forma plena, está en Jesús. Pero también el ejemplo de cómo ser pastor de rebaño: Cristo enseñaba, efectivamente, pero lo que a la gente le sorprendía, y por lo que le seguían, era por la autoridad con la que enseñaba. Autoridad entendida no con que llevase una vara para pegar a los alumnos cada vez que fallaban la respuesta. Por autoridad se entiende que su vida respaldaba lo que decía. Tenía autoridad porque vivía lo predicado, porque sus obras y su forma de ser era la verdadera catequesis hecha acto. Hablaba, pero sobre todo obraba. Y era tal la admiración que causaba, que irresistiblemente le seguían. Era verdadero pastor que apacienta a sus ovejas.
Ser catequista no es fácil
Lo sé. Yo también soy un puñetero desastre. También me cuesta rezar, y el despertador ya no me toma en serio. A veces se me olvida el cumpleaños de alguno de mis muchachos, o me cuesta encontrar un hueco para prepararme la próxima reunión. Pero estoy en paz: Jesús cuenta con ello, porque cuenta conmigo. Ser catequista no es fácil, pero es precioso. Trasciende la clasecita de por qué matar a mis padres no es del todo positivo para mi formación personal. Es dar lo mejor de sí, es volcarse a tope con tu rebaño. Es buscar más a Dios en tu vida, todos los días, para poder darlo a conocer después a tus chavales. Sinceramente, en estos años de catequesis, creo que he crecido más que ellos. En definitiva, ser catequista es parte de tu vocación, es una misión divina. No es hacer un favor a alguien sin más. O pones todo tu corazón y cabeza en esa labor, o mejor que cuelgues las botas ipso facto.
Ser catequista, además, es clave para el futuro de la Iglesia. El catequista es el que enseña a los jóvenes cómo hacerse adultos en la fe. Eso no se hace tan sólo con teoría, sino con vida compartida: catequesis, excursiones, campamentos, cenas… ¡qué narices (…) todo lo que haces con ellos es una catequesis de vida, que es lo que cuenta!
Algo que puede ayudar a no hundirse ante la magnitud de la tarea es el saberse elegido por Dios. Dios te quiso a ti, y no a otro, para enseñar a estos muchachos el camino del amor a Dios. Si tú no lo haces, nadie lo hará por ti. Que el Señor haya apostado tan fuerte por ti, siendo omnisapiente como es, le deja a uno más tranquilo, le enorgullece, le llena de ilusión el corazón.
Al menos yo así lo vivo. Si a alguien le sirve, bendito sea el Señor.
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